El 25 de febrero asumieron los nuevos consejeros electos por el orden docente para integrar el Codicen de la ANEP. Ambos emergen de una elección en la que logran una apabullante diferencia de votos con respecto a las listas que representaban la visión oficialista. Ambos representan a los sindicatos de la educación, y esos votos, expresados en números finales ciertamente sorprendentes en relación a las elecciones anteriores de candidatos a consejeros, muestran que no fueron sólo votados por quienes están afiliados a alguno de los sindicatos de la Coordinadora de Sindicatos de la Enseñanza del Uruguay (CSEU), sino que esa elección se constituyó en un modo de expresión del colectivo docente más allá de las adhesiones sindicales.
El acto de asunción fue elocuente. Los discursos mostraron que a lo que vienen a dar respuesta el profesor Julián Mazzoni y la maestra Daysi Iglesias es a la soledad de los docentes. Nunca como hasta ahora se ha visto esa sensación de territorio abandonado que configuran cada escuela, cada liceo, sometidos únicamente a las tempestades de las órdenes, del cumplimiento estricto de las disposiciones del jerarca aunque estén vacías de sentido, pura burocracia expresada en la normativa que sólo se adecuó durante los dos años anteriores –tiempos de pandemia– a asegurar que los números cuadraran y que los estudiantes pasaran de año, más allá de que no hubieran concurrido a clases virtuales y/o presenciales y no lograran los aprendizajes necesarios. La rebaja de las exigencias para la promoción y la adecuación normativa para facilitar el pasaje de curso, a la manera de una promoción comercial en la que se ofrecen beneficios para adquirir algún bien de consumo, ha sido la constante. En tanto, la palabra de los educadores que pusieron el cuerpo y su formación para dar respuesta en tiempos tan inciertos nunca fue escuchada.
La disolución de los Consejos de Educación definida por la aplicación de la ley de urgente consideración (LUC) ha dejado muy solos a los docentes y basta una mirada rápida a la vida cotidiana para darse cuenta. El consejero Julián Mazzoni comentó el día de la asunción (ver la diaria del 26/2/22) que con su equipo de trabajo tiene un plan “ambicioso” que implica recorrer el país escuchando las quejas de los docentes. Y cuánta razón tiene y con cuántas sorpresas se encontrará, pues no sólo descubrirá quejas, también muchas soluciones. Nuestros docentes son profesionales en su gran mayoría constructores, creadores de soluciones a las dificultades de sus instituciones, pero últimamente no tienen a quién planteárselas.
La disolución de los Consejos de Educación definida por la aplicación de la ley de urgente consideración (LUC) ha dejado muy solos a los docentes y basta una mirada rápida a la vida cotidiana para darse cuenta.
En ocasión del tiempo en que dirigí el Consejo de Secundaria (2014-2018) recuerdo que no sólo en las recorridas por el país –que fueron muchas– recabábamos necesidades, preocupaciones y propuestas. Los docentes (uso aquí la expresión “docentes” en carácter abarcativo, más allá de los cargos que circunstancialmente desempeñen) y los funcionarios se comunicaban con alguno de los tres consejeros o se acercaban hasta el Consejo y siempre eran atendidos. El nivel de interlocución con los actores que llevan adelante la vida cotidiana en los centros educativos y las aulas siempre fue muy alto, y la mayoría de las veces, muy bueno. Hoy no existe. Los docentes trabajan en soledad con respecto a los jerarcas y no es aceptable que se estime como justificación de la disolución de los Consejos de Educación la desburocratización o la supuesta agilidad en la toma de decisiones y su implementación, porque no hay ni una sola señal de que esto sea así. Muy por el contrario, la dependencia de una sola figura (a cargo de la Dirección General) a la manera de un/a monarca que todo lo controla y todo lo decide en forma unívoca ha enlentecido los procedimientos. Se nota claramente la falta de confianza en los equipos; en tanto, hasta que el o la monarca no se expide, no hay acción.
¿Qué se ha hecho a cambio de esa falta de diálogo con los actores del territorio? Se aumentó la asignación de figuras jerárquicas en la inspección para blindar el cumplimiento burocrático de la norma, bajo las consignas “cumpla, aunque no tenga sentido”, “cumpla o rodarán nuestras cabezas”, “cumpla y no discuta porque nadie lo está invitando a pensar”. Sin dudas, la inspección jerárquicamente organizada y fortalecida en los cargos cupulares es la garantía de que los actores cumplan disposiciones que no comparten y que no redundarán en beneficio del fin fundamental de la educación, que es generar aprendizajes y propiciar el desarrollo integral de nuestros niños, niñas y adolescentes. En el correr de los últimos meses, se ha nombrado en forma directa –sin llamados ni concursos– a la inspectora general docente y a dos subinspectoras generales. La pirámide se define, se fortalece, se estructura para inhibir las voces, generar temor y construir un escenario aparentemente prolijo para una realidad desoladora para los docentes y los funcionarios de gestión.
Por eso celebro la llegada al Codicen de los dos compañeros electos por los docentes y celebro el discurso de ambos, en los que se realza la necesidad de dar voz a los educadores, de recoger opiniones y de considerarlos no como meros aplicadores de una reforma que viene “envasada” desde afuera de nuestro Uruguay, sino constructores de patria, de vida cotidiana, con voces de identidad profesional que merecen ser escuchadas. Es necesario reubicar la vida educativa en el marco del derecho a la educación y apostar por los más débiles que hoy están quedando por fuera del sistema. Todas las decisiones conspiran contra los más vulnerados: la eliminación de grupos y el aumento del ratio profesor-alumno; el debilitamiento de los equipos profesionales sujetos a la desconfianza del jerarca, viéndose sometidos a órdenes muchas veces confusas, con marchas y contramarchas, trabajando con temor; la puesta en tela de juicio de las necesidades que se detectan en los territorios. Todo conspira para fortalecer el concepto de caridad que parece subyacer en todas las decisiones, pues es claro que se estima que a algunos les corresponde una porción privilegiada de la realidad y a otros, los restos que “generosamente” quieren darles los primeros.
Celsa Puente es profesora e integrante del colectivo Conversatorio sobre Educación. Fue directora general del Consejo de Educación Secundaria.