En este artículo intentaré abordar el modelo de formación docente universitaria al que aspiramos y para ello me detendré en los aspectos que no son deseables, en función de algunos anuncios y acciones del actual gobierno.

Pablo da Silveira, ministro de Educación y Cultura, afirmó en el Senado el 14 de junio que las acciones que ese ministerio está desarrollando en la formación pública en educación implican “un camino nuevo para llegar adonde todos queremos llegar”, porque “todos queremos” que la formación en educación “tenga rango universitario”, pero “hasta ahora no habíamos encontrado la manera de hacerlo”. Según dijo, ahora “tenemos un camino” que “trae cosas buenas para todos”.

No es cierto que todos queremos llegar a lo mismo en la formación pública en educación. Muchos no estamos de acuerdo. Tampoco estamos de acuerdo con que el camino que está transitando el actual gobierno traiga “cosas buenas para todos”. Por el contrario, entendemos que transitarlo traería cosas muy malas para casi todos.

Nosotros, los ninguneados en el “todos” ministerial, todos los que hemos trabajado por una universidad pública autónoma y de alcance nacional para la formación pública en educación de grado y posgrado, queremos algo bien distinto a lo que quieren los parlamentarios que votaron los artículos de la ley de urgente consideración (LUC) referidos a educación y el actual gobierno, que los reglamentó.

Ellos quieren llegar a un sistema nacional de mercado público y privado para la formación en educación, en el que las instituciones compitan por la preferencia de los “usuarios” a través de múltiples “carreras” de formación en educación a las que el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) otorgará el reconocimiento de “universitarias” y la ANEP el de la “educación”, que será ofertada tanto por “prestadores” privados como públicos, nacionales o no, regionales o locales.

El grueso de las carreras de la actual formación pública en educación no entrarán en ese mercado, pues sólo podrán ofrecer títulos de grado, les estará vedado realizar investigaciones y actividades de extensión, y ‒por definición del artículo 22 de la LUC‒ serán de nivel necesariamente inferior al de cualquier carrera universitaria. La formación pública, estatal u oficial en educación ‒e indirectamente y a la larga, la educación pública a secas‒ degradada, desarticulada y seguramente sin sostén del propio Estado, queda condenada a muerte. Vegetará hasta desaparecer o será absorbida por un mercado comercial, llamado “universitario”, donde lo “público” se diluye en múltiples ofertas “privadas”.

Es claro que tampoco queremos el camino hacia lo que ellos quieren, porque pasa por la destrucción del actual sistema de formación en educación, condición necesaria para la eventual y futura instalación de un sistema nacional de formación en educación basado en la oferta y la demanda.

Como queremos un modelo distinto al que está llevando adelante el gobierno y que toda la formación pública en educación se integre en una nueva universidad nacional autónoma y con cogobierno, se trata de generar nuestro nos-otros, el de los que, al menos, deberíamos asumir como punto de partida:

‒ La reafirmación de que la formación pública de docentes debe estar a cargo de un ente autónomo universitario público, de alcance nacional, con autonomía y cogobierno, que ofrezca estudios y títulos de grado y posgrado. Además, que cumpla las funciones de vínculo con la comunidad, investigación y enseñanza en el campo de la educación, y que esté integrada por la totalidad de institutos y centros dependientes del actual Consejo de Formación en Educación (CFE) de la ANEP.

‒ El rechazo frontal a la destrucción de la identidad nacional de la formación pública de docentes y educadores, y a todo intento de mercantilizarla.

Este nos-otros tendría que tomar en cuenta dos datos de la realidad que traban seriamente la formación pública en educación a la que aspiramos; en primer lugar, que hoy no haya ninguna propuesta de institucionalidad pública universitaria para la formación en educación. La institucionalidad prevista en la Ley General de Educación y no concretada fue derogada por la LUC. Los proyectos de ley para la creación de una Universidad de la Educación rechazados en las legislaturas anteriores fueron archivados definitivamente.

Actualmente hay en marcha un decidido proceso de destrucción de la formación pública en educación, cuyos primeros pasos ya se han dado: su inferiorización por ley, la renuncia a transformarla en universidad.

En segundo lugar, desde hace tiempo hay campañas de desprestigio e intentos de desprofesionalización de la formación en educación. Actualmente hay en marcha un decidido proceso de destrucción de la formación pública en educación, cuyos primeros pasos ya se han dado: su inferiorización por ley, la renuncia a transformarla en universidad, la intervención del MEC en la implementación de su desmantelamiento, usurpando la realización de acciones que la Constitución reserva a los entes autónomos de la educación.

Es necesario detener y revertir la actual circunstancia, de modo que habilite a preservar la identidad de la educación pública en educación forjada a través de la historia. También mejorarla, de modo de recuperar posibilidades con que contó, como los posgrados del Instituto Magisterial Superior durante decenios, y las Misiones Pedagógicas, así como experiencias exitosas de posgrados en sentido estricto e investigaciones que fueron “discontinuadas” o se desarrollan al amparo ‒siempre lábil‒ de la buena voluntad de otras instituciones o a la veleidad de los gobiernos de turno. Esto último nos exige continuar sosteniendo la necesidad y vigencia de una universidad de educación que sea pública y de alcance nacional.

Para eso es necesario intentar construir un movimiento o red que conjunte los esfuerzos de todos quienes coincidimos en estas ideas en un nos-otros potente, consciente de nuestra fuerza y de nuestras potencialidades críticas, creativas y argumentativas. Un nos-otros capaz de revertir esta situación indeseable y de parar la propuesta que se quiere imponer. Un nos-otros potente en el sentido de tener fuerza, de ejercer su poder y prácticas de liberación. Un nos-otros capaz de ir creando y desarrollando nuestra propuesta institucional, de ir desde ya recopilando, realizando y valorando experiencias prácticas, así como desarrollos teóricos conjuntos en este sentido.

Construir esta red o movimiento que llamo “nos-otros” debería hacerse con ciertas características para poder desarrollar una acción en constante intercambio, una reflexión y discusión franca y fraterna entre sus integrantes.

Un “nos” que abarca “otros” ha de ser plural; no una mera acumulación de “yos” individuales o colectivos. Debe incluir el trabajo de crítica, autocrítica, corrección, discusión y diálogo propio de una unidad en la diversidad capaz de ser un interlocutor de peso en la discusión pública. No debería disgregarse por discrepancias coyunturales, debe saber procesarlas sin romperse. Debe ser un nosotros abierto a todos quienes, compartiendo sus ideas centrales, deseen integrarlo.

Un “nosotros” que sea capaz de no dejar el campo libre a quienes quieren imponer otra cosa, que no abandone la lucha contra el modelo de formación docente que rechazamos. Es fuerte la tentación, en esta circunstancia, a bajar los brazos, pero sabemos que no es posible imponer este modelo indeseable sino contando con el silencio de quienes no se atrevan a enfrentarlo, o crean posible obtener alguna ventaja particular colaborando con la fragmentación de nuestra formación docente.

Precisamos un nosotros capaz de rechazar el modelo al que no aspiramos, encarnado en el proyecto gubernamental de liquidación de la formación pública de docentes. Un nosotros capaz de oponerse a él, de impedir su realización.

En la práctica, un camino de construcción de un nos-otros de este tipo, que coordine acciones de diversos colectivos y personas, con base en una plataforma mínima en común, no es fácil. Pero también puede llegar a ser un actor de importancia para nuestra educación, incluso en el largo plazo.

A corto plazo, lo importante está en darle existencia. Y para eso cada persona, cada grupo, ha de estar dispuesto a unir con estos fines varios “nos” y varios “otros” respetando las características de cada uno, que sabemos son bien diferentes.

El proceso constitutivo está en marcha, ojalá sea posible construir este “nos-otros”.

Mauricio Langón es profesor de Filosofía e integrante del Grupo de Reflexión en Educación.