Luego de ver en estos días la larguísima fila de personas hasta la entrada del colegio Seminario para tener un plato de comida, hay sentimientos que marcan la próxima Navidad. En primer lugar, la indignación por la insensibilidad de los responsables de que ese tipo de situaciones no sucedan.

Cabe aquí la denuncia, reflexionando sobre “denuncia y anuncio”, como era la vocación de los profetas del Antiguo Testamento. No eran adivinos; eran personas que se paraban en el hoy, analizaban el pasado y se proyectaban para el futuro.

El Jesús que nace no es el del consumo, es el Dios que se hace Hombre, se encarna en la historia y diviniza la humanidad. Ya no hay divino y humano, no hay dualismo como en las religiones egipcias, persas y la filosofía griega del gnosticismo, alma pura y carne impura. Jesús encarna todo y pasa a ser parte de la historia con su nacimiento en los márgenes de la sociedad, acompañado de gente mal mirada, como los pastores que no tenían tierra propia y eran nómades, más los magos de Oriente con toda una carga de ruptura con las divisiones religiosas, los animales que evidencian una mirada integral de la convivencia entre las especies. A decir de Teilhard de Chardin, una irrupción cósmica que todo lo transforma.

Decíamos en marzo de 2022 en un artículo publicado en Cuadernos del Taller: “Si tuviera que señalar una actitud de este gobierno multicolor que me resultó obscena el año pasado fue la comilona de fin de año en Casa de Suárez. Terminábamos otro año con el dolor de haber perdido amigos por la pandemia, personalmente un primo frente a una depresión optó por el suicidio, la gente alimentándose en ollas populares, otros endeudándose en cadenas de préstamos interminables y la televisión mostrando la entrada de autos al evento que brindaba el presidente con la plata del pueblo”.

Jesús encarna todo y pasa a ser parte de la historia con su nacimiento en los márgenes de la sociedad, acompañado de gente mal mirada, como los pastores que no tenían tierra propia y eran nómades.

Voy a sintetizar el relato del hombre rico que no tiene nombre en el texto y el mendigo Lázaro que significa “Dios ayuda”, el rico vestido de ropa de lino y púrpura, mientras Lázaro tiene la piel cubierta de llagas, hambriento, alimentándose de las migajas que caían de la mesa. Uno en el lujo y otro sin el mínimo necesario para vivir.

Convocábamos en aquel momento a dejar hablar a Katia Rejane Sassi, autora del libro Pentateuco femenino. Cinco libros proclamados en las fiestas judías, que decía con mucha razón: “Esta parábola es una crítica de Jesús a un sistema opresor que genera indiferencia delante del sufrimiento de quien vive en la miseria. Los ricos insensibles amantes del dinero no cambian su comportamiento de lujo y despilfarro. Sustentan una sociedad que produce millones de ‘Lázaros’, aquellos que son tirados fuera de los muros de la convivencia y de la participación en la vida”.

Queda claro que no se puede ser seguidor de Jesús y ser neutral frente a los acontecimientos. Se está con los que viven banquetes con autos y ropa de lujo o se está con el pobre que come en una olla popular o que tiene que hacer una enorme fila para tener un plato de comida.

Antonio Coelho Pereira es integrante del colectivo El Taller.