Cuenta Bernard Williams que en Princeton un profesor de Filosofía había colgado un cartel diciendo “¡Di no a la historia de la filosofía!”, haciendo eco del “¡Di no a las drogas!” de Nancy Reagan.1 Según una idea muy extendida, el filósofo y el historiador practican oficios distintos: el filósofo se preocupa por problemas inalterables en el curso del tiempo, el historiador, por contextualizar su propia búsqueda de la verdad.

La filosofía de Carlos Vaz Ferreira se ha fijado como un ejemplo de ese modo atemporal del quehacer filosófico, algo así como un modelo de filosofía conceptual y terapéutica, cuya función central es enseñarnos a pensar o argumentar antes que enseñar determinados pensamientos. Para Vaz Ferreira se trata de enseñar a pensar bien para que una “persona cualquiera” pueda detectar los errores, las falacias y las arbitrariedades de determinadas doctrinas. Bajo este planteamiento, la Historia como estudio del pasado perdería valor filosófico porque sólo informa determinados pensamientos y no la forma de pensar o argumentar esos pensamientos. ¿Están estas afirmaciones en la obra de Vaz Ferreira?

Si revisamos sus escritos nos encontramos que la Historia para él podría ser equiparable con una representación cinematográfica en que sólo se observan los gestos, quedando sin representación lo interno, lo mental, la interioridad psicológica. Vaz Ferreira sostiene entonces que a la Historia se le podría hacer las mismas preguntas que un psicólogo hace ante una biografía cualquiera: ¿y a eso llamamos la biografía de un hombre, a esa insignificante y externa serie de acciones? ¿Qué es lo que se obra, lo que se aparenta y lo que se dice, al lado de lo que se siente? Es cierto, sostiene Vaz Ferreira, que lo primero que debemos reconocer con sinceridad es que en la historia existe lo ignorado y también la injusticia inevitable.

Lo anterior es cierto, pero esto no indica subestimar el valor de la Historia. En todo caso, una primera aproximación para valorar la Historia es metodológica y consiste en la advertencia vazferreiriana de que estemos alertas a los diferentes sentidos del vocablo historia para evitar equívocos. Vaz Ferreira distingue, por un lado, la Historia como estudio de la facticidad del pasado y como enseñanza de esta; por otro, como determinación del sentido de esa facticidad, en este caso como filosofía de la historia. A partir de estas aclaraciones, entiende Vaz Ferreira, se podrá apreciar mejor el valor de la Historia como una ampliación de nuestra experiencia que genera mejores condiciones para pensar, sentir y actuar con originalidad.

Como dice la máxima de que para muestra basta un botón, permítanme ampliarla a dos botones; uno para indicar de manera más precisa el problema de la Historia en cuanto a las confusiones de sus sentidos que Vaz Ferreira encuentra en su época, el otro, para señalar algunas estrategias conceptuales que, tomadas del mismo Vaz, podrían usarse para clarificar mejor este problema y dignificar el valor de los conocimientos históricos.

La historia no es una ciencia natural

En 1914, en su Cátedra de Conferencias, Vaz Ferreira dictó un curso sobre el valor educativo de la Historia como disciplina. Recogido en “Recuerdos sobre un curso de pedagogía en la enseñanza secundaria”, su valor consiste en mostrar uno de los mayores problemas de la Historia desde su formación como disciplina: la validez y la legitimidad de sus conocimientos. Al comenzar su conferencia, Vaz Ferreira alude al denso debate del historicismo que, hacia fines del siglo XIX, buscaba encaminar el conocimiento histórico en la firme senda de las ciencias fácticas. Como consecuencia de esta polémica, reconoce dos tendencias opuestas en lo que hace al valor epistemológico de la Historia. Por un lado, están aquellos que niegan y subestiman el valor de la Historia, en la medida en que esta disciplina describe hechos particulares, no susceptibles de repetición, lo que hace que estos no pueden ser reducidos a leyes. En el lado opuesto están aquellos que defienden la tesis de que la Historia es “maestra de vida”. En esta posición es común asimilar la historia al campo de las ciencias, con sus leyes y su previsión, y en muchos casos imitando a las ciencias naturales.

Vaz Ferreira dejará claro que él se adscribe a la posición de la Historia como maestra de vida, pero “por otras razones o de otro modo que como es general sostener” (XV, 15).2 Esta idea nos acerca a sus consideraciones sobre la otra acepción de la Historia: como sentido de la facticidad del pasado. Para empezar, reconoce que esta disciplina es maestra de vida, pero no porque enuncia leyes que permitan hacer previsiones de manera regular sobre el presente y el futuro, sino porque produce el efecto de ampliar la experiencia y, en consecuencia, genera mejores condiciones para pensar, sentir y obrar con originalidad, acierto y altura.

En cuanto a las críticas contra ese modo de concebir a la Historia, el acento para Vaz Ferreira recae en la noción de “hecho”. Los conocimientos de los hechos históricos son, escribe Vaz Ferreira, en gran medida conjeturales y desconocidos. Para defender esta afirmación, él distingue dos tipos de hechos: los hechos generales o sociales y los hechos individuales. Sobre los primeros, no agrega mucho sobre su naturaleza y su relación con los hechos individuales. En cambio, en relación con los hechos individuales, destaca lo que se hizo, “entendiendo ‘hizo’ muy ampliamente, no solamente lo que hizo como acción [...], sino lo que pensó, lo que psiqueó” (Ibid., 17). Y en este sentido individual lo que nos da la historia es una simplificación. Esta simplificación y también omisión de los hechos explica las críticas que se hicieron contra la historia desde el punto de vista de la verdad de sus conocimientos y desde el punto de vista también “del encadenamiento, de la correlación de ellos”. La primera crítica se refiere al problema del relativismo, en la medida en que un mismo acontecimiento puede ser narrado desde diferentes perspectivas. La segunda, en cambio, apunta a la imposibilidad de establecer hechos necesarios en la historia que se determinen unos a otros, encadenados unos con otros en una serie de causas y efectos. Esta tendencia, la más antipática y pedantesca de todas, procura presentarse con la mayor apariencia científica, al demostrar que los hechos debieron suceder como sucedieron, “tarea a que se entregan los pseudo filósofos de la historia: que Roma tenía que decaer por tales razones; Grecia por tales otras; que era fatal la caída de Napoleón en la forma y en la época en que cayó...” (Ibid., 21).

A pesar de estas críticas a los hechos históricos, Vaz Ferreira reconoce que sería plantear y resolver mal el problema el decir que todos los conocimientos históricos son conjeturables y desconocidos. Pero, donde la defensa de la historia está en cierto sentido condenada a ser incierta, deficiente e injusta es en “lo psicológico; y como de lo psicológico dependen los juicios históricos, nótese la gravedad suprema de esto” (Ibid., 19). En otras palabras, para Vaz Ferreira lo más valioso se encuentra en la interioridad de los sujetos, considerado un auténtico “tesoro interior”, lo más hondo, lo más profundo, todo lo ignorado, todo lo no dicho, lo calumniado y lo incomprendido; de ahí que lo inhibido sea estimado como más valioso que lo efectivamente realizado, y de ahí también esa imposibilidad de hacer siempre justicia en los juicios históricos.

La pregunta es: ¿cómo dar cuenta de esta historia invisible, de esa que se inscribe en la interioridad de las conciencias?

Adelantándose a las discusiones del siglo XX acerca del saber histórico que han reconocido que el saber es fragmentario, Vaz Ferreira sostiene que el valor de la Historia no debería buscarse en representar la totalidad del pasado. En cambio, afirma que el valor de la Historia en tanto maestra de vida debe buscarse en su capacidad para ampliar nuestra experiencia, aunque esta sólo nos pueda dar una imagen parcial de la realidad de los hechos históricos. Esta parcialidad no es una renuncia a las virtudes ilustradas. El “verdadero historiador estimula y exalta el amor a la verdad y al bien – que en eso consiste el irreemplazable valor dignificante de la Historia”. Pero ¿cómo lo hace?

La experiencia del pasado como la piensa Vaz Ferreira es central para reflexionar sobre la experiencia del presente y de ese modo orientarnos hacia el futuro.

Pensar la historia por ideas a tener en cuenta

Para evitar los errores y los malentendidos de la Historia como disciplina y para dignificar el valor de sus conocimientos, Vaz Ferreira aconseja dos acciones singularmente importantes: “La primera es hacer comprender, hacer sentir lo que la Historia tiene de conjetural y dudoso, enseñar a graduar bien la creencia, enseñar a distinguir lo que es cierto de lo que es probable, lo que es verosímil de lo que es conjetural y de lo que es desconocido”; y la segunda acción es “hacer sentir al alumno, hacer conocer y hacer sentir en todos sus efectos, sinceramente, rectamente, sin evadirla, esa circunstancia triste y dolorosa de que los juicios históricos, por ignorancia de los hechos psicológicos, están fatalmente condenados a injusticias posibles” (XV, 26). Aquí la expresión clave está en la primera acción recomendada: “Graduar la creencia”. Si bien Vaz Ferreira escribe que la segunda acción es “una misión insustituible”, esta no podría ejecutarse sin la acción práctica de graduar la creencia.

El gradualismo es una expresión muy vazferreiriana. Junto al buen sentido hiperlógico y el pensar por ideas a tener en cuenta, el graduar la creencia constituye una de las herramientas de su práctica argumentativa que tiene como objetivo orientar a los sujetos, para evitar las trampas del lenguaje tales como la falsa oposición, la falsa sistematización, así como el no distinguir la naturaleza de los problemas explicativos de los problemas normativos. Este modo de pensar en Vaz Ferreira, que se articula con un modo de sentir y actuar, es, según Yamandú Acosta,3 un modo de pensar radical que enraíza en las capacidades afectivas e intelectuales de la existencia humana. La tarea del filósofo es, por tanto, enseñar a pensar, pero también enseñar a sentir y enseñar a actuar bien. Pensar por ideas a tener en cuenta tiene este triple objetivo. Este se diferencia de pensar por sistemas.

Por cierto, pensar por sistemas para Vaz Ferreira no constituye un error de por sí, en todo caso con esta expresión se está refiriendo al efecto espiritual que produce en las personas, una dependencia mental, una pseudoforma de pensar, en la medida en que en él siempre tenemos una norma que nos permite resolver todas las cuestiones. En cambio, cuando pensamos por ideas a tener en cuenta, las ideas son percibidas como dinámicas y resignificadas en el curso de la experiencia. La ventaja de esta forma de pensar frente a pensar por sistemas, en donde no sólo las soluciones sino también los problemas ya vienen hechos de antemano, consiste en la rigurosidad del tratamiento de los problemas concretos, en la medida en que la solución debe buscarse al confrontarse con los problemas mismos.

Por otro lado, el graduar la creencia está relacionado con esta forma de pensar. Ambas formas se oponen al dogmatismo. El polo opuesto al dogmatismo es el escepticismo. Sin embargo, ello no significa que Vaz Ferreira defienda un escepticismo radical. Su modo de hacer filosofía expresado en la noción de graduar la creencia se afirma como escepticismo de tendencia, como una forma de control crítico sobre las creencias para no caer en el peligroso estado del dogmatismo. Por último, el buen sentido hiperlógico, también llamado instinto empírico, es la capacidad que interviene siempre en las cuestiones de grado como criterio de discernimiento, y dado que este tiene su fuente en la vida, en la experiencia, este instinto es el que nos enraíza con los problemas concretos de nuestro entorno.

Ahora bien, ¿en qué medida esta práctica argumentativa permite pensar mejor el valor de la Historia como disciplina?

Recordemos que para Vaz Ferreira el valor de la Historia como maestra de vida consiste en ampliar nuestra experiencia. La Historia puede enseñar a pensar mejor, sobre todo si nos relacionamos con los hechos del pasado y con la tradición como ideas que, con la alerta crítica de graduarlas, seleccionamos para comprender mejor el presente y orientarse hacia el futuro. Primera enseñanza: la objetividad científica no es aplicable a la Historia, al menos no como se concibe a esta en las ciencias naturales. Por la simple razón de que el historiador no es un sujeto desinteresado (premisa de la objetividad y neutralidad científica), sino un sujeto que, con base en expectativas marcadas por los problemas de su presente, selecciona hechos que entiende son dignos de ser narrados. Eso sí, nos dice Vaz Ferreira, siempre que esta actividad se realice “sin otra pasión que la de buscar la verdad en cuanto sea posible y la de juzgar con justicia lo bueno y lo malo de los hombres”.

La Historia como maestra de vida también nos enseña a sentir mejor. Entiéndase que no se trata de un acceso directo a esos estados de espíritu, sino a través de lecturas directas de obras, discursos, libros científicos, religiosos, novelas, podemos hacer revivir el vislumbre de otros estados de espíritu, que “amplían, que ensanchan nuestra experiencia y que por reacción positiva o negativa, nos mejoran...”. Segunda enseñanza: penetrar en el espíritu de otras épocas o sociedades abre más nuestra comprensión o tolerancia. La experiencia del pasado como la piensa Vaz Ferreira es central para reflexionar sobre la experiencia del presente y de ese modo orientarnos hacia el futuro. Aprender del pasado no sólo nos deja en mejores condiciones para pensar y sentir mejor, sino también para actuar mejor. Tercera enseñanza: la historia como acumulación de experiencia es necesaria para actuar y vivir mejor.

Conviene insistir para resumir que todas estas observaciones y enseñanzas sobre la Historia han sido posteriormente discutidas como parte del entramado epistemológico de la disciplina. Tal vez el acierto de Vaz Ferreira está en que necesitamos la Historia, pero la necesitamos como decía Nietzsche, de otra manera que el ocioso paseante en el jardín del saber, la necesitamos no para apartarnos cómodamente de la vida y de la acción, sino para vivir y actuar mejor.

Pablo Drews es profesor adjunto de Historia de las Ideas en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República (Udelar) y profesor asistente del Departamento de Filosofía de la Práctica en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de Udelar.


  1. Williams, Bernard (2011), La filosofía como una disciplina humanística. México: FCE. 

  2. Citamos los textos de Vaz Ferreira indicando el número de volumen y página de la Edición de Homenaje de la Cámara de Representantes del Uruguay, Montevideo, año 1963. 

  3. Acosta, Yamandú (1996), “El filosofar latinoamericano de Vaz Ferreira y su visión de la historia”, en Ensayos sobre Carlos Vaz Ferreira. Compilador: Miguel Andreoli. FHCE-Udelar, Montevideo.