Me indigna la violencia cotidiana y naturalizada; me indigna la violencia premeditada, espontánea o planificada. La violencia ofende a la sociedad entera, pero daña, viola y mata a una, esa niña, mujer joven, adulta o anciana, ella, de carne, piel y sangre, con nombre y apellido. Ellas, madres, hijas, hermanas, sobrinas, solteras, casadas, divorciadas, viudas o concubinas. Ellas son las que padecen en sus cuerpos la violencia; ellas sufren en sus mentes y corazones el ultraje.
Él, a veces no tiene nombre, somete, viola y abusa porque cree ser quien le dio la carne de su costilla para ser ella. Es él quien piensa por ella, o sin ella. Él, hombre joven, adulto, soltero, casado, con hijos, sin hijos, abuelo, tío o hermano, quien ataca, abusa, asusta, hiere y dispara sobre los cuerpos y las mentes de ella, de cientos, de miles, todos los días, todo el día.
La violencia ofende a la sociedad entera, pero daña, viola y mata a una, esa niña, mujer joven, adulta o anciana, ella, de carne, piel y sangre, con nombre y apellido.
Me indigna y subleva la violencia humana, sin género adscripto y neutral; más me retuercen las vísceras la violencia nominada y la anónima violación. El placer arrebatado y una vida condenada; de origen genético o por condición mental, por la circunstancia y esa insoslayable oportunidad. Siempre hay una explicación. En su casa, en la suya, el novio o marido, el amigo o amante, el desconocido o muy cercano. Irrumpe, la quiebra, la maltrata y la mata.
Ellas, hartas de estar hartas, se juntan, se mueven. Saltan y cantan, se sublevan y alborotan. Son brujas, hechiceras, madres, hermanas, hijas o sobrinas, casadas, solteras o divorciadas. Gritan, amenazan, forcejean e insultan. Ellas, hartas de estar hartas, pegan sin golpear, hablan sin parar, se sublevan de verdad. Feministas, del letargo silencioso a la plaza a vociferar. Ellos, nosotros, todos, impávidos y murmurando, masticando su dolor, miramos, oímos un grito singular, la voz plural y la exigencia de ser ellas sin claudicar. Es tiempo del nosotros, es tiempo de la conciencia del malestar, de la urgencia de cambiar.
Christian Mirza es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.