Alonso Quijano, el célebre personaje de Cervantes que le diera vida a Don Quijote, recurrió a la palabra para construir el mundo en el que quería vivir. Aquellas cosas comunes y seres cotidianos se convirtieron en relación a sus deseos, a través de una nueva denominación, en objetos y seres propios de un caballero andante. Su viejo rocín pasó a ser Rocinante para estar a la altura de Babieca o de Bucéfalo, una aldeana rústica se convirtió en la fina y hermosa dama Dulcinea del Toboso y él mismo, un hidalgo venido a menos, pasó a llamarse Don Quijote de la Mancha, así como las armas oxidadas de sus bisabuelos, con sólo creer que eran perfectas, le resultaron adecuadas para sus andanzas.

Estos ejercicios nominativos le permitieron construir un mundo “nuevo” bajo la potestad autoadjudicada de creer que al cambiar el nombre cambiaba la esencia, como si la palabra tuviera efectos milagrosos.

No sin sorpresa observo que ese mecanismo de creer en el valor taumatúrgico de la palabra sigue vigente y no hay en la actualidad mejor ejemplo que la tan mentada reforma educativa que plantean las autoridades de la educación. Cuando uno lee la propuesta no hay casi nada nuevo, nada más allá de lo conocido y ya inaugurado en tiempos anteriores, pero sí un conjunto de operaciones nominativas que disfrazan aquello existente y lo presentan como notable innovación. De esta manera, se eluden los grandes cambios que, a nuestro juicio, la educación uruguaya necesita. En resumen, más de lo mismo pero con nombres grandilocuentes. Se pone bajo el adjetivo de “integral” (“reforma integral”) un mero cambio de nombre de los cursos.

Nuestros hijos, sobrinos y nietos no irán más desde el año 2023 a primer año de ciclo básico, sino a séptimo, luego a octavo y finalmente a noveno, todos correspondientes a los tradicionales primero, segundo y tercero. La razón de semejante operación nominativa es el cuidado integral de la trayectoria, argumentan las autoridades de la educación; sin embargo, estos grados que le darían “integralidad” siguen brindándose en la órbita de Secundaria y UTU y por lo tanto en los liceos y escuelas técnicas como siempre, con las mismas estructuras institucionales, los mismos docentes y en casi idénticas circunstancias que el ciclo básico de la ya conocidísima Reformulación 2006. Quizás las autoridades piensen que el mero nombre puede cambiar la esencia pero es un ejercicio de escasa posibilidad de efecto, a menos que uno sea Don Quijote.

Cuando uno lee la propuesta de reforma educativa no hay casi nada nuevo, pero sí un conjunto de operaciones nominativas que disfrazan aquello existente y lo presentan como notable innovación.

El cambio sólo es de fachada, palabras o sintagmas que funcionan como paramento de lo existente. Más allá de una pretendida organización de grados, trayectos, tramos o campos –usen el vocablo que quieran–, tenemos la misma cantidad de asignaturas (aun cuando mil veces se interpeló el pasaje de una maestra única a doce o trece profesores) que serán dictadas en las conocidas condiciones, aunque ahora devaluadas, aparentemente algunas reducidas en su cantidad de horas, lo que se suma a las ya operadas reducciones producidas en estos dos años como el caso de las horas de coordinación, de coros y otras actividades de la educación media.

El proceso que impulsan las autoridades es claro: primero se nomina y luego se poda. Una poda escasamente entendible, pues se presenta, por ejemplo, que en el séptimo año (antes llamado primer año de ciclo básico) en el espacio de talleres optativos obligatorios se podrá elegir entre Música y Ciencias. No puedo comprender con qué sustento epistemológico puede hacerse semejante ofrecimiento, pero al parecer así será. Algunas asignaturas se desprecian como si no hubiera allí saberes para compartir o habilidades para desarrollar.

El documento que ha circulado en la prensa intenta presentar como un cambio revolucionario una nueva asignación de nombres. “Mundo Contemporáneo” en noveno no es más que Historia, cuyo programa de Reformulación 2006 contiene el análisis y estudio del mundo contemporáneo, ¡vaya innovación!

La malla curricular sólo cuenta con titulares, se presenta como una revolución sin serlo y además desconoce la voz y la posible producción colectiva de los educadores, cuando debió haber comenzado por convocarlos, escucharlos, formarlos.

La urgencia del tiempo político electoral parece ser el motor. ¿Puede haber transformación con un presupuesto recortado, con docentes a menudo destratados, deslegitimados y amenazados, en un contexto que no permitirá diseñar –y mucho menos implementar– espacios para el acompañamiento de los estudiantes, sobre todo de los que tienen ritmos más lentos de aprendizaje?

Entonces... ¿no hay reforma?

Aunque parezca paradójico a simple vista, reforma hay, pero no de carácter curricular. La verdadera reforma es el modo de hacer en educación que han generado las actuales autoridades. Un modo de gestionar con deficiencias severas que intentan tapar con la culpabilización a los docentes, la desconfianza permanente, el arrasamiento de los derechos, la asignación de adjetivos irrepetibles para hablar de los educadores y hasta la violación de la libertad de cátedra o la sombra permanente de la probable violación a la laicidad. Es esa la verdadera reforma: los cambios que no pasan de la apariencia y un enfrentamiento del que poco o nada puede esperarse en términos educativos, una propuesta curricular que no innova, que daña a los docentes, con una asignación de tiempos curriculares no fundamentados, que posterga el cambio sustancial que nuestro sistema educativo de verdad necesita y que a mi juicio debería comenzar por la formación de los profesores. Un cambio que no se resuelve con operaciones nominativas: se requiere sustancia en la propuesta transformadora que prometieron con tanto ahínco.

Alonso Quijano, el cuerdo-loco más querible de la literatura, tenía la intención de impartir justicia y construir un mundo mejor. No vale apropiarse de sus mecanismos.

Celsa Puente es profesora e integrante del colectivo Conversatorio sobre Educación. Fue directora general del Consejo de Educación Secundaria.