El triunfo de la Unidad Popular en setiembre de 1973, que llevó a la presidencia a Salvador Allende, ha tenido efectos duraderos. Lo que protagonizaron las fuerzas populares en Chile, en primer lugar, fue la ruptura de la hegemonía de las fuerzas del statu quo, en un país profundamente desigual y discriminatorio. Cuando el “Venceremos”,1 el himno de la Unidad Popular, auguraba “todos juntos seremos la Historia”, proponía formas superadoras de la democracia representativa tradicional.

Estaba echando las bases de la “vía chilena al socialismo”, que ofrecía una alternativa a la “vía armada” que representaba la Revolución cubana. Suponía, entre otras cosas, la nacionalización de las riquezas básicas de propiedad de capitales estadounidenses, la reforma agraria, las necesarias reformas estructurales para sustentar el desarrollo nacional independiente.

La nacionalización del cobre, “el sueldo de Chile”, fue aprobada por unanimidad de los miembros del Parlamento chileno el 11 de julio de 1971, lo que le daba validez plena dentro del ordenamiento legal chileno. No se vulneraba la democracia en ningún grado.

Pero lo que era –y sigue siendo– inaceptable para Washington es que Chile pusiera su soberanía nacional por sobre las ganancias del capital y su súper poder. Este es el parteaguas entre la geopolítica capitalista (ganancia y dominio territorial) y el humanismo soberano.

El “comité de los 40”

La intervención electoral de Estados Unidos en Chile hizo su debut a comienzos de la década de 1960, cuando el gobierno de John Kennedy brindó un millonario apoyo a la democracia cristiana local del presidente Eduardo Frei.

Durante el gobierno de Richard Nixon se estimó necesario intensificar y coordinar las acciones para impedir el triunfo de Allende. Al efecto se creó un organismo de facto que fue llamado “el Comité 40”, en el que participaban el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, el general George Brown; el subsecretario de Defensa Wiliam Clements; el subsecretario de Estado para Asuntos Políticos, Joseph Sisco, y el director de la CIA, Richard Helms. El Comité 40 lo presidía Henry Kissinger, asistente del presidente en Asuntos de Seguridad Nacional. Nixon lo instruyó para que buscaran cómo “hacer chillar la economía chilena”.

Según lo reveló el Informe Church,2 el propósito fundamental de este comité era aprobar y “ejercer control político sobre las acciones encubiertas en el exterior”. Esas acciones debían ser tan “encubiertas”, tan clandestinas, que (cita textual) “pudieran ser desautorizadas en el futuro o negadas verosímilmente por el gobierno de Estados Unidos, o a lo menos por el presidente, en caso de que fueran descubiertas”.

Entre las acciones encubiertas en Chile se aplicó “la estrategia del caos” que impidiera todo acuerdo pacífico. Combina atentados, fake news, protestas callejeras. El diario La Segunda, de la cadena El Mercurio, cuyo dueño era Agustín Edwards, miembro del Comité de los 40, todos los días, con títulos catástrofe, llamaba: “Junten rabia, chilenos”.

El programado bombardeo a La Moneda, en cuya defensa cayó el presidente Salvador Allende, fue adelantado para el 11 de setiembre para impedir que el presidente anunciara su llamado a referéndum y a una asamblea constituyente como forma democrática de superar el acoso al gobierno de la Unidad Popular. 

Si bien la geopolítica de Estados Unidos había acumulado numerosas pruebas de servir a los intereses económicos, políticos, militares, territoriales, ideológicos del gran capital estadounidense, su violenta intervención en Chile significó un salto cualitativo en su condena, tanto por el desprecio mostrado ante las formas democráticas, lo avieso y despiadado de sus métodos, como por el inédito apoyo internacional a la “causa chilena”, sobre todo entre trabajadores y jóvenes.

El “cambio de los cambios”

Tres dirigentes de alcance mundial idearon, programaron y concretaron cambios de alcance estructural duradero: Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Augusto Pinochet. Estos cambios combinaban la dura represión a los trabajadores y sus sindicatos, la privatización de sus fondos de pensión (ideada por José Piñera, hermano de Sebastián Piñera), así como las “recetas del Consenso de Washington”.

Pero el “cambio de los cambios” lo constituye el cambio del trabajo. Buscaron el modo de organizar el trabajo que superara/suprimiera la raíz de la fuerza sindical, llegada a su culminación con la gran industria.

Para lograr la desarticulación de los trabajadores, desarrollaron tecnologías que junto con mantener las ganancias del capital (finalidad de toda tecnología) incrementara el control sobre el trabajo y los trabajadores. Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) no sólo cumplen estos propósitos, sino que pueden extenderse a todos los ámbitos de la vida social.

Los mercados se amplían en forma exponencial con el ingreso masivo de mujeres al mundo del trabajo y con el trabajo a distancia.

Estas formas de trabajo, asociadas a la cultura consumista exacerbada, tienden a potenciar el individualismo y a corroer las formas solidarias y asociativas

A fuerza de tesón y lucha, con muchas bajas, el pueblo chileno persiste en cantar “todos juntos seremos la Historia”

El pueblo, unido, jamás será vencido

Desde el 11 de setiembre de 1973, en la historia de Chile hay una constante, la dialéctica lucha /represión.

El término del mandato de Pinochet, en marzo de 1990, no significó, ni mucho menos, el término del modelo neoliberal y sus groseras desigualdades. Las “protestas” pasaron a ser jornadas de lucha, particularmente en las “poblaciones”, las barriadas más populares. La lucha cotidiana se dio en la clandestinidad, en los lugares de trabajo y de estudio, en las calles, en el exilio.

Con diferencias adjetivas, el modelo neoliberal y las luchas contra él continuaron con los gobiernos civiles.

La represión, con sus múltiples formas de violencia y arbitrariedad desmedidas, ha ido corroyendo la dimensión ética de las Fuerzas Armadas, los carabineros y la Policía civil.

La acumulación de luchas y de fuerzas populares cristalizó el 18 de octubre de 2019 con el “estallido social”. Las “protestas” y los “cabildos abiertos” autoorganizados, que se venían realizando con creciente intensidad, se multiplicaron exponencialmente.

De esta forma tomaba cuerpo la necesidad de una nueva Constitución y en particular, una escrita por una asamblea constituyente. Varios líderes sociales, analistas y políticos, incluyendo al presidente del Senado y al vocero de la Corte Suprema, mencionaron la necesidad de crear una nueva Constitución que permitiera canalizar las demandas sociales.

Tras farragosas discusiones, gobierno y oposición acordaron la fecha y contenido de un plebiscito constitucional. Postergado por la pandemia de covid-19, se realizó el 26 de octubre de 2020. Las opciones “Apruebo” y “Convención Constitucional” fueron las ganadoras por un amplio margen, 78 % y 79 %, respectivamente.

Pese a que desde 2012 el voto es voluntario y las posteriores elecciones habían marcado una baja participación, “más de 7,5 millones de personas [votaron en 2020], aproximadamente 500.000 más que en la última elección presidencial en 2017, el número de votantes más alto jamás registrado en la historia de Chile. Otro aspecto positivo fue la menor brecha entre municipios y ciudades más pudientes y pobres, particularmente evidente en la capital de Santiago, donde la participación alcanzó 56% con mayores aumentos en la votación en los barrios pobres, donde la opción “Apruebo” ganó por márgenes aún mayores que en el promedio nacional”.3

El 15 y 16 de mayo de 2021 se realizaron las elecciones para elegir la Convención Constituyente, cuya misión es elaborar una nueva Constitución. La Convención, compuesta por 155 miembros electos, tiene nueve meses para presentar un nuevo texto constitucional, que puede ser ampliado por tres meses más, en una sola oportunidad.

A fuerza de tesón y lucha, con muchas bajas, el pueblo chileno persiste en cantar “todos juntos seremos la Historia” y el “pueblo, unido, jamás será vencido”, sabiendo que es el único camino para contrarrestar la permanente codicia que anima a la geopolítica de Estados Unidos, verdadera fuerza de gravitación universal que nunca se puede desconocer.

Claudio Iturra es profesor de Historia.


  1. Música de Sergio Ortega. Letra de Claudio Iturra. Versión de los Inti Illimani

  2. Se conoce como “el informe Church” el elaborado por la comisión del Senado “para estudiar las operaciones gubernamentales concernientes a actividades de inteligencia”, presidida por el senador Franck Church, 18 de diciembre de 1975: http://www.derechos.org/nizkor/chile/doc/encubierta.html 

  3. Plebiscito Constitucional en Chile: un camino para construir una nación más inclusiva y próspera. Claudia Mojica, Resident Representative, UNDP, Chile, https://www.undp.org/