¡Qué infamia es la pecera! Para todo ser vivo es una infamia, pero más para las personas. Para el ser humano una pecera denota asfixia, ahogo, encierro. Porque el hábitat propio de los seres humanos no es el agua y mucho menos el agua viciada, putrefacta y estancada del espacio tan reducido y escaso de vida como es una pecera mal atendida.

Sensación de agua estancada y estrechez es lo que he sentido respecto a los hechos acaecidos días pasados en que una mujer denunció haber sido violada por un grupo de varones y todo lo que se desencadenó a posteriori. Por eso quisiera hacer unas reflexiones al respecto.

Luego de la denuncia de la víctima, la Justicia inició el proceso de investigación correspondiente y, en estos últimos días, “imputó por abuso sexual especialmente agravado a los tres mayores de edad, y a uno de ellos además se le imputó un delito de difusión de imágenes de contenido pornográfico sin autorización de la víctima” 1. Un periodista, en su programa radial, divulgó “fragmentos” de los audios de esos videos sin el consentimiento de la víctima, cosa que está prohibida en la Ley 19.850, artículo 92: “El que difunda, revele, exhiba o ceda a terceros imágenes o grabaciones de una persona con contenido íntimo o sexual, sin su autorización, será castigado con una pena de seis meses de prisión a dos años de penitenciaría”. Es decir, deliberadamente el periodista se puso por encima de una ley vigente y divulgó audios fragmentados que volvieron a vulnerar a la víctima exponiéndola públicamente.

El periodista podría haber denunciado en su programa radial que tenía audios que él creía daban otra versión de los hechos y/o entregarlos a la Justicia. Pero no, se consideró con el derecho de violar la ley divulgando un material sin el consentimiento de quien además es víctima.

Obviamente el tema se abordó en los medios de comunicación y en las redes sociales pues dicho periodista fue denunciado ante la Justicia, y no tardaron en surgir voces que sienten que la libertad de expresión está amenazada. Pero el tema en cuestión es mucho más profundo y nos haríamos un gran favor si dejáramos de politizarlo, olvidándonos que frente a cada comentario estamos vulnerando nuevamente a la víctima. ¡Cómo ha escaseado la empatía estos días, por favor!

El problema en cuestión tiene de fondo un sustrato filosófico y de concepción de lo que implica la libertad individual y cómo hemos decidido, mal o bien, vivir en las sociedades occidentales organizadas.

En su obra de 1795 Sobre la paz perpetua, Immanuel Kant funda la existencia del Estado en la necesidad de neutralizar las acciones que buscan sustraerse a la ley. Kant reconoce en cada ser humano a un sujeto racional que tiene el derecho de autodeterminación. En esta concepción Kant plantea una de las formulaciones del imperativo moral que su filosofía propone como guía racional para tomar decisiones: “Actúa de tal modo que siempre trates a la humanidad en tu persona y en la persona de los demás, como un fin en sí misma y jamás como un medio”2. Es decir, las personas debemos ser siempre fines en sí mismos y jamás utilizadas como medios para obtener algo. Si frente a cada decisión pensáramos en esta regla y actuáramos en consecuencia, no dudo que el mundo sería un lugar más bello, amigable y menos hostil para todos.

Para una estructura social esto implica que cada persona, como sujeto racional, es igual frente a la ley y puede establecer sus propios fines, es decir, puede autodeterminarse. La libertad debe estar entonces en la base de cualquier ordenamiento jurídico compuesto por seres racionales para poder contribuir a que cada integrante del colectivo social pueda ser autónomo. Románticas o no, estas ideas forjaron e inspiraron a las democracias occidentales.

Pero esto nos lleva al problema de que tal vez los fines de unos se contrapongan a los fines de otros. Aquí entra el ordenamiento jurídico que debe evitar los efectos negativos de las libertades de los sujetos. El hecho de vivir en un único espacio finito con recursos limitados, y muchas veces con intereses contrapuestos, implica la necesidad de una regulación jurídica.

Es claro que en el caso de que un integrante de la sociedad haya sido vulnerado se le debe garantizar la protección pues está en inferioridad de condiciones, ha sido víctima de una acción en su contra. Los que ahora se rasgan las vestiduras haciendo gárgaras con la palabra “libertad” deben recordar que forman parte de un colectivo, viven en una sociedad, por lo tanto, el ejercicio de esa libertad no es un absoluto porque no existen categorías jerárquicas de personas A y B.

La dignidad del ser humano se funda en la capacidad de determinarse a sí mismo. Tanto el grupo de varones que ha sido imputado por la Justicia como el periodista en cuestión le han negado la autonomía a la víctima, le han negado su ser como un fin en sí mismo, la han hecho “cosa”.

El caso de esta mujer violada que fue vulnerada y a la que se volvió a vulnerar a través de la divulgación ilícita de esos audios que, obviamente, ocasionaron el escarnio público y los juicios morales de los “dioses” del olimpo digital, es una prueba de cómo una persona que tiene la responsabilidad de estar al frente de un micrófono utilizó como medio a otra persona para conseguir quién sabe qué tipo de fin u objetivo. No todo es lícito. Imaginemos el daño que causamos a una mujer que decidió hacer la denuncia y exponerse, con todo lo que eso implica.

Todo lo generado en torno a este asunto hace que las mujeres en dicha situación sientan que es mejor no denunciar un abuso porque serán expuestas y cuestionadas desde cómo se visten y hasta qué deben o no publicar en su Instagram para no “atraer” a los violadores, como también impunemente expresó otro periodista (es llamativa la escasa capacidad, preparación profesional e idoneidad técnica de algunos exponentes de los medios de comunicación para abordar ciertos temas de gran importancia y de alta sensibilidad).

Para culminar, nunca está de más recordar lo que Erich Fromm analizaba al respecto de cómo estamos viviendo, y lo hacía ya en 1976. En su obra Del tener al ser[ ^3] Fromm ilustra dos modos diferentes en los que los seres humanos pueden existir: el modo de existencia del ser y el modo de existencia del tener. Los cambios producidos en el modo de vida de los individuos en la sociedad industrial han contribuido a identificar la felicidad personal con la adquisición de cosas, bienes de consumo. El hombre moderno, según esta interpretación, mira la realidad desde la categoría de la posesión, del tener: tener un auto, una casa, un título, una esposa o un esposo, un hijo, un iPhone, etcétera. Todo se asume como un bien a adquirir en desmedro de un modo de ser, de una identidad.

Centrando la autorrealización en el tener se promueve una búsqueda incesante de satisfacción a través de la adquisición de bienes de consumo. Esta carrera en busca de satisfacción es alimentada por la sociedad técnica, pero justamente a causa de la escisión que el propio sistema ocasiona en la persona (a raíz de que la ha desvinculado de la naturaleza y de su propia interioridad), esa satisfacción es imposible de cumplir. Esta imposibilidad radica en que la realización del sujeto jamás es lograda con las cosas a consumir y con el modo de existencia centrado en el tener. Sin embargo, la sociedad de consumo necesita convertir a todos en consumidores para poder mantenerse. De este modo la técnica genera incesantemente nuevas necesidades que la sociedad asimilará como imprescindibles para poder vivir pero que, perversamente, jamás le concederán la satisfacción real porque nacen de la negación de la naturaleza del individuo y de su interioridad.

La alternativa existe. Nos queda un reducto de resistencia y libertad. Sigamos firmes en el viejo postulado de la Ilustración y busquemos caminar con nuestros propios pies, pensar con nuestra propia cabeza sin que nos quieran construir nuestra subjetividad desde afuera. Es un trabajo diario con uno mismo, implica “desaprender” para volver a aprender a humanizarnos.

Cada día debemos optar entre honrar a la humanidad en el ancho mar, horizonte infinito y aire puro que nos ofrecen las ideas de Kant y Fromm, o seguir muriendo en el agua estancada, egoísta y mezquina que habita en una pobre y pequeña pecera.

José Luis Gulpio es licenciado en Filosofía y tiene un posgrado en Gestión Educativa.


  1. la diaria, 4 de febrero de 2022. 

  2. Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, 1785.