En el número 110 de la revista Lento, Fernando Errandonea se dedica a desmontar lo que denomina “caricaturas y falsedades” respecto a la contribución teórica de Karl Marx.1

Luego de una introducción en la que advierte sobre la difusión de versiones distorsionadas de manera interesada y malentendidos que se transforman en verdad por repetición, Errandonea dirige sus baterías a refutar seis afirmaciones bien concretas, a saber: 1. las de Marx como enemigo de la modernidad; 2. como contrario a la libertad individual; 3. las que lo presentan como una versión secular de propósitos de tipo religioso; 4. la de Marx como simpatizante del totalitarismo; 5. su presentación como un enemigo del libre comercio; y 6. la confusión entre sus ideas y las de Lenin.

No es la intención de esta columna referirse globalmente al artículo, cuyo contenido comparto casi en su totalidad, aunque a esta altura del partido, quizás hubiera sido más útil una aproximación con un tinte más crítico y menos panegírico, es decir, señalando no sólo las críticas infundadas, sino aquellas justificadas, que también las hay. Mi interés es llamar la atención sobre un punto en particular, en el que, a mi juicio, se cae involuntariamente en la misma trampa que se critica. En el punto 4, Errandonea discute la consideración de Marx como un “simpatizante del totalitarismo”, lo cual, en el contexto de su ensayo, resulta necesario y ajustado a la verdad histórica. Era necesario hacerlo, porque efectivamente se trata de una acusación empleada como caballito de batalla habitual por parte de quienes combaten el pensamiento marxista desde una perspectiva más bien rudimentaria, sin apego a la verdad ni profundidad teórica. Y era además muy justa, por razones que intentaremos repasar.

Pero Errandonea no elige bien, a mi juicio, al sujeto a quien le carga la mochila de esas acusaciones livianas. Para empezar, apunta a la obra “La sociedad abierta y sus enemigos” del, gran filósofo austríaco Karl Popper, quien queda etiquetado al pasar como a un representante de “la derecha”, dicho así, sin matices. Veamos.

Popper es bien conocido por ser, además de uno de los filósofos de la ciencia de referencia ineludible, uno de los más firmes defensores de la democracia liberal, a la que consideraba la forma política en mejores condiciones para asegurar una sociedad abierta; una forma de organización social que podría irse mejorando en un proceso reformista, o de “ingeniería social gradual”, como él prefería denominar. Su defensa de la democracia no estaba apoyada en las visiones finalistas habituales, como la de ser “el gobierno del pueblo” o expresión de la “voluntad popular”. La principal virtud de este sistema era, a su juicio, su capacidad para prevenir las tiranías. Dado que no es posible asegurar la conformación de un buen gobierno, al menos posibilita librarse cada tanto de los malos gobernantes, y hacerlo por medios pacíficos, por la vía del debate libre sustentado en un intercambio racional. Su filosofía política deriva con toda claridad de su filosofía de la ciencia, la cual se sustenta en la modestia del falsacionismo: dado que no es posible demostrar la veracidad de una teoría, conformémonos con saber que es posible descartarla demostrando la falsedad de un caso particular.

Pero sería un error confundir esta ubicación política con la derecha neoliberal, que tiene como una de sus señas de identidad la de propugnar un Estado mínimo, limitado a cumplir con las funciones de seguridad y protección de la propiedad privada. Son muchas las referencias de Popper contrarias al laissez faire del liberalismo clásico. Para él, el liberalismo y la intervención estatal “no se excluyen mutuamente” y admitía el intervencionismo estatal como un mal necesario, no sin advertir sobre los peligros de la desviación burocrática. En su obra La sociedad abierta y sus enemigos deja muy clara esta cuestión: “Considero que no puede ponerse en tela de juicio la injusticia e inhumanidad del ‘sistema capitalista’ sin trabas que nos describe Marx”, y hace alusión a la llamada “paradoja de la libertad”, según la cual “la libertad, si es ilimitada, se anula a sí misma”, ya que conduce a una “tiranía de los fuertes sobre los débiles”.

Popper tuvo además especial cuidado en aclarar que “estas consideraciones, destinadas originalmente a aplicarse a la esfera de la fuerza bruta o de la intimidación física, deben aplicarse también a la económica”. Porque “La libertad económica ilimitada puede resultar tan injusta como la libertad física ilimitada, pudiendo llegar a ser el poderío económico casi tan peligroso como la violencia física, pues aquellos que poseen un excedente de alimentos pueden obligar a aquellos que se mueren de hambre a aceptar ‘libremente’ la servidumbre, sin necesidad de usar la violencia”. Y el remedio para enfrentar estos desafíos supone abandonar los sistemas económicos sin trabas: “Si queremos la libertad de ser salvaguardados, entonces debemos exigir que la política de la libertad económica ilimitada sea sustituida por la intervención económica reguladora del Estado”.2

Para completar el cuadro hay que señalar que Popper también propugnaba la participación del Estado en materia educativa, precisamente lo contrario a las recomendaciones neoliberales que surgirían unos años después desde la escuela de Chicago: “Soy de la opinión, ciertamente, de que es responsabilidad privativa del Estado cuidar que todos sus ciudadanos reciban una educación que les permita participar en la vida de la comunidad y aprovechar todas las oportunidades para desarrollar sus intereses y dones específicos; y también debe cuidar el Estado, por cierto (como lo destaca Crossman con razón), que la falta de ‘capacidad del individuo para pagar’ no le prive de realizar estudios superiores”.3

Parece claro que, como señalaba el filósofo británico Bryan Magee, “Popper desarrolló, como nadie había hecho hasta entonces, lo que deberían ser los fundamentos de la socialdemocracia”. Si tomamos como marco de referencia los programas políticos de las izquierdas y derechas contemporáneas, más allá de que Popper esquivó siempre las etiquetas simplificadoras, hay buenas razones para considerar sus enseñanzas más alineadas con las izquierdas democráticas que con las derechas neoliberales.

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Pero vayamos al fondo del asunto. El foco principal de las críticas de Popper fue el historicismo, en el cual veía una de las semillas del totalitarismo. Dado el carácter polisémico de esa palabra, es conveniente repasar la definición del término utilizada por el filósofo vienés en sus textos: con historicismo estaba aludiendo a aquellas filosofías o escuelas de pensamiento que parten del supuesto de que la historia transcurre de acuerdo a leyes, pudiéndose predecir su desarrollo futuro del mismo modo que puede predecirse un eclipse, el paso de un satélite o la sucesión de las estaciones del año.

Desde el momento en que la historia se percibe como libretada a priori, ya sea por un designio divino (como en la doctrina del pueblo elegido), por el espíritu de la Nación (Hegel) o por el materialismo histórico, entendido como una ciencia (Marx), el espacio para las reformas democráticas quedaba, según su advertencia, severamente reducido. La creencia en una profecía o “ingeniería social utópica”, según sus términos, es el germen perfecto para los experimentos radicales y las tentaciones totalitarias.

Popper identificó ese componente profético, lo que identifica como la filosofía oracular de Hegel en la doctrina marxista, que proclamaba haber descubierto “las leyes de movimiento de la sociedad moderna”, según las propias palabras de Marx. Allí está el centro neurálgico de la crítica de Karl Popper al marxismo. Es cierto que hizo también algunas referencias a la analogía entre la noción religiosa del pueblo elegido y la de clase obrera como clase elegida, pero el sentido de esa referencia era precisamente la similitud de su carácter historicista (profético), es decir, la creencia en ambos casos de que existe un sujeto social predestinado a cumplir un rol histórico por supuestas leyes inmutables, cuya modificación está fuera de su alcance.

En ningún momento Popper acusó al propio Marx de ser un “simpatizante del totalitarismo”, como se desprende del artículo que estamos comentando, lo cual habría sido una condena moral lapidaria. Y esto no es apenas un matiz. Una cosa es criticar al marxismo por contener en su matriz algunas premisas que pueden derivar (y de hecho derivaron) en el surgimiento de regímenes totalitarios, y otra bien distinta es considerar a esa peligrosa deriva como un destino premeditado, producto del propio pensamiento de Marx. Popper hizo lo primero, pero se cuidó muy bien de evitar lo segundo. De hecho, en más de una oportunidad advirtió que si Marx hubiera sido consciente de las derivas de algunos de sus postulados, no habría dudado en revisarlos. Porque él tenía una altísima estima intelectual por Marx. Son múltiples los tramos de La sociedad abierta... en los que destaca sus aportes teóricos, su radicalismo moral y su profundo amor por la libertad. Veamos algunos de ellos.

“No se puede hacer justicia a Marx sin reconocer su sinceridad. Su amplitud de criterio, su sentido de los hechos, su desconfianza de las meras palabras y, en particular, de la verbosidad moralizante, le convirtieron en uno de los luchadores universales de mayor influencia contra la hipocresía y el fariseísmo. Marx se sintió movido por el ardiente deseo de ayudar a los oprimidos y tuvo plena conciencia de la necesidad de ponerse a prueba no sólo en las palabras, sino también en los hechos. Dotado principalmente de talento teórico, dedicó ingentes esfuerzos a forjar lo que él suponía las armas científicas con que podría lucharse para mejorar la suerte de la gran mayoría de los hombres. A mi juicio, la sinceridad en la búsqueda de la verdad y su honestidad intelectual lo distinguen netamente de muchos de sus discípulos (si bien no escapó por completo, desgraciadamente, a la influencia corruptora de una educación impregnada por la atmósfera de la dialéctica hegeliana “destructora de toda inteligencia” según Schopenhauer)”.

O más adelante: “El análisis sociológico y económico marxista de la sociedad contemporánea puede haber sido algo unilateral pero, pese a esta tendencia, es excelente en la medida en que involucra una descripción de los hechos. La razón del fracaso de Marx como profeta reside enteramente en la pobreza del historicismo como tal, en el simple hecho de que aun cuando observemos lo que hoy parece ser una inclinación histórica, no podemos saber si mañana habrá de tener o no la misma apariencia”.

O también: “[...] la condenación marxista del capitalismo es, en esencia, una condenación moral. Se condena al sistema por su cruel injusticia intrínseca combinada con la completa justicia y corrección ‘formales’ que lleva aparejadas. Se condena al sistema porque al forzar al explotador a esclavizar a los explotados, los priva a ambos de libertad. Marx no combatió la riqueza ni alabó la humildad. Odió al capitalismo no por su acumulación de riqueza sino por su carácter oligárquico; lo odió porque en este sistema la riqueza significa poder político de unos hombres sobre otros. La capacidad de trabajo se convierte en un artículo y esto significa que los hombres deben venderse en el mercado. Marx aborreció el sistema porque se parecía a la esclavitud”. “De este modo, indirectamente, admitió su amor por la libertad y, pese a su inclinación, como filósofo, hacia el holismo, no fue por cierto colectivista ya que confiaba en que el Estado habría de ‘marchitarse’ tarde o temprano. La fe de Marx era, fundamentalmente, a mi parecer, una fe en la sociedad abierta”.

Y veamos todavía este pasaje más enfocado en la cuestión de la libertad: “En la ética práctica de Marx, categorías tales como la libertad y la igualdad desempeñaron, a no dudarlo, el papel fundamental. Marx fue, después de todo, uno de aquellos que tomaron con toda seriedad los ideales de 1789, y vieron además con cuánta desvergüenza se podía tergiversar un concepto como el de libertad. He aquí, pues, por qué no predicó la libertad con palabras, por qué la predicó en la acción. Quería mejorar la sociedad y para él las mejoras significaban más libertad, más igualdad, más justicia, más seguridad, niveles de vida más altos y, en particular, ese acortamiento de la jornada de trabajo que procura de inmediato cierta libertad a los trabajadores”. “Es este radicalismo moral de Marx lo que explica su vasta influencia y es, en sí mismo, un hecho altamente alentador. Este radicalismo moral todavía está vivo; nuestra tarea debe consistir en hacerlo perdurar, en evitar que siga el mismo camino que deberá seguir su radicalismo político. El marxismo “científico” ha muerto, pero deben sobrevivir su sentido de la responsabilidad social y su amor por la libertad”.

Estas pinceladas seguramente puedan sorprender a quienes, sin haber leído la obra de Popper, fueron moldeando su opinión en base a la de terceros, poco fieles al contenido profundo de sus enseñanzas.4 Pero es bueno saber que la verdad está bastante alejada del Popper ultraliberal que nos venden algunas versiones interesadas. Tómese entonces esta nota como un simple intento por seguir echando luz sobre los aportes de estos dos grandes pensadores, procurando, si no llegar a la verdad, descartar por falsas las malas caricaturas.


  1. “Caricaturas y falsedades sobre Karl Marx”. Lento, 7 de mayo de 2022. 

  2. Obra citada. 

  3. Obra citada. 

  4. En modo alguno aludo con este comentario a Fernando Errandonea, con quien me une un gran respeto intelectual, por encima de las discrepancias de enfoque que señalo en esta nota.