Soy un simple afiliado y cotizante. No tengo credenciales para pretender señalar un camino, pero me he dedicado a estudiar la comunicación social y me parece advertir que en este momento hay cierta incomunicación entre las bases y la dirección.

El país está viviendo una experiencia inédita de corrupción política que repercutió internacionalmente de modo excepcional, porque tenemos mejores antecedentes. La dirección del Frente Amplio (FA) también la denunció y –con matices– sugirió esperar a que la Justicia se pronuncie para posicionarse. Las bases están acatando esta prudencia de la dirección, pero hay quienes no la aceptan plenamente.

No es sobre estos problemas que quiero centrar este mensaje, sino sobre las perspectivas que se presentan para las próximas elecciones.

Mirando al pasado de nuestro país se destaca que el batllismo (en el primer tercio del siglo XX) impulsó transformaciones extraordinarias y que los 15 años de gobierno del frenteamplismo (a comienzos de este siglo) también introdujeron mejoras importantes, aunque más moderadas.

Pero conviene señalar similitudes y diferencias. Similitudes: las escuelas ciudadanas del batllismo pueden compararse a los comités de base del FA. Diferencias: el batllismo era el ala izquierda de un partido tradicional, el frenteamplismo fue y es una coalición multipartidaria de centroizquierda. Además, el batllismo actuó cuando el sistema de comunicación social no tenía radio, ni televisión ni redes. La prensa escrita era el principal instrumento articulador entre las bases y los dirigentes. Ahora los problemas de comunicación son otros.

Un programa –ya se ha dicho– debe prever los medios de ejecución, no sólo enunciar los problemas más urgentes a resolver. Tratando de sintetizarlos: hay desocupación, más desigualdad y, por consiguiente, más delincuencia e inseguridad.

Inspirémonos en el batllismo: este nació dentro de un partido tradicional, el Partido Colorado, que podría calificarse –entonces– de centroizquierda. El FA es –ahora– la centroizquierda de esta época.

Sólo explicando las conexiones entre política y economía se puede incidir en la ampliación del electorado del FA con la perspectiva de un apoyo posterior. Hay que explicar que lo que llamamos “democracia”, en realidad, es “democracia representativa”. La ciudadanía elige gobernantes cada cinco años. Estos, para atacar los problemas mencionados, deben conseguir darle al Estado más recursos. El sistema económico (de competencia) postula precisamente lo contrario: cuanto menos Estado, mejor. Por lo tanto, hay que explicar que después de 2024 habrá que invertir mucho para ofrecer empleos hasta eliminar la desocupación y elevar el nivel económico de jubilados y de asalariados con bajos recursos.

Para lograrlo, uno de los medios es que el país se endeude. Por 30 años, si fuere necesario. La derecha –ilegalmente– concedió el puerto por más de 50 años y esto fue para favorecer intereses privados, no de toda la sociedad.

Cuando se propone extender las funciones del Estado, siempre se argumenta que la burocracia (que da seguridad de empleo) apareja ineficiencia. Esto sólo es verdad en parte: en Uruguay hay entes autónomos muy eficientes, sobre todo cuando la selección del personal es por concurso o por sorteo. Se discute la eficiencia de los entes de educación, pero no se considera que paralelamente el sistema de medios masivos (90% privados) deseduca casi todo el tiempo.

Inspirémonos en el batllismo: este nació dentro de un partido tradicional, el Partido Colorado, que podría calificarse –entonces– de centroizquierda. El FA es –ahora– la centroizquierda de esta época. Lo que se necesita es un polo de izquierda (sin salirse de la coalición) que impulse el programa que ahora es necesario.

Roque Faraone es escritor y docente.