“Mi libertad termina donde comienza la de los demás”, expresa una repetida e importante frase. “Mis derechos terminan donde comienzan los de los demás” sería otra forma de expresarlo.

En estos días ha cobrado fuerza el debate respecto de las medidas judiciales en torno a un periodista y una radio que, en uso de su libertad y su derecho a informar, según su visión, emitieron los audios de unos videos donde se escucha a varios hombres y una mujer teniendo relaciones sexuales, audios luego publicados en la web de la radio por varios dias más, luego del programa. El objetivo manifiesto del periodista fue, según parece quedar claro, demostrar que existía otra campana distinta a la de la denunciante, y que la violación fue en realidad un encuentro sexual consentido.

Sea una cosa o sea otra, el periodista tuvo muchos recursos para hacer llegar la información y su opinión al público sin exponer a los participantes del hecho, en particular a la mujer, que además se declara víctima de una relación forzada. Creo que el experimentado periodista no necesita que un aficionado le dé ideas al respecto, pero pudo mencionar la existencia de dicha prueba, indicar que sabía que esta estaba en poder del abogado y que sería presentada a la Justicia, y exponer lo que él quería afirmar respecto de que la relación había sido consentida.

Pero no lo hizo así. Prefirió recurrir a la publicación total de los audios, actitud que para mí constituyó una falta moral y ética, por exponer una situación sexual al público sin el permiso de los participantes. Se trata de un acto que por suerte es ahora un delito, que el periodista cometió a toda conciencia, y que la radio continuó cometiendo al mantener la publicación en su sitio por unos días más.

Es esa publicación la que criticamos, es esa publicación la que constituyó la falta ética y el delito, y esa publicación la que persigue la Justicia. No es el derecho a la información, no es la libertad de prensa, que no está comprometida; es la agresión a una mujer, es la violencia contra una probable víctima.

Parece difícil pensar que el periodista y la radio no eran conscientes de lo que hacían y que desconocían la falta ética y el delito que estaban cometiendo. Se arrogaron el derecho de extender su libertad más allá de la libertad de la mujer, optando por pisotear sus derechos y por pisotearla a ella.

La libertad y los derechos de la mujer también tienen límites. La privacidad de las grabaciones (realizadas sin su consentimiento) iba a terminar en el juzgado, cuando los acusados las presentaran para defender su argumento, como lo hicieron. Pero tal pérdida de privacidad, inevitable seguramente, dado que también los acusados tienen derechos (por suerte), debía suceder en el juzgado, en un contexto que debería contar con la reserva necesaria.

Es esa acción, ese pisoteo el que se cuestiona. El que se persigue. Reclamar por la libertad de prensa, por la libertad de expresión, es una trampa y una falacia que oculta el problema central: a la radio y al periodista no le importaron los derechos de la mujer y los pisotearon. Y es que algunos creen que su libertad es el derecho a pisotear a los demás.

César Hugo Arambillete es ingeniero en Computación.