Reconstruir el pensamiento feminista de un autor del que nos distancia más de un siglo –y particularmente el siglo feminista por antonomasia– exige evitar un peligro: la crítica anacrónica. El caudal de producción teórica y movilización sociopolítica de las mujeres entre su tiempo y el nuestro es tal que debemos comprender y valorar su feminismo en el trasfondo de su tiempo. Lo primero que salta a la vista es que el filósofo uruguayo hizo una de las primeras elaboraciones teóricas sobre la condición de la mujer en el contexto latinoamericano (Oliver, 2002; Andreoli 2012), discutiendo un tema que no gozaba de la atención de la academia.

El pensamiento de Carlos Vaz Ferreira sobre la situación de la mujer puede reconstruirse a partir de una serie de conferencias que el filósofo y abogado uruguayo dictara en Montevideo entre 1914 y 1922, y que fueran publicadas en 1933 en un libro titulado Sobre feminismo. Pero ¿qué implicaba llevar el adjetivo “feminista” entonces? En 1914 ser feminista es argumentar a favor del sufragio femenino, encontrar valioso y conveniente que la mujer se eduque; considerar que todas las carreras, profesiones y empleos deben estar abiertos a ellas, y estar a favor de que se pueda disolver un matrimonio cuando la unión no ha funcionado. Vaz Ferreira se posicionó favorablemente hacia los cuatro, por lo que llevaba correctamente el rótulo de “feminista”. Su posición no fue sólo la de un pensador liberal que se opuso a un conservadurismo antifeminista, sino también y fundamentalmente se opuso a un modo de feminismo liberal que denominaba “feminismo de la igualdad”, y que encontraba errado –si no en su espíritu, sí en su impacto en el mundo–. Y es que en ello fue un claro utilitarista: el impacto de las ideas importa más que las buenas intenciones y los rigurosos principios. Entre el polo del antifeminismo conservador y el feminismo de la igualdad, Vaz Ferreira se posicionó a favor de lo que llamó un “feminismo de compensación”.

Señalemos dos puntos antes de seguir. El primero es que el filósofo uruguayo no rechazaba la etiqueta, pero tampoco parecía hacer de ello un estandarte o carta de presentación. Así se expresaba: “El feminismo de compensación, [...] sería por ejemplo el mío, si quisieran darme el nombre de feminista, que yo no repugno pero a condición de que fuera en ese sentido” (1933: 155). No parece esta sentencia deberse a una falta de convencimiento, sino como una respuesta razonable ante un término que era aún relativamente novedoso, y asociado, por algunos, a un fenómeno foráneo al Río de la Plata, específicamente, a las prácticas políticas de las “exaltadas” anglosajonas (Cuadro, 2017). Por eso muchos liberales preferían hablar de la “emancipación femenina”, en el sentido de dejar de equiparar el lugar de la mujer con el que ocupaban los hijos menores “no emancipados” en el hogar patriarcal tradicional.

El segundo aspecto –que hoy catalogaríamos como expresión de su “androcentrismo”– es que los sujetos de análisis discursivo de Vaz no son “las feministas”, sino “los feministas”. Se trata de un filósofo participando en un debate entre varones. La historia cuenta, sin embargo, que ya existían mujeres librepensadoras, como la maestra y periodista María Abella de Ramírez, que escribía en la prensa local a favor de la educación para acceder al mercado laboral en mejores condiciones (Cuadro, 2017). En toda la obra de Vaz no hay referencias a conceptos o tesis aportadas por una mujer. En ello dista bastante de la consideración que, décadas antes, tuviera un filósofo muy admirado y leído por Vaz como fue John Suart Mill hacia las ideas de su esposa Harriet Taylor en su obra conjunta La sujeción de la mujer (1869) y hacia el aporte intelectual general que el género femenino podía realizar a la humanidad en su conjunto.

Ligamos mal

Aunque la reflexión vazferreiriana sobre la mujer tiene diversas aristas, priorizo aquí, por razones de espacio, un aspecto medular. El punto de partida de su feminismo es la consideración de que las mujeres sufrimos una injusticia fisiológica que la sociedad debe compensar, o, en otras palabras, que salimos mal paradas en la lotería de la naturaleza. Esta “mala suerte” radica en la capacidad del cuerpo femenino de gestar una nueva vida. Lo expone con enorme claridad al señalar: “Cuando un hombre y una mujer se unen, a la mujer se le forma un hijo; al hombre, no le sucede nada” (1933: 81). Para Vaz existe una diferencia de hecho fundamental entre hombres y mujeres, de acuerdo al distinto papel desempeñado en la reproducción. “Las cargas pesadas del embarazo, el parto y la lactancia recaen sobre un sexo” (1933: 96), decía, rompiendo con la romantización de la maternidad propia de un pensamiento conservador. Según Vaz, ignorar esta diferencia sexual básica en nuestra especie es una torpeza que cometen los feministas de la igualdad. “Tener presente ese hecho; sentir lo doloroso e injusto de algunos de sus efectos, y procurar su compensación –que podrá ser igualando o desigualando, según los casos– sería el verdadero y buen feminismo” (1933: 82). A la naturaleza esta diferencia le es indiferente. Pero no a la sociedad, sobre todo si es “civilizada” y ha desarrollado un sentido de justicia.

Este recurso a la biología era también utilizado por los conservadores, pero en un sentido diferente. La mujer debía atenerse a su rol de madre, pues su anatomía y fisiología se lo dictaminan. Aquí el filósofo alerta, de un modo valioso, que un hecho biológico puede ser interpretado de diferentes maneras. Para Vaz, es indiscutible que pertenecemos a una especie organizada fisiológicamente en desventaja para las hembras, cosa que no les ocurre a los insectos o a los arácnidos. El error de interpretación es pensar que si la naturaleza nos ha hecho así, así habremos de organizarnos. La otra forma de interpretar esto es pensar: “Como somos especie en evolución, con espíritu, con razón, con sentimientos y con valores morales, la tendencia debe ser a corregir (en lo posible) y a compensar” (1933: 97) para evitar que esta injusticia se exagere.

Así es como Vaz Ferreira propone su “feminismo de la compensación”, que no pretendió ser sólo una reflexión moral, sino influir en la política y la legislación uruguaya. La propuesta legislativa más emblemática de Vaz inspirada en su perspectiva –y que gozó de la buena suerte de ser aprobada– fue el divorcio por la sola voluntad de la mujer. Dado el estado social actual, decía, en que el marido manda en el hogar y la esposa le debe obediencia por ley, el divorcio debe favorecer a la mujer para que pueda salirse de un contrato en que él tiene muy poca injerencia. Esta propuesta legal era profundamente innovadora para la época y estaba muy conectada con el impulso que dio el gobierno de José Batlle y Ordóñez a la emancipación de la mujer en diferentes áreas. El feminismo compensatorio reconocía tempranamente la noción de equidad –tratar distinto a los distintos es lo que garantiza la igualdad real– y hoy persiste, por ejemplo, en nuestra actual ley de violencia de género y en la prioridad que se les otorga a las medidas preventivas frente a una denuncia de una mujer. También puede verse como antecesor de la crítica que las juristas feministas como Katherine MacKinnon realizan en los 90 al derecho liberal y su neutralidad en cuestiones de género. La cuestión es que esta construcción legal innovadora del filósofo no dejó de anclarse en consideraciones bastante más conservadoras.

Las cargas propias de la mujer

Lo que Vaz no pudo o quiso ver –como sí lo hizo Mill– es que la situación de la mujer era grave por motivos básicamente sociohistóricos, y no naturales. Los asuntos del embarazo y la lactancia son tomados como hechos puramente biológicos, y no hay en Vaz alusión ninguna a las cargas evitables que acompañan a la maternidad (Andreoli, 2012: 130). Si bien es de recibo que metabólicamente podríamos hablar de que embarazo y lactancia “cargan” el cuerpo femenino, es un contexto cultural particular el que determina, en primer lugar, que tal carga tenga un sentido negativo, y en segundo lugar, que quede asociada a tantas otras cargas evitables. La valoración de esta diferencia sexual –véase que no se trata sólo de constatar un hecho, sino de una valoración– como “carga pesada” y como debilidad natural es un supuesto que el filósofo toma axiomáticamente, como verdad incuestionable. Da la impresión de que en la “pesada carga” Vaz toma como naturales componentes que no lo son. O ¿qué relación uniría intrínsecamente la carga de gestar y la carga de colgar y recoger la ropa, o la de preparar alimentos? No parece haber ninguna. Pero además, ¿por qué afirmar que contar con útero, capacidad de gestar una nueva vida humana, dar a luz y alimentar a una nueva persona con el propio cuerpo constituyen mala suerte, si no es asumiendo ciertos supuestos que son históricos, contingentes y modificables, como que el varón no tendría ninguna participación en dicho proceso, o que la mujer estará atada exclusivamente a cuidar a otro ser humano? Es cierto que deberá esperarse al feminismo de la diferencia contemporáneo para pensar, a diferencia de Vaz, que es precisamente la capacidad biológica de gestación un motivo de orgullo de la diferencia femenina, y la clave para una revalorización del cuidado como actitud hacia los otros en una propuesta de transvaloración de toda la cultura occidental.

Vaz Ferreira argumentó a favor del voto femenino y, con seguridad, fue uno de los responsables de que nuestra nación lo lograra tempranamente.

Volviendo a nuestro filósofo, sostenía: “Abriría los empleos y carreras para las mujeres sin restricciones legales. No porque desee, ni espere, que la totalidad o la gran generalidad –como ciertos ‘feministas’ creen bueno– las ejerzan; ni creyendo su ejercicio por la mujer tan fácilmente compatible con la actuación de ella en la familia, como esos feministas suelen hacerse creer a sí mismos que puede ser. Pero las abriría, y ampliamente, para que las ejercieran las que lo necesitaran o las que lo desearan” (1933: 76). El hombre no debe complementar su carga propia con tareas en el hogar como la mujer sí debe complementarse con un acceso a la cultura que la dignifique, vuelva superior, la complazca y vuelva mejor compañera y educadora de sus hijos: “La base de cultura contribuirá a dignificar la unión: ya podrá la mujer comprender a un hombre de cultura elevada, educar hijos, o contribuir a su educación” (1933: 75). También, desde un sentido común muy realista, veía la educación de la mujer como una “garantía” para cuando el ideal matrimonial no se concretara o saliera mal.

Mientras que Mill afirmó que “lo que se llama la naturaleza de la mujer es eminentemente una cosa artificial” (2008: 493), Vaz Ferreira fue declaradamente escéptico sobre la existencia de una psicología innata femenina, y también sobre que las mujeres tuvieran acceso al supremo grado del genio o de la creación intelectual, pero, de todos modos, nos dice, poco importa porque no se requiere de tal para la mayor parte de las ocupaciones que las mujeres pueden ocupar –abogadas, médicas, docentes, funcionarias– y que los conservadores se negaban a cederles.

Un legado para el feminismo

Vaz Ferreira argumentó a favor del voto femenino y, con seguridad, fue uno de los responsables de que nuestra nación lo lograra tempranamente. Pero fue mucho más que un sufragista y de hecho no consideraba que el tema del voto fuera lo central del debate feminista. Dio en su reflexión entrada a temas como el lugar de la mujer en la familia, la participación en las decisiones económicas y, en general, lo que refería a la fundamental “relación entre los sexos”. En este sentido, se atrevió a reflexiones sobre la situación de la mujer en la esfera íntima, que llamativamente un liberal de la talla de John Rawls, 50 años más tarde, desconoció completamente, y le valieron la crítica del feminismo liberal contemporáneo.

No puede dejar de reconocerse en su pensamiento un legado valiosísimo para el feminismo latinoamericano. Por un lado, el impulso por visibilizar, clasificar y analizar la “cuestión de la mujer”, que empezaba a percibirse en la sociedad uruguaya como un fenómeno sociológico nuevo. Es gratificante contar en la historia de nuestro pensamiento uruguayo con un autor que defendió muy tempranamente la mejora de la condición política, social, pedagógica y económica de la mujer. Por otro lado, nos dejó el impulso de pensar este tema con honestidad intelectual y sin unilateralidades. Quiso dejar en evidencia las formas erradas de discutir y argumentar sobre los problemas sociales y las “cuestiones normativas”, analizando las diferentes posiciones y cómo argumentaba la gente en torno a él, mostrando sus inconsistencias y cuál sería “el estado de espíritu” más razonable para abordarlo y para encontrar soluciones adecuadas.

Según Vaz, el feminismo entraba dentro de la lista de problemas mal discutidos en su época. Y podríamos decir que persisten muchas dificultades hoy también. La intención analítica de su argumentación es uno de los puntos más valiosos de su propuesta, aunque el resultado concreto de tal ejercicio en el autor sea más tímido o “timorato” de lo que uno esperaría, teniendo como referencia la obra previa de Stuart Mill. Su perspectiva tuvo elementos innovadores, sin duda, pero no se trató de un feminismo radical para las posibilidades de la época.

Por otro lado, nos dejó de herencia proponer esquemas de pensamiento que respondan a los problemas reales de las mujeres, a considerar el impacto de las ideas en el mundo. Quiso ser, como señala Amy Oliver, “un análisis de la situación social de las mujeres ‘de carne y hueso’”, más allá del debate ideologizado y las etiquetas. Hay una intención de hacer una filosofía que dé cuenta del sufrimiento femenino. Esta noble prioridad, sin embargo, cuando se une con su esencialismo biologicista y con la ponderación muy minoritaria de las causas sociales del sufrimiento de las mujeres, desemboca en una consideración exclusivamente negativa de la figura femenina. Desde la compasión, las mujeres sólo son vistas como víctimas de una injusticia natural que la sociedad debe compensar. Un feminismo que partía de una percepción de la mujer como ser distinto al hombre, y fundamentalmente, carente.

Ana Fascioli es doctora en Filosofía, profesora del Departamento de Filosofía de la Práctica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, y directora del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica del Uruguay.

Referencias bibliográficas

Vaz Ferreira, Carlos (1933). Sobre feminismo, Ediciones de la Sociedad de Amigos del Libro Rioplatense, Buenos Aires-Montevideo.

Andreoli, Miguel (2012). Pensar por ideas a tener en cuenta. Elementos de filosofía política en Vaz Ferreira, CSIC-Udelar.

Cuadro, Inés (2017). “¿Feminismo o feminismos? Una mirada histórica al uso de la voz en el Uruguay del Novecientos”, Hemisferio Izquierdo (blog).

Mill, John Stuart (2008). “The subjection of women” (1869), en On Liberty and other Essays, Oxford University Press, Londres.

Oliver, (2002). “El feminismo compensatorio de Carlos Vaz Ferreira” en Femenías, Perfiles del feminismo iberoamericano, Catálogos, Buenos Aires, pp. 41-50.