En los Estados Unidos, de donde vengo, ser progresista te hace sentir un poco vacía. Llegué a Uruguay buscando aprender de un país progresista. Mientras que la mayoría de los uruguayos con los que he hablado lamentan el fin de una era progresista, mi experiencia de trabajo en la olla popular Palermo durante estos últimos cuatro meses me permitió ver que la voluntad progresista de Uruguay está de hecho viva y floreciente. Se trata de algo mucho más profundo que quién gobierne y quizás se encarne mejor en el trabajo solidario de las ollas populares.

Mis queridas olleras están presentes, semana tras semana, algunas desde hace más de dos años. Pican zanahorias, calabazas de invierno y potentes cebollas que te hacen llorar, siempre con cuchillos sin filo, durante horas, de pie sobre la llama caliente de la olla hirviendo en un sótano mal ventilado, fregando la ceniza negra de los suelos y raspando las lentejas pegadas en el fondo de la olla. Es un trabajo que exige físicamente; hay que “ponerle el cuerpo”, como les gusta decir a ellas.

Aunque el trabajo de la olla es muy agotador, el tiempo que se pasa allí es profundamente nutritivo. Entre picar y servir, nos sentamos en sillas rotas para entablar un acalorado diálogo político, intercambiar recetas e ideas de campaña, compartir historias de nuestras familias, nuestros sueños y nuestras críticas a películas y series. Llego a casa cada lunes y miércoles con la satisfacción de la solidaridad y una esperanza renovada.

Mis queridas olleras, las panteras rosadas, como me gusta llamarlas por su compromiso por el “Sí” en el referéndum de marzo, saben cómo hacer realidad lo imposible con su voluntad colectiva y su poder físico.

Por supuesto, no es la primera vez que oigo hablar de panteras que alimentan a los hambrientos. Los progresistas estadounidenses tienen el lejano recuerdo del Partido de las Panteras Negras, que, de 1969 a 1971, dirigió el Programa “Free Breakfast for Black Children” (desayuno gratis para niños negros), que garantizaba que los niños negros se alimentaran todas las mañanas antes de ir a la escuela, para que llegaran preparados para aprender. Al mismo tiempo que satisfacían esta necesidad básica, las Panteras Negras –al igual que las panteras rosadas de la olla– practicaban la solidaridad negra, participaban en conversaciones críticas en torno a la equidad racial y de clase, y movilizaban las bases del partido con un sencillo mensaje: “Estaremos aquí para ti, incluso cuando el Estado no lo esté”.

Mi experiencia de trabajo en la olla popular Palermo durante estos últimos cuatro meses me permitió ver que la voluntad progresista de Uruguay está de hecho viva y floreciente.

Aunque el programa de desayuno de las Panteras Negras es un ejemplo brillante de la solidaridad radical, hay muchos progresistas estadounidenses que se han olvidado de la importancia del sacrificio físico que exige la labor del cambio social. Salvo algunas excepciones notables en nuestras comunidades de color y en las comunidades pobres, queer y en condición de discapacidad, en las que practicar la solidaridad no es algo escogido sino una forma de sobrevivir, me cuesta imaginar a mis compañeros progresistas estadounidenses –jóvenes blancos y bien educados como yo– dispuestos a arriesgar su cuerpo, aunque sólo sea para pelar unas papas.

Los estadounidenses progresistas de hoy, dominados por las voces de la élite intelectual, quieren que los cambios se realicen de forma fácil. Durante la pandemia compartimos bonitos memes que decían “We Take Care of Each Other” (nos cuidamos unos a otros), mientras eran muy pocos quienes realmente llevaban adelante este trabajo solidario difícil e importante. Muchos de nosotros sólo queremos entregar los datos de nuestra tarjeta de crédito en un portal web y pulsar “enviar” para mandar una donación al tema social del momento, y dormir tranquilos sabiendo que hemos sacrificado la leche de avena en apoyo de nuestra creencias políticas. Intenta juntar a cincos jóvenes progresistas para tocar puertas de casas para una campaña en la mañana del sábado: es una batalla casi imposible. Y luego, los progresistas estadounidenses siguen sorprendiéndose crónicamente cuando perdemos las elecciones porque los necesitados se han decidido a no votar con nosotros. Pero, por supuesto, eso es lo que ocurre cuando como movimiento social olvidamos el poder político que tiene presentarnos para cuidarnos y construir relaciones a nivel humano.

Mientras me preparo para volver a Estados Unidos en unas semanas, me traigo la visión progresista de “poner el cuerpo” de las panteras rosadas olleras. El trabajo fácil y privilegiado de creer en una ideología política, votar y hacer transferencias bancarias no es suficiente para generar los cambios políticos necesarios, para cuidar realmente a nuestros ciudadanos. Es hora de que mis compañeros progresistas estadounidenses y yo seamos como las panteras rosas y negras. Es hora de volver a aprender a estar presentes, listos para fregar el piso.

Hilary Pollan tiene una maestría en Planificación Urbana y Salud Pública y reside en Carolina del Norte, Estados Unidos.