Según la revista Forbes –que, dada la obscena exaltación de la riqueza a la que se dedica, es algo así como la versión culta de la revista Caras–, la persona más rica del planeta por cuarto año consecutivo es Jeff Bezos, el creador y principal accionista de Amazon.

No sólo repite en el primer puesto de ese ranking, sino que lo hace habiendo aumentado su fortuna en relación con el año anterior en unos 64.000 millones de dólares, es decir, unas ocho veces más que todas las exportaciones de bienes de Uruguay (incluyendo las zonas francas) en el mismo período.

La fortuna de Bezos alcanza, entonces, los 177.000 millones de dólares. No es una fortuna heredada, como suelen tener muchos otros de los que integran la lista, sino que ha sido generada por Bezos a lo largo de las últimas tres décadas.

Es muy frecuente que lo que se resalte con admiración sea su capacidad empresarial, su empuje emprendedor, su visión para los negocios, las fuentes de trabajo que genera, su creatividad innovadora y demás elogios con los que los asistentes a este circo romano en el que vivimos suelen referirse a él, olvidando, en este mundo occidental y cristiano del que formamos parte, aquello que según Mateo (19, 23-30) Jesús dijo a sus discípulos: “De cierto os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios”.

Es ocioso decir que se trata de una riqueza descomunalmente inmensa, pero seguramente sea una cifra difícil de imaginar para la inmensa mayoría de las personas. Para entender cuánto dinero tiene Bezos –y ya que me puse bíblico–, esa fortuna es el equivalente a haber ganado 10.000 dólares por hora, durante cada hora, de cada día, de cada año, desde el nacimiento de Jesús hasta hoy.

Claro que Jeff Bezos no es el único milmillonario, por más que supere en unos 26.000 millones de dólares al segundo de la lista o casi duplique la fortuna de Mark Zuckerberg, quien ocupa un deshonroso quinto puesto.

Evidentemente la crisis sanitaria y económica debida a la pandemia no golpea a todos por igual. De hecho, según el informe anual sobre riqueza global del banco Credit Suisse, la riqueza de los individuos adultos rompió en 2020 un nuevo récord al crecer 6%, alcanzando, en promedio, unos 80.000 dólares por persona. Nada mal si confiamos en la fuente y nos contentamos con el parámetro estadístico.

Porque, claro, eso es sólo en valores promedio. De acuerdo a la misma fuente (el banco Credit Suisse), la realidad es que la riqueza de 55% de la población adulta mundial (casi 3.000 millones de personas) está entre cero y 10.000 dólares, lo que, sumado, totaliza unos 5.500 millones de dólares. En el extremo opuesto, la sumatoria de la riqueza del 1,1% más rico del planeta (unos 56 millones de personas) es casi 35 veces más grande, llegando a los 191.600 millones de dólares.

Mientras que en este año de “crisis pandémica” la lista Forbes de ricos batió récords incrementándose en más del 30%, al mismo tiempo se perdieron 140 millones de puestos de trabajo en el planeta.

Pero la vida es injusta y no todo es color de rosa. De esos 56 millones de ricos, solamente 2.755 multimillonarios integran la selecta lista de la revista Forbes. Y eso es así porque al interior de esta pobre gente rica también existe una enorme concentración de la riqueza: esos 2.755 multimillonarios –que sólo son 0,005% de los 56 millones de ricos– poseen 7% de los 191.600 millones de dólares que acumulan los ricos en conjunto, es decir, tienen 1.400 veces más riqueza que la proporción de los ricos que representan.

Dicho sea de paso, mientras que en este año de “crisis pandémica” la lista Forbes de ricos batió récords al incrementarse en más de 30%, al pasar de 2.095 individuos en 2019 a los 2.755 de 2020, según se maneja en la prensa, citando a la Organización Internacional del Trabajo, al mismo tiempo se perdieron 140 millones de puestos de trabajo en el planeta. Sería muy tentador tratar de buscar vínculos entre uno y otro fenómeno, pero prefiero no entrar en esa discusión que, en lo personal, la tengo saldada hace rato.

En cambio, prefiero volver a Jeff Bezos y su exitoso Amazon, ya que, sin perjuicio de otros burros enterrados que puedan adjudicársele, representa el paradigma del actual modelo suicida de producción y consumo de bienes, tal como quedó recientemente documentado en un informe de ITV News, el programa de noticias de la cadena de televisión británica ITV, primer canal de televisión comercial abierto de Reino Unido que transmite desde 1955.

En el informe se da cuenta de cómo, solamente desde uno de los depósitos de Amazon de Reino Unido, situado en Dunfermline, Escocia, semanalmente son destruidos decenas de miles de artículos nuevos y en buen estado (computadoras, libros, electrodomésticos, joyas, televisores, etcétera), sencillamente porque es más económico destruirlos que darles el destino para el que fueron creados.1

No hace falta mencionar los cuestionamientos éticos y ambientales de esta práctica en la que se funda parte del éxito de Bezos, que no son más que los cuestionamientos que le caben al modelo actual de desarrollo de nuestra aún prehistórica sociedad humana.

Gustavo Garibotto es ingeniero agrónomo, exdocente e investigador en la Universidad de la República, productor rural ganadero y asesor privado.


  1. Informe de ITV News: youtu.be/mxqz2g05MTI