El mandato social de negar el miedo, el dolor, la soledad y la tristeza se ha impuesto hoy sobre los niños y jóvenes. Se les exige el cumplimiento de sus pautas de desarrollo y tareas educativas sin dar una tregua para expresar –y de alguna manera, integrar– la situación que están atravesando. Como la orquesta del Titanic, que debía seguir tocando en medio del naufragio, hoy los ubicamos en “el día después”, sin tiempo de por medio. Luego de haber pasado por la terrible exigencia de ser aislados en burbujas que no incluían más que a familiares o convivientes, ahora se pretende que adquieran de golpe las destrezas establecidas por las pautas académicas, curriculares y sociales de los tiempos de la prepandemia.

Pero nada será igual.

Los niños y jóvenes cargan con la experiencia terrorífica de poder contagiar o de ser contagiados, ante la mirada del mundo adulto que los culpabilizaba de sus necesidades sociales básicas. Eso dejará una huella profunda en su identidad. Perplejos, asustados, inmovilizados, permanecieron un año y medio inmersos en sus propias burbujas electrónicas, testigos de la falta de certezas frente a la plaga desatada. Un niño o joven frente a una pantalla resulta un espectáculo tranquilizador para los adultos, no hay exigencias ni demandas posibles.

La pérdida de rutinas y horarios comunes, el transcurrir de un tiempo sin deseos ni proyectos realizables, fueron generando un vacío terrible en etapas de formación y de construcción de sus identidades. Construcción siempre colectiva en tiempos y espacios compartidos.

Nunca antes estuvimos tantos frente a una exigencia tan imperativa y atemorizante.

El mandato social de negar el miedo, el dolor, la soledad y la tristeza se ha impuesto hoy sobre los niños y jóvenes.

¿Con qué vamos a encontrarnos “el día después”? ¿Qué tenemos hoy para ofrecerles a los niños y jóvenes? Necesitamos una mirada empática, comprensiva, sin censuras ni exigencias para que puedan ir saliendo de esa burbuja interna a la que la situación general los ha llevado. Hay que entender que la fuerza del retraimiento o el aislamiento es proporcional al miedo irracional al que todos estamos expuestos. Que no parece tan irracional: la covid-19 aún no ha desaparecido y la pandemia prosigue en el mundo con variantes virales muy agresivas.

Para crecer se necesita creer que el mundo adulto está construido sobre pilares sólidos y protectores. Llenos de certezas. Pilares que luego puedan ser cuestionados y deconstruidos para afianzar la propia identidad. ¿Los estamos brindando?

Comprender el temor, habilitar espacios de encuentro, aceptar las dificultades, exige que los adultos también reflexionemos sobre lo vivido. No podemos continuar negando el impacto de la pandemia en todos nosotros y generando aún más desconcierto y soledad en quienes debemos proteger, cuidar y educar.

Son muchos los desafíos que nos depara esta nueva etapa y este nuevo mundo, que no es ni volverá a ser el de 2019.

Necesitamos comprensión hacia los niños y jóvenes que padecieron la pandemia con recursos personales más frágiles que los de los adultos. Esto tiene que estar en nuestra mirada como sociedad, como profesionales de la salud y de la educación, como trabajadores, como padres, como abuelos.

Eloisa Klasse es magíster en Salud Mental. Fue docente de la Facultad de Medicina. Integra el Programa de Bienestar Profesional del Colegio Médico.