Las muertes por lucir una camiseta, los homicidios reiterados con clamor de venganza de unas y otras hinchadas muestran lo más cruel, insólito y absurdo de la violencia que circula en nuestra sociedad. No hay respuestas fáciles. No hay atajos.

Es necesario tomar medidas, claro. Pero más importante es analizarlo como emergente, como síntoma que nos alecciona sobre la profunda complejidad que tienen los hechos delictivos y todas las violencias sociales que nos rodean. Mejor dicho, que nos implican.

Algunos siguen creyendo, por pura ideología, en un reduccionismo simplote: castigo y autoridad. Y en una coartada: las responsabilidades son de las gestiones del anterior gobierno. No de todas las gestiones anteriores. No. De esas no. Aunque desde 1997 se retoca el Código Penal aumentando todas la penas y aunque los cataclismos sociales fueron cantera de reclutamiento de niños y niñas cuya carrera criminal conocimos 20 años después, todavía continúan, porque se ha reemplazado la cultura del trabajo por la libertad de “arreglate como puedas”.

A propósito de violencias y niñez, la diaria informó que “más de 386.000 niñas, niños y adolescentes de Uruguay viven en hogares donde se reportaron situaciones de violencia de género, según un informe de Inmujeres, Sipiav y Unicef que busca visibilizar el impacto de estos contextos en la infancia y la adolescencia”. Categórico. A estos futuros jóvenes lo que les promete este proyecto son más palos.

El ministro Luis Alberto Heber se niega a escuchar otras voces, a recoger lo bueno de otros. O simplemente a reconocer que estaban equivocados, que al menos esto es una materia mucho más difícil que lo que pensaban, de lo que todos pensábamos. Lo contrario sería una señal, me animo a sugerir, que levantaría su prestigio y política. Pero como en el cuento de la rana y el escorpión, está en su naturaleza. Seguirán en campaña y no escuchando a nadie. La conjura de los necios.

Carbono14

Luego de ser sometido a un hisopado de carbono 14, me atrevo a contar algo que, creo, resulta de interés. De niño en los cumpleaños de mis tías coincidíamos con un simpático y agradable veterano, siempre de traje y corbata, muy cariñoso con los niños.

Carlos Pache, Carlucho, era el jefe de la Biblioteca de la Facultad de Agronomía y un sabio. Tenía la virtud de aprovechar cualquier momento de esas fiestas para hacer docencia. Una de la más célebre: “Nunca sean jugadores de fútbol”, “¿Por qué?”, preguntábamos con mi hermano, atónitos. Respondía: “Porque los jugadores se compran y se venden... y los hombres nunca deben venderse”.

Hace de esto más de medio siglo. En aquellas épocas, recuerdo a Carlos Solé y a otros discutir, todavía, la conveniencia o no de profesionalizar el fútbol o mantenerlo en su carácter amateur. Fue un debate, cómo no.

Hoy, todo esto es una antigualla. Ha sido superado en dimensiones globales, hipermercantilizado, manipulable en un consumismo apabullante, que genera miles de millones de dólares. Para algunos pocos. Otros mueren por una camiseta, fieles y sentimentales consumidores de los colores de su club. Otros son fieles a don Dinero. El éxito y las ganancias son para una ínfima parte de los que comienzan la carrera deportiva y para los empresarios de toda la constelación, lo han señalado algunas gremiales y analistas serios. Ser futbolista es un sueño acariciado. Ser hincha apasionado es una posibilidad más inmediata, que genera buenas satisfacciones, pero, sabemos, tiene sus riesgos, ahora mortales.

Ha sido un buen camino en la formación de inferiores educar en un sentido más humanista, evitando que abandonen sus estudios, por ejemplo. También las medidas para evitar la crueldad de las “hinchadas de papás y mamás” que habitaban el fútbol infantil. Barbaridades se oían, no sólo contra los rivales, a sus propios hijos les gritaban, insultaban, haciéndolos sentir inferiores por sus errores.

El valor de una camiseta

En el curso práctico que hice sobre lavado de activos, cuando desempeñaba mis funciones en la Junta Nacional de Drogas, aprendí que el mercadeo de jugadores es tierra fértil, “zona de riesgo”, de lavado de dinero. Tenía razón Carlucho.

La pasión de las hinchadas es vieja, incluso con determinados casos de violencia, propios de un deporte de contacto y de la pasión y entusiasmo de miles, que es un riesgo. No soy ingenuo, pero ahora están potenciadas. Hay grandes intereses que mueven millones y no tienen ningún tipo de regulación. Es mercado puro y duro, libre. Es sabido. Hay barras bravas que son amañadas, protegidas y potenciadas por algunos empresarios inescrupulosos, funcionales a los millones que se juegan en un espectáculo cada vez más mercantilizado, promovido por varios medios. El periodismo deportivo tiene responsabilidades, aunque no todo, porque como en cualquier campo, hay comunicadores serios y de los otros.

El aviso de suspender los partidos es una medida de cierta sensatez, aunque dudo de su eficacia dada la naturaleza que hoy tienen estos homicidios y el carácter de estas violencias.

Un comentarista deportivo de cierto renombre, de apellido Da Silveira, hoy aplaude el anuncio de suspensión de los partidos clásicos. Cuando en su momento Eduardo Bonomi anunció una medida similar, este mismo comentarista dijo que “si no podía asegurar la paz de los clásicos, tenía que renunciar”.

El aviso de suspender los partidos es una medida de cierta sensatez, aunque dudo de su eficacia dada la naturaleza que hoy tienen estos homicidios y el carácter de estas violencias. No se dan en el ámbito de las canchas. Ni en la entrada ni en la salida. También dudo que la concreten. Sabemos que el lobby deportivo es muy fuerte y pisa fuerte.

“La culpa la tuvo el otro”

La regulación de los espectáculos deportivos fue un paso de la administración del Frente Amplio, aunque Luis Alberto Heber no pueda reconocerlo e insista, como lo hace todo este gobierno, recurriendo a aquel viejo título de la película de Luis Sandrini (nueva prueba de carbono 14): La culpa la tuvo el otro.

Pero los hechos trágicos demuestran que las violencias, incluida esta, animadas por los grupos que se benefician de la ultramercantilización del fútbol, de toda la constelación de ciertos dirigentes corruptos, intereses de los medios y de todo tipo de marketing (y seguramente de otras variables que no conocemos) muestran patéticamente que se puede ser víctima de un homicidio por vestir una camiseta.

Es algo más que narcisismo de las pequeñas diferencias. Es un clima de odio, violencia y agresión que se incuba en nuestra sociedad. Es para analizar en profundidad y regular. Todo, lo deportivo y lo financiero. La vida demuestra que en campaña electoral se puede decir cualquier barbaridad. Luego viene la cruel verdad de la realidad: la tumba de los crack.

Seguir aumentando castigos con más penas y más tiempo en la cárcel, dar “todo el poder a la Policía”, ha demostrado su inoperancia; no resuelve nada. Es más, empeora el clima de violencia, en las cárceles, en la represión callejera a lo popular y lo sindical. Además, no resuelve otras violencias que se tramitan con una crueldad infinita: feminicidios, violencia contra niños, ambiente futbolístico, micro menudeo, siniestros, suicidios.

El horizonte de la convivencia es un tema más extenso que incluye la seguridad ciudadana. Es necesario definir una política criminal con pretensión de largo plazo, como bien lo han señalado distinguidos especialistas, como el exfiscal doctor Jorge Díaz o los académicos Nicolas Trajtemberg y Clara Musto, entre otros.

Es un grave error insistir en que el único actor en este tema es la Policía o el Ministerio del Interior; es materia de abordaje interinstitucional. Lo afirmo luego de haber actuado en el campo de las políticas de drogas con una institución modelo de abordaje multiinstitucional como lo es la Junta Nacional de Drogas.

La violencia que viven nuestras sociedades es compleja, y hay que darse tiempo y espacio, sabiduría para convocar a muchos protagonistas, varias instituciones, a la academia y organizaciones sociales, ni que hablar de a todo el arco político.

Estas son “medidas” de fondo a tomar. Insistir con el hallazgo epistemológico enunciado recientemente de que “no tomar medidas es también una medida” aportará, quién sabe, al principio de incertidumbre. Pero en este caso será la medida del fracaso.

Milton Romani Gerner fue embajador ante la Organización de los Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas.