En 2022 América Latina puede alzarse como el continente “ideológico” y de la ruta democrática de izquierdas del mundo con los posibles triunfos de Lula y un quiebre de 75 años en Colombia –tercer país en población de la región, tras Brasil y México–, cuando el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y el bogotazo de 1948 iniciaron un conflicto interminable ante el veto violento del poder a toda inclusión social.

En este escenario de nuevo giro a la izquierda, la victoria de Gabriel Boric es un nuevo hito en la historia de Chile y América Latina. Boric es parte del proceso jalonado en la revolución pacífica de octubre de 2019, cuando millones de chilenos salieron a las calles desafiando una represión impiadosa. La generación nacida durante los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet –con políticas prudentes de acceso educativo y apoyo a los pobres– creó movimientos sociales que reclamaron el fin estructural del modelo radical de mercado establecido a sangre y fuego por Augusto Pinochet.

El proyecto de izquierda chilena es una visión ambiciosa de Estado de bienestar (salud, educación y retiros como bienes públicos sociales), Estado emprendedor, políticas emancipatorias feministas y de grupos discriminados, y políticas climáticas. La histórica Constituyente está elaborando una Carta Magna de nuevos derechos de ciudadanía social y cultural, desarrollo humano sostenible, y está redefiniendo la nación como “nación de naciones” y comunidad plurinacional. Hay en Chile un mundo de orden de apariencia prusiana, mercantilización de la vida cotidiana con valores de competencia sin cooperación y obediencia ancestral de un pueblo mestizo hacia élites de poder impávidas a través del tiempo.

Ahora brilla la luz del legado allendista e invita a soñar alto como las cumbres andinas. Pero Boric no regresa a las utopías de ayer ni es huida de valores, creencias y prácticas del suelo real nacional.

Hay una izquierda que se autodefine socialdemócrata y ve el movimiento chileno de Boric como un giro al centro en el que se construyen los modelos y las políticas de gobierno progresista posibles. Es la izquierda socialdemócrata.

Hay una izquierda que todavía imagina el futuro como un sistema económico-social e institucional predeterminado inherente a las contradicciones del desarrollo capitalista. La democracia es una cuestión subalterna ante la construcción socialista y la defensa de la nación, la mayoría movilizada está preconstituida. Es la izquierda estatalista o socialista autoritaria.

Hay una izquierda que concibe los procesos nacionales resignando el pluralismo social y la democracia como utopía bajo un proyecto homogéneo de nación a menudo por oposición al imperialismo norteamericano. Es la izquierda nacionalista.

Hay una izquierda que reorganiza identidades de emancipación y progreso sobre el eje del socialismo democrático, concebida como un movimiento orientado por valores de igualdad y libertad, una visión dinámica y radical del proceso democrático y políticas de renovación ecológica de la economía. Es la izquierda socialista.

Algunos nacionalistas de izquierda y socialistas estatalistas ven los desafíos del Chile que nace en los años 20 del siglo XXI como repetición automática de los mismos dilemas del Chile de los años 70 del siglo XX, cuando el imperialismo norteamericano orquestó la caída de la democracia y amparó el experimento de probeta neoliberal. Los grupos concentrados chilenos son fuertes desde inicios del siglo XVIII. Y pese a los ensayos de distintos modelos de desarrollo, es la misma filiación restringida de las mismas generaciones de dueños de minería, tierra, medios y ahora servicios la que controla gran parte del poder real en Chile, con apoyo de fortalezas corporativas prusianas como las Fuerzas Armadas o Carabineros. Hay concentración en la concentración y cinco familias son dueñas de los mayores cinco grupos económicos. Pero la economía capitalista chilena es más compleja, han crecido sectores innovadores. El mundo del siglo XXI ha cambiado el balance mundial de poderes. La teoría del imperialismo y la vieja teoría de la dependencia, al margen de la relativa parálisis del gobierno de Joe Biden, no se aplican.

Estamos en una época histórica distinta a los años 70 del siglo XX. Pasó medio siglo.

Se pierden de vista los cambios estructurales de los diversos tipos de capitalismos en el planeta, transformaciones de la globalización, la aceleración de la revolución tecnológica de la información y las comunicaciones, nuevos papeles que pueden jugar los estados nación, el agravamiento de la crisis climática y el avance internacional feminista y de valores e incidencia de fuerzas sociales emancipatorias.

En América Latina, a derecha e izquierda, también se pierden de vista cambios geopolíticos evidentes. La Guerra Fría entre los capitalismos occidentales dirigidos por Estados Unidos y el sistema estatista de partido único dirigido por la antigua Unión Soviética, con su reparto de áreas de influencia del mundo de 1945 en Yalta, terminó hace 30 años.

Los sistemas de Estado-partido no eran socialistas, pero hoy es claro que existen muchas variantes de capitalismos, según las teorías, incluyendo capitalismos democráticos e inclusivos, con fuerte peso interno de las clases populares en la vida económica e institucional, pero también es claro, al mismo tiempo, que en el planeta hay “capitalismo y nada más”1, al decir de Branko Milanović.

Las viejas teorías de la dependencia y el imperialismo que todavía invocan creyentes en el socialismo como estatización de medios de producción y los voceros de izquierdas nacionalistas antinorteamericanas omiten que Estados Unidos atraviesa una crisis interna de ruptura del consenso de valores asociada al declive de su posición de liderazgo global económico y a la competencia geopolítica con China y otras potencias. Pero además, el conflicto-cooperación global, nacional o local entre actores no obedece sólo a lógicas geopolíticas, aunque interactúe con ellas. Cadenas globales, regionales y locales de valor atraviesan distintos países o regiones tanto como políticas domésticas inteligentes de los países o las fuerzas sociales de progreso juegan su papel.

En términos de dominación económica o de la teoría de la dependencia, si fuera vigente, ¿de quién es hoy dependiente Chile? China es el principal cliente de su cobre, litio, salmones, bienes agrícolas y el principal inversor directo en el control de la propiedad. Sigue pendiente la misma asignatura chilena de hace 350 años, y de toda América Latina: crear una matriz productiva diversificada, compleja e inclusiva y de alto valor agregado. No sólo productora de materias primas. Es un desafío que nace de adentro. No sólo de afuera. El ascenso de China y de Asia y el cambio del baricentro de la globalización desde el mundo noratlántico hacia el Pacífico y Eurasia abren nuevas oportunidades de juego más libre para las fuerzas de izquierda en todos los países y plantean la urgencia de una agenda global.

El socialismo ha regresado

El ascenso de China y la pandemia son la evidencia de que la era de los mercados globales desregulados terminó. El debate global, regional y nacional sobre el socialismo ha regresado. Pero ¿de qué socialismo se trata?

¿Es la imagen de un nuevo sistema social predefinido o es un movimiento histórico emancipatorio orientado por valores de igualdad y libertad que avanza mediante un reformismo fuerte? El socialismo de Marx y Engels nació de una visión universal de la expansión del modo de producción capitalista, en una época de desconfianza hacia los estados, y fue apenas esbozado en trazos difusos: autogobierno de los productores, “asociación libre de productores” o sociedad autogestionaria mundial.

Los movimientos de respuesta a la crisis de los mercados desregulados y la ideología liberal económica radical son opuestos: desde nacionalistas de derecha hasta nuevos socialismos democráticos.

¿Qué es lo que define al socialismo democrático dentro del mundo progresista y lo diferencia de las propuestas socialistas tradicionales, las propuestas nacionalistas de izquierda y la socialdemocracia de los países emergentes?

Las propuestas socialistas estatalistas conciben el socialismo como un sistema económico predeterminado en el desarrollo capitalista, basado en la socialización de medios de producción que, en los hechos, son la estatización. Las propuestas nacionalistas comparten con las primeras la idea de una centralidad del Estado sobre los mercados y la sociedad como protagonista del desarrollo.

Ambas perspectivas consideran la cuestión democrática bien como cualidad inherente al modelo económico estatista, bien como valor exclusivo de las fuerzas nacionales, asumiendo la negación implícita o el menosprecio del pluralismo social, político, cultural en nombre de la homogeneidad de la nación y el pueblo como sujeto.

El socialismo democrático no se define como un nuevo sistema, aunque la construcción de alternativas de superación del motor de la ganancia o la explotación en la economía mediante formas de propiedad social, economía solidaria y democratización del acceso a la propiedad sean parte de sus vectores.

El socialismo democrático es un movimiento histórico emancipatorio de lucha por la reducción de las desigualdades sociales determinadas por la lotería de la cuna y recreadas en el transcurso de la vida de las personas y de ampliación de las esferas de ejercicio del derecho igual al despliegue de nuestras variedades como individuos.

Pero el socialismo democrático, a diferencia de los socialistas estatalistas o el nacionalpopulismo, asume que la relación de la democracia y el socialismo es indisoluble, ya que el avance de los valores de igualdad y libertad exige una visión dinámica y radical del proceso democrático y el pluralismo social, político y cultural.

La transformación de los modelos de desarrollo es un proceso plural de sujetos sociales-culturales y políticos múltiples, como los movimientos de trabajadores, feministas, ecologistas, de equidad racial y diversidad. Debe acometerse a escala de los estados nación y del suelo cultural real nacional-popular, pero también supone una perspectiva global y un nuevo universalismo realista, que incorpore las diversidades culturales dentro de una perspectiva de emancipación humana.

Socialdemocracia y socialismo democrático

Históricamente hay varias diferencias entre la mayoría de las fuerzas políticas que en América Latina se identifican como “socialdemócratas” y la socialdemocracia histórica y actual. Es una triple diferencia histórica esencial con el caso europeo y con las izquierdas de cuño socialista democrático.

El presente del socialismo democrático es una cuestión mundial actual porque se constituye en una salida popular de confluencias muy amplias entre movimientos de trabajadores, feministas, organizaciones no gubernamentales, intelectuales, activistas de equidad racial o derechos humanos, ante el agotamiento del liberalismo económico radical y el ascenso de fuerzas de ultraderecha nacionalista. Una izquierda diversa vuelve al gobierno en todos los países nórdicos –simbólico baluarte del socialismo democrático global– luego de un siglo durante el cual la socialdemocracia clásica construyó hegemonía plural internalizando un régimen de bienestar y un capitalismo democrático cogestionado con amplios derechos universales de ciudadanía social y multicultural y una fuerte base comunal. Por primera vez en la historia de Estados Unidos crece un movimiento socialista democrático y fuerzas sociales alternativas de valores de izquierda democrática crecen en Asia, África e incluso en Rusia y el mundo islámico.

En América Latina, la mayoría de fuerzas que se autodefinen “socialdemócratas” son partidos de notables, grupos de exclusiva acción electoral detrás de liderazgos personalistas o antiguos partidos reformistas de inicios del siglo XX que perdieron todo vínculo con la sociedad civil. En primer lugar, carecen de la histórica relación de representación del movimiento obrero y el mundo del trabajo de la socialdemocracia nórdica. En segundo lugar, la socialdemocracia de América Latina no posee capacidad de representación de la diversidad de la sociedad civil como organización autónoma de sectores de género, trabajo, etnia, vecindario o comunidades, emprendimiento e innovación. Fuerzas políticas y movimientos actúan en campos diferentes y poseen tensiones y confluencias entre sí porque no se deben fusionar, pero la socialdemocracia histórica asume la perspectiva de la representación de las demandas sociales construyendo una visión de interés público no siempre compatible con cada una de ellas tomada por separado y como si fuera excluyente.

En tercer lugar, en la socialdemocracia clásica y el socialismo democrático nadie esconde el nombre “socialista” ni su historia por dos razones concatenadas. La primera razón es que el socialismo es una praxis en movimiento que une prácticas con teorías en tensión e interacción permanente. La segunda razón es que hay una tradición común que refiere a Marx y Engels y el socialismo libertario agiornados y una enorme diversidad teórica que atraviesa las ciencias sociales modernas. Pues bien, muchos de quienes se definen como “socialdemócratas” en América Latina no asumen ninguno de estos tres rasgos históricos y constantes.

Por otra parte, mientras la socialdemocracia de los países emergentes asume la democracia liberal como un régimen con atributos fijos, el socialismo democrático parte de la premisa de que no hay “estado natural” de la condición humana, sino un “estado instituido” por reglas que sin duda cambian con el tiempo, y postula la indeterminación a priori del orden político, ya que su legitimación no está definida de una vez y para siempre, ni en la escala nacional o subregional ni en la escala mundial ni en la escala local.

Para el socialismo democrático, la democracia no se reduce a un orden formal cristalizado en reglas e instituciones contemporáneas: es también un horizonte utópico que puede fundarse en la participación deliberativa de ciudadanas y ciudadanos junto a movimientos sociales y en el respeto, pero también en la renovación de las reglas e instituciones que ordenan nuestra convivencia.

Es posible que hoy las ideas socialistas democráticas estén presentes en diversas expresiones del Frente Amplio uruguayo, como el Movimiento de Participación Popular, el “seregnismo-progresismo” o el Partido Comunista del Uruguay. Pero falta el socialismo democrático como una fuerza central organizadora de fuerzas sociales, políticas y culturales, de la ciencia y la innovación y productora de ideas y tensión cultural junto a los movimientos sociales. Sin embargo, aunque todavía sin canal político, existen los actores.

La pregunta es si esta fuerza socialista democrática necesaria puede nacer en un proceso constituyente abierto, plural y de cara a la sociedad –no sobre habituales acuerdos de cúpulas de grupos, aunque los acuerdos sean necesarios– sobre la base del eje de “reformismo fuerte” para las izquierdas en Uruguay.

Eduardo de León es sociólogo


  1. Milanović define el capitalismo como “el sistema en que la mayor parte de la producción se lleva a cabo por medios privados de producción; el capital contrata mano de obra libre desde el punto de vista jurídico, la coordinación está descentralizada en mercados y la mayor parte de las decisiones de inversión son tomadas por empresas privadas o emprendedores individuales”.