Cuando era niño visitaba asiduamente el Museo Pedagógico, en la plaza Cagancha.
Estaba a la vuelta y en los altos de la escuela República Argentina, donde yo concurría. Entrando, justo a la derecha, había una vitrina con una serie de miniaturas, donde mostraban todos los recursos prevalerianos de “instrucción pública”. Las orejas de burro que se colocaban a los y las niñas castigadas, el maíz esparcido para colocar al alumno arrodillado, la regla pegando en la punta de los dedos, niños con ladrillos en las manos con los brazos extendidos.
Eran los fundamentos de la educación. Ver, saber la barbarie que en nombre de la educación y la pedagogía se hizo por mucho tiempo, es también una forma de pedagogía. Rechazar enfáticamente y hacer memoria sobre las aberraciones. Eran hechos confirmados por tíos, tías y abuelos, que no sólo asentían con dolor, sino que ampliaban las torturas a las que habían estado sometidos.
Hay un cuadro de Goya que muestra al maestro con su latiguillo pegando en las nalgas desnudas de un alumno, rodeado de otros que ya recibieron su merecido.
“La letra con sangre entra” o “Escena de escuela” fue pintado por Francisco de Goya entre 1780 y 1785. “La obra representa una escena de escuela, en la que un maestro está en actitud de azotar con un latiguillo a un alumno que descubre las nalgas, quien adopta la postura para recibir el castigo. A la derecha, otros alumnos que ya han recibido la lección, recomponen sus ropas y en medio del llanto por el castigo recibido”.
“El médico italiano Cesare Lombroso (1835-1909), a partir de la autopsia de un conocido criminal, desarrolló una versión más determinista de la ‘ciencia del criminal’ que, con el nombre de Criminología positivista o Antropología criminal, buscó sintetizar las observaciones, estudios y experiencias directas de quienes hasta entonces habían estado en contacto con el mundo de criminales y delincuentes. Médicos, policías, jueces, abogados, juristas, alcaides y guardias de prisiones cobrarían un papel relevante al momento de identificar a los “sujetos peligrosos”, categoría que comenzó a justificar tanto el fortalecimiento de las ideas deterministas de la criminalidad como las posturas tendientes a implementar, desde los aparatos de poder, una defensa de la sociedad basada en la vigilancia e identificación de los sectores populares urbanos preferentemente”.1
La seguridad ciudadana lombrosiana y prevaleriana
La opinión pública tuvo un largo debate sobre la propuesta de Vivir sin Miedo. Luego, sobre todos los artículos prevalerianos de la ley de urgente consideración (LUC), que aseguraban alegremente que sólo se trataba de tener más rigor, darle autoridad a la policía y aumentar todas las penas. Aun en los casos como los de Donna Summer, que se convirtió en el modelo de la injusticia con cara de mujer. Se escucharon voces de rever esto. No pasó nada. Vino una ola de homicidios, con palabras injuriantes del ministro Luis Alberto Heber contra una pareja de víctimas de un sicariato frente a sus tres hijos. Entonces, acorralado, fue a ver a su presidente y anunció un plan. No dio muchos detalles. Pero era más de lo mismo. En el último fin de semana hubo ocho homicidios.
Peor que la ausencia de una política criminal pública es no tener conciencia de ello.
Desde 1995 el sistema político ensaya variantes lombrosianas y del tipo “la letra con sangre entra”. Se maneja con un razonamiento rayano en la estupidez: si hay violentos, hay que ser más violentos, castigarlos con más prisión y con más tiempo en la cárcel. Esto, agregado a la cantinela ya insoportable de la herencia maldita que se recibió y dando a entender que los ajustes de cuenta, en definitiva, nos sacan de arriba algunos malandras peligrosos. No es así.
Peor que la ausencia de una política criminal pública es no tener conciencia de ello.
“La violencia quiere comunicar algo”, y la impotencia de la política, sumada a la rabia y el resentimiento, son algunas de las razones por las que los delitos son cada vez más violentos, afirmaba en la diaria Esteban Rodríguez Alzueta. Argentino, abogado y magíster en Ciencias Sociales, Rodríguez Alzueta trabaja como profesor e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Nacional de La Plata. Se enfoca en la sociología del delito, la violencia y la inseguridad.
En Uruguay contamos con algunos académicos que intentan abordar y sistematizar esto que resulta desgarrante, genera miedo y no es tan simple como los gestores de la seguridad piensan.
Enfoques antropológicos que están editados en libros como De calles, trancas y botones, de 2011, y Si tocás pito te dan cumbia, de 2009, de Ricardo Fraiman y Marcelo Rosales. Hay un curso de Criminología inaugurado por Nicolás Trajtemberg y Clara Musto en la Facultad de Ciencias Sociales.
Existen abordajes interesantes a nivel territorial que dan una pauta, sólo una experiencia de un camino más productivo, participativo y elocuente para conocer el territorio.
No vamos a insistir con el hecho de que hay personal policial que fue formado excelentemente por la Nueva Policía y que han sido postergados, apartados y denostados. Directamente una burrada. Todo buen gestor aprovecha lo que se conquistó en el Estado, sea con la administración que sea.
Podemos sí insistir en consultar, en convocar en serio a los operadores de la justicia, a sus asociaciones y a aquellas personas que tienen mucho para aportar. A los y las fiscales, a magistrados, a defensores de oficio. Se ha elegido el camino de colocarlos bajo la sombra de la sospecha. Absurdo.
Estamos trancados, no se avizora un nuevo horizonte ni una apertura para que todos los actores sociales, políticos, comunitarios, académicos participen activamente en el diseño de una política criminal pública, que supere esta persistencia en algo que, ya se demostró, no sirve.
Mientras tanto, seguiremos poniendo orejas de burro, pegando con la regla en los dedos, colocando maíz para arrodillar a los pobres que caen presos. Llegará algún día en que todo este enfoque punitivo, cruel y absurdo sea motivo de museo. O que alguien como el brillante Goya dibuje unas nalgas atormentadas por el látigo de un maestro y lo titule “Escenas de la seguridad ciudadana en Uruguay”.
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Cuadernos de Historia Nº 40, Santiago, junio de 2014. ↩