Las obras teóricas, en ocasiones, son iluminadoras a la hora de entender o comprender algo que sucedió o algo que está sucediendo, lo que las hace derivar en elementos imprescindibles de la formación política e ideológica. Eso no quiere decir que semejante acercamiento no nos lleve a algunos puntos de contradicción como, por ejemplo, forzar la teoría para que encaje en la realidad o a la inversa, forzar la realidad para hacerla encajar en la teoría que nos seduce y atrapa.

En Las armas ideológicas de la muerte, el pensador, teólogo y economista latino-alemán Franz Hinkelammert analiza el sustento ideológico del sistema que se estaba imponiendo (a sangre, tortura y fuego) en el Chile pinochetista de la década del 70. Este autor (tan estimulante para desarrollar un pensamiento crítico como desconocido en estos lares) había llegado a ese país presidido por Salvador Allende a mediados de los 60 y como muchos intelectuales desarrolló una labor intensa y rica teóricamente. Con el golpe instaurado para imponer el sistema neoliberal, debió dejar el país, y así un laboratorio de ideas y prácticas se vieron truncadas y despedazadas.

En ese libro, editado por primera vez en 1977 y reeditado en 1981, analiza los pormenores ideológicos y los dogmas del sistema neoliberal que estaba naciendo. Así es que analiza entre otros a Friedrich von Hayek. Este teórico austríaco –virtuoso y refinado, por cierto– estuvo de visita en Chile y brindó conferencias y entrevistas de prensa. En una de ellas el austríaco afirmó lo siguiente: “Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la manutención de vida: no a la manutención de todas las vidas, porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto, las únicas reglas morales son las que llevan al cálculo de vidas: la propiedad y el contrato”.

Esto fue declarado en El Mercurio, diario que sigue hasta el día de hoy firme en su prédica conservadora y que marca las discusiones y la famosa “agenda”. Ahora bien, a esta declaración agrega Hinkelammert que “este cálculo de vidas de Hayek es, en realidad, un cálculo de muertes, en donde la aproximación al mercado total se transforma en un sacrificio de vidas humanas”.

El planteo es claro: algunos van a morir, es lo que ocurre en este sistema que coloca a la propiedad y a los contratos por encima de las vidas. En nuestro país, durante tres meses murieron 50 personas (en promedio) todos los días por coronavirus, y actualmente fallecen alrededor de 30 personas por día por esa enfermedad. En diciembre ya había sido advertido este escenario y, desde el diario El País, diario predicador de conservadurismo, se fustigaron duramente las críticas y se afirmó que eran parte de una oposición irresponsable. Obviamente que sus aliados en el gobierno hicieron lo suyo. Se trató de muertes evitables, según los expertos. Como de manera magistral tituló Hinkelammert su obra, las armas ideológicas que sostienen este sistema son armas que provocan la muerte. Sin embargo, el dogmatismo es tal que no imaginan otro camino y menos lo pueden ejecutar.

Lo más terrible y doloroso es que todos, de alguna manera, estamos siendo cercados por esta situación. Más cerca o más lejos tenemos un conocido que está en una situación difícil por mantener las “perillas encendidas”. Aunque en realidad no hay datos al respecto y quizá los “malla oro” no tengan en sus alrededores tanto dolor como en el “pelotón” (no parece muy extraño, ya que los primeros gozan de privilegios que los hacen evitar subirse a un ómnibus, ir a una olla popular, concurrir a trabajar en lugares insalubres, etcétera).

¿Será por este motivo que los gobernantes están cuestionando y ninguneando de manera sistemática las ideas opositoras? ¿Será que perciben que la oposición a sus políticas gana seguidores y que van por camino al desbarranque?

El rumbo de las autoridades parece que no va a cambiar. Están decididos a seguir por este camino. Ante una situación como la que estamos viviendo como sociedad es difícil reaccionar, y por eso hay una especie de quietud generalizada en el campo popular respecto de este tema, una quietud que hace recordar a la canción de La Polla Record: “Esta paz huele mal / es la paz / de los muertos”.

Sin embargo, frente a esa quietud o como contrapartida, sí hay otro tema que viene siendo tomado y sobre el que no hay una clara definición de qué pasará finalmente: la recolección de firmas para derogar la ley de urgente consideración (LUC). Y acá hay que hacer otro paréntesis y nos preguntamos: ¿será por este motivo que los gobernantes están cuestionando y ninguneando de manera sistemática las ideas opositoras? ¿Será que perciben que la oposición a sus políticas gana seguidores y que van por camino al desbarranque? ¿Por eso han salido de manera estridente a enfrentarse senadores y otras autoridades, a decir que no van a aceptar que se afirme que este gobierno sea el responsables de lo que está pasando o lo que pueda seguir pasando? ¿Por eso hay una campaña que pretende difundir el miedo (sanciones y citaciones a declarar por opiniones realizadas en redes sociales)?

En la historia este quedará marcado como un período trágico de nuestro país. Un período que puede imprimir un antes y un después. Las consecuencias en la sociedad ya están siendo colosales. Con todo, hay otras que no se están viendo pero que igual dejarán su marca. Como también quedarán patentes quiénes fueron los responsables de evitar o mitigar que esto sucediera.

Para finalizar, es importante volver al principio de este texto. Y avanzar unos pasos. Más que nunca queda clara la importancia y la centralidad de la formación teórica para acercarnos a comprender y entender la realidad. Como decía también Hinkelammert, el “marco categorial” es lo que nos permite percibir y distinguir algunos temas, que con otro “marco categorial” ni siquiera es posible advertir. De allí la importancia de no abandonar ni desdeñar la lucha y la batalla de ideas, que en definitiva son las que permiten comprender y actuar en el mundo (aunque no nos demos cuenta o ni siquiera lo apreciemos).

Desde los grupos dominantes lo tienen muy claro y por eso trabajan y dedican grandes presupuestos para este objetivo: medios de comunicación, operaciones en redes sociales que implican estudios diversos, en definitiva, grandes construcciones de usinas de ideas para convencer de que esta realidad es la única posible.

Una tarea ineludible es la construcción de programas y proyectos potentes con lógicas distintas a las dominantes, y para eso se necesitará presupuesto y proyectos políticos que quieran experimentar lo nuevo desde la producción de ideas y la producción de conocimiento con otros objetivos que los que actualmente existen. Hay mucho por hacer.

Héctor Altamirano es docente de Historia.