El término “jubilación” proviene del latín iubilare (gritar de alegría), y se relaciona con “júbilo” y con “jubileo”. En tanto, la palabra “pasivo” significa “inactivo”. Por extensión, “pasividad” significa “remuneración por no hacer nada”.

La primera palabra, en su sentido etimológico, proporciona el concepto original de los años de retiro (producían alegría), mientras que la segunda fue impuesta por quienes consideran que sólo la vida productiva tiene sentido y valor. Para estos, las “pasividades” son asumidas como una carga, que se traduce en la poca o nula consideración que tienen hacia los “pasivos”, cuyas vidas no son rentables para el mercado.

La especie humana se diferencia de otras especies animales por la capacidad de alterar en su beneficio (y no siempre) el medio en el que habita. Otros animales también lo hacen. Por ejemplo, los pájaros hacen nidos con ramitas o con barro; los castores de Norteamérica (animalitos muy hacendosos) construyen represas en arroyos con ramas y troncos para apresar peces, y así muchos otros animales se esfuerzan para mejorar las condiciones en que viven. Pero ninguno lo hace en la escala física e intelectual de los individuos del orden primates, familia homínidos, género hábilis, especie homo sapiens, descendientes de mamíferos prehomínidos de las sabanas africanas. Ese esfuerzo, en nivel artesanal primero e industrial después, en el correr de la historia de la civilización y en la medida en que la humanidad incrementó su número, alteró la biosfera y por lo tanto la vida de todas las otras especies. Todo ello gracias al trabajo, término derivado de latín tripalium, que significaba literalmente “tres palos”, un instrumento de tortura formado por tres estacas a las que se amarraba al reo (significativo: trabajo deriva de tortura).

¿Y qué es, en definitiva, el trabajo, esa actividad humana a la que se le pone precio en el mercado como cualquier mercancía? Puede definirse como el tiempo de empleo de una energía para la construcción de un objeto, material o inmaterial. El desarrollo de la civilización humana, tal como la tenemos hoy, es el resultado del esfuerzo de miles de millones de seres humanos (ayudados por otros animales domesticados y de máquinas) que emplearon billones de horas trabajando, física e intelectualmente.

Mientras la tratemos como una cuestión de satisfacción de necesidades, la diferencia entre las especies animales en el empleo de energía para cambiar el medio se reduce a una cuestión de escala. Pero, por el aumento de la dimensión que transforma la cantidad en calidad, surge otra diferencia sustancial: en tanto los demás animales viven con y para lo que construyen, los humanos, en su gran mayoría, por el sistema dispuesto en la distribución del trabajo, se alienan o se independizan del producto, que pasa al mercado de bienes y servicios, en tanto el tiempo y la energía de los trabajadores también pasa a ser una mercancía más. Para entender la diferencia, pongamos el ejemplo del hornerito hacendoso. Tiene a su compañera, entre ambos traen barro en el pico y durante días construyen un nido en la horqueta de un árbol o en la saliente del techo de un rancho.

Con los suyos, disfruta del producto que creó en su tiempo de trabajo. En cambio, un obrero de una mina de oro trabaja varias horas en el interior de una montaña para sacar oro, que irá a engrosar las arcas del empresario que adquirió la mina y le paga un salario para que se alimente, reponga energías y vuelva a emplear su fuerza para sacar más oro. Al tiempo, lleva la comida a su mujer, que cuida a sus hijos, quienes irán a la mina cuando cumplan la edad para trabajar. O, con frecuencia, mucho antes. Mientras que el hornerito dosifica sus energías para el tiempo que le demore la construcción, el dueño de la mina quiere que sus trabajadores produzcan más, en el mayor tiempo posible y a menor costo. Porque la mina es un medio de lucro que necesita un incremento constante. Más horas de trabajo, a menor costo, equivale a más lucro y a más inversiones y beneficios. Las ecuaciones son diferentes.

Por supuesto que estos ejemplos son extremos, pero la mayoría de los trabajos que se hacen se aproximan a ellos, en mayor o menor medida.

Los enormes avances en la medicina y el alargamiento de los años de vida (que no son para toda la humanidad) deberían constituir un beneficio de los humanos y no un castigo.

En este anteproyecto para la previsión social se propone, como mecanismo de financiación de un sistema que se aproxima a su implosión, aumentar la edad de retiro para trabajadores y trabajadoras. Al ser de aplicación progresiva, es un tiro por elevación a las generaciones venideras. Como hay que fundamentar la propuesta, surgen los apologistas del trabajo, asumiendo, por todos, el verso de que “el trabajo dignifica”, y de que “mucha gente no quiere dejar de trabajar para meterse en su casa”. Son mitos, creados y sostenidos por los intereses de quienes precisamente no dignifican a los trabajadores. Seamos sinceros y aceptemos que “mucha gente” entra en el engaño con facilidad, y repite con total seriedad esos disparates.

Quienes opinan por los demás deberían tener en cuenta las condiciones de trabajo de otros. De ellas dependerán sus opiniones. Pero también dependerán (para apoyar o para discrepar) de cómo enfrentan sus responsabilidades personales y familiares. Porque no es lo mismo el trabajo rentable sólo para los dueños de las fuentes laborales que el trabajo cuyo producto es disfrutado por el o la trabajadora. Si la necesidad de disminuir los factores de vulnerabilidad conduce a la naturalización de una situación, no significa que esa situación sea justa. La necesidad nunca podrá conducir a la libertad, sino a la sumisión absoluta del esclavizado o a la esclavización relativa del trabajador asalariado, obligado a vender su fuerza de trabajo para poder vivir.

Podemos ver esto en los cambios sucedidos en los hombres y mujeres esclavizados. Con el advenimiento del capitalismo industrial, liberaron su cuerpo del dominio de los amos y se hicieron dueños de su libertad de trabajar, que luego estaría condicionada por la empresa que compra su tiempo y su energía. Y por las leyes de gobiernos defensores de intereses de los poderosos. La empresa conservó la prerrogativa de comprar horas de su energía creativa y manipular las necesidades de los trabajadores que entraban en competencia por los puestos de trabajo. La lucha universal por las ocho horas fue otro gran paso hacia la liberación humana.

En la medida en que los avances en ciencia y tecnología fueran utilizados en beneficio de la mejora de la calidad de vida, la disminución del tiempo y del esfuerzo del trabajador deberían acompañar a los trabajadores como un derecho irrenunciable. Los enormes avances en la medicina y el alargamiento de los años de vida (que no son para toda la humanidad) deberían constituir un beneficio de los humanos y no un castigo. Extender el tiempo de trabajo, por la necesidad de sustento para seguir trabajando, es incrementar el tiempo de explotación de mayorías en beneficio de minorías que acumulan riquezas gracias al trabajo de otros.

Hay además una razón más actual, visible hoy con las conquistas de derechos que han sido postergados durante milenios, incluso por la propia izquierda. En un mundo machista y patriarcal, muchos hombres utilizan el trabajo como mecanismo de fuga del hogar y sus responsabilidades, y se suman al coro de los “adictos al trabajo”. Pero las excusas nunca serán factor de dignificación de nadie.

Casualmente, aquellos para los que la mayoría de la gente trabaja y se esfuerza para que sus fortunas se incrementen son quienes con más entusiasmo levantan la hipócrita bandera de la “dignidad del trabajo”. Se refieren al trabajo de otros, de quienes trabajan para ellos.

Carlos Pérez es jubilado, no pasivo.