Imaginemos un país escondido en los rincones de América del Sur. Imaginemos que es otro de los países abatidos por la pandemia sanitaria y que, a diferencia de la tendencia mundial, no asume la necesidad de políticas intervencionistas. Imaginemos que el gobernante de este país decide escudar las consecuencias de la pandemia bajo la bandera de la libertad responsable.
Imaginemos, sólo imaginemos, que en este contexto pandémico el país escondido en los rincones de América del Sur llega a tener la tasa más alta de mortalidad a nivel mundial durante el trimestre de abril, mayo y junio de 2021. A su vez, imaginemos que el salario real cae por segundo año consecutivo (1,56% para 2021), que las pasividades aumentan menos que en años anteriores en términos reales (con un incremento menor a la inflación en 1,8% para 2021), que se registra una reiterada suba del precio de los combustibles y, por tanto, una suba de los precios de comestibles, productos de higiene, etcétera, a la vez que se produce una explosión de ollas populares.
El gobierno de este país, sin embargo, goza para setiembre de 2021 de una aprobación de gestión de la pandemia de 84%, y la aprobación de la gestión de su presidente ronda 50% para fines del mismo año.
Si atendemos a las cifras, que no son números sino realidades, vidas y familias golpeadas, podemos dar cuenta de que no hace falta imaginar. Este país escondido en los rincones de América del Sur es el Uruguay de hoy.
A pesar de las pérdidas salariales, de la caída del poder de compra y del aumento de la pobreza en todas sus franjas ‒a diferencia de lo que señala el presidente‒, la población entiende que la gestión de Luis Lacalle Pou merece una aprobación de 50%.
¿Por qué me centro en estos datos? Para hablar del poder de la comunicación.
La comunicación: ¿bandera de la derecha mundial?
Recuerdo haber presenciado un acto de cierre por la alcaldía frenteamplista para uno de los ocho municipios en la campaña departamental de Montevideo durante 2019. En este acto, uno de los oradores dijo (palabras más, palabras menos): “[...] porque ellos [la coalición de gobierno] se piensan que las elecciones se ganan con comunicación y nosotros [el Frente Amplio] sabemos que la militancia es con la gente, en los barrios, mano a mano...”. Ante esta afirmación, muchas personas del público presente aplaudieron enardecidas. “¿Alguien puede explicarle al dirigente que no se trata de fenómenos independientes, sino que son complementarios?”, pensé en ese momento.
Es sabido que desde sus inicios el Frente Amplio se caracterizó por su vínculo con los movimientos sociales y las personas de a pie. Si bien por un momento pareció haber perdido esta cercanía, la campaña por el referéndum de la ley de urgente consideración (LUC) demostró una vuelta a las raíces, y lo celebro. Aun así, el Frente Amplio no debería enorgullecerse, regocijarse y conformarse con la idea de que al Frente lo hace la gente, mientras las derechas día a día comprenden y aplican rápidamente prácticas comunicacionales que, a la vista está, resultan muy efectivas.
Me atrevo a decir que las izquierdas en Uruguay sólo volverán a gobernar si se atreven a comprender las claves comunicacionales del nuevo mundo. El futuro llegó hace rato.
No quiero detenerme en los aciertos comunicacionales del actual gobierno y de sus figuras particulares, pero algo que sí cabe destacar, y que sí hace la diferencia, es la permanente alineación y coherencia que mantienen los dirigentes de turno en todos sus discursos. Es difícil encontrar voces disonantes dentro de la coalición. Sin embargo, quienes se desprenden del discurso común lo hacen clara y estratégicamente para posicionarse. Una conclusión: en la comunicación de gobierno no existen improvisaciones y hasta lo aparentemente espontáneo es premeditado. Así, no es casual dar cuenta de que el supuesto romántico sobre el que se sostiene el actual gobierno de Lacalle Pou sea el de la libertad. Si bien resulta paradójico que las derechas opten por apropiarse de esta idea cuando es sabido que sin igualdad de oportunidades no hay libertad posible, lo han logrado y las izquierdas no han sabido disputar este terreno.
Ahora pensemos que existió un Uruguay que estuvo durante 15 años gobernado por el ala progresista, que luego de tres períodos de gobierno no supo mantener su mandato. Entre otros aspectos esto se debe, por un lado, a la debilidad que tuvo el Frente Amplio a la hora de comunicar los impactos positivos de sus logros en materia de infraestructura, salud, políticas públicas como el Sistema Nacional de Cuidados, el Plan Ceibal, la fibra óptica, la agenda de derechos, etcétera, etcétera. Por otro lado, se solidificó la fortaleza comunicacional de una oposición siempre atenta, estratégica y al alpiste.
“Nos gobierna una agencia de publicidad”
Este tipo de afirmaciones que reverberan como mitos populares crean imaginarios colectivos que repelen toda posibilidad de izquierdas que se atrevan a profesionalizar su comunicación. La despectiva intención que sostiene esta frase y que repiten los militantes de izquierda resulta al menos peligrosa y destruye las oportunidades de su propia fuerza política, y, en consecuencia, alimenta el éxito de las derechas. A modo de caricatura, imagino un asado entre dirigentes derechistas que ríen y gozan a costas de una izquierda que se cree reivindicativa y que, por oposición, excava su propio pozo.
Afortunadamente existen ejemplos claros y actuales de izquierdas y progresismos a nivel mundial y en América Latina que supieron interpretar las demandas de la gente y acompasarlas con estrategias claras de comunicación. Casos como la contundente propuesta de Más País y Más Madrid en España, de la mano de Ínigo Ierrejón y Rita Maestre; el nuevo gobierno chileno de Gabriel Boric y su gabinete; la figura de la congresista Alexandra Ocasio-Cortez en Estados Unidos ponen de manifiesto un despertar progresista que comprendió el papel fundamental de la comunicación en un mundo cada vez más hipermediatizado y globalizado.
Si para 2024 existe en Uruguay una opción que vele por los más vulnerados, que construya en diálogo con las personas, sus demandas, los movimientos y organizaciones sociales, que dispute la idea de la libertad, y que, además, entienda la urgencia de profesionalizar su estrategia de comunicación, estaremos sin dudas ante un nuevo gobierno progresista.
Me atrevo a decir que las izquierdas en Uruguay sólo volverán a gobernar si se atreven a comprender las claves comunicacionales del nuevo mundo. El futuro llegó hace rato.
Lucía Pagani es estudiante de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República.