En los últimos años han surgido iniciativas legislativas para prohibir el uso del lenguaje inclusivo en organismos públicos e instituciones educativas en varios países del mundo. En Uruguay estas iniciativas fueron propuestas por el diputado Ope Pasquet del Partido Colorado (PC) y la diputada Inés Monzillo de Cabildo Abierto (CA). El uso del lenguaje inclusivo apunta a dos objetivos: criticar el uso del género marcado masculino como el genérico y sumar un género neutro para referirnos a personas que no se identifican con uno u otro género binario. Son dos reivindicaciones legítimas que merecen nuestra atención y no pueden ser descartadas a la ligera.

Los argumentos esgrimidos por los “protectores” de la lengua pasan por opiniones y expresiones de académicos –varones todos– y el uso de expresiones como “aberrante”, “jerga” y “un peligro para la lengua”.

“La RAE dice...”

La Real Academia Española (RAE), en un informe publicado en 2020,1 dice que “los cambios gramaticales o léxicos [...] no han sido dirigidos desde instancias superiores, sino que han surgido espontáneamente entre los hablantes”. Con la intención de argumentar a favor de la prohibición, está haciendo exactamente lo opuesto.

Efectivamente, los cambios lingüísticos suceden por el uso en la comunidad, y el lenguaje inclusivo no es la excepción; no viene dictado por una “instancia superior”. Es una respuesta de la comunidad de hablantes ante una injusticia, y debe ser tratada con el mismo respeto que otras variantes del español.

La misma RAE recién en 2013 eliminó las acepciones de debilidad y fragilidad asociadas a la palabra femenino; el primer diccionario de la RAE fue editado en 1780, hace 233 años. ¿Dejamos de asociar lo femenino a lo débil sólo después de que la RAE lo quitara de su diccionario? No, fue la sociedad la que dejó de usar esa palabra con esa acepción.

La RAE es una autoridad que históricamente ha sido y permanece conservadora y machista: al día de hoy, en su Junta de Gobierno, hay ocho hombres y una sola mujer en el cargo de segunda vocal adjunta, la posición jerárquica más baja.

Es legítimo cuestionar la opinión de un grupo mayoritariamente masculino sobre temas que atañen a la discriminación de la mujer y de personas de género no binario.

“Estropea la lengua”

El director de la RAE Santiago Muñoz Machado, en una entrevista2 del año 2020, dice: “Tenemos una lengua hermosa y precisa. ¿Por qué estropearla con el lenguaje inclusivo?”. El argumento es que el lenguaje inclusivo alarga los textos y los vuelve engorrosos, atentando contra la economía del lenguaje. ¿Por qué decir “todos, todas y todes”, si con “todos” ya está? Además de machista, es ridículo decir que agregar palabras o flexiones de género estropea una lengua, cuando en realidad la enriquece en posibilidades.3

Ningún cambio estropea una lengua. Eso no ocurre y la historia lo demuestra. Las lenguas viven y se alimentan del cambio. Si una lengua no cambia es porque no se usa y está condenada a morir. No hay que mirar más lejos del latín como ejemplo. El español cambia tanto porque es la cuarta lengua más hablada en el mundo (alrededor de 550 millones de hablantes nativos y no nativos). Los cambios son dados por múltiples factores, y mientras algunos persisten en el tiempo, otros terminan en el olvido.

“La realidad primero y el lenguaje después”

En una entrevista4 a Sergio Sinay –escritor, sociólogo y psicólogo argentino– este declara que “[los] ‘jibarizadores’ del lenguaje tienen la ilusión de que recortando la lengua, o inventando una manera de hablar, se puede forzar la realidad o envasarla. Eso en el fondo es un delirio. El lenguaje es representativo de la realidad y no al revés, ellos buscan el camino inverso”. La realidad, sin embargo, está construida desde el pensamiento y la cognición, y ambos están íntimamente ligados con el lenguaje. El lenguaje guía las emociones, crea y piensa por uno, y uno se entrega a eso inconscientemente.

Según Ferdinand de Saussure, padre de la ciencia lingüística, el lenguaje es arbitrario y no existe una relación directa entre el signo y su significado; es decir, el hecho de llamar “mesa” a una tabla con cuatro patas no tiene ninguna vinculación entre la palabra y el objeto que referencia. La decisión prescriptiva de referirse a un grupo heterogéneo de personas por el masculino es arbitraria y caprichosa, tomada por un grupo de varones en el siglo XVI, que fue y sigue siendo una forma de construir la realidad. “Los jóvenes”, por ejemplo, hace referencia a hombres, u hombres y mujeres; sólo diciendo “los y las jóvenes” se puede hacer referencia a ambos géneros. Y eso aún deja afuera a aquellos que no se identifican con ninguno de esos dos. Las relaciones de poder, históricamente, son asimétricas a favor del hombre, y es el hombre el que es digno de ser referenciado mientras que la mujer es invisibilizada o dejada en un segundo plano; las personas de género no binario ni siquiera son contempladas por el idioma, apenas admiten su existencia los académicos de la lengua y de otras áreas humanas.

Muñoz Machado, en la entrevista citada antes, dice que “el lenguaje inclusivo es errático y caprichoso”. Pues sí, al igual que todo lenguaje que se defina como tal, y calificarlo de esa manera más bien lo legitima.

“Es una jerga”

Volviendo a Sergio Sinay, dice que el lenguaje inclusivo es una jerga y que “una característica de las jergas es que se las habla dentro de las sectas”. Agrega además que “[reduce el número] de emisores y receptores solamente a aquellos que acepten el dogma. De esta forma el que no acepta esa jerga queda excluido”.

Sinay parece olvidar que la lengua española –particularmente la rioplatense– fue enriquecida por el lunfardo del tango, una jerga considerada antes como la más vulgar de las expresiones lingüísticas. Con el paso del tiempo se volvió una marca de prestigio y adoptamos palabras como mina, compadre, pibe, etcétera.

Llamar “sectas” a los promotores del lenguaje inclusivo deja ver lo que este individuo piensa al respecto. No es cuestión de estar o no de acuerdo con el uso del lenguaje inclusivo, es un tema de respeto por las diferencias. Si Sinay va a prejuzgar a los defensores del lenguaje inclusivo, me voy a dar el lujo de hacer lo mismo: ¿qué reflexión sobre la inclusión puede hacer una persona que escribió un libro titulado La ira de los varones?

“La lengua tiene reglas”

Mario Vargas Llosa llamó al lenguaje inclusivo “una aberración” que “desnaturaliza” el lenguaje que fue “concebido por toda la humanidad” y tiene “reglas que no se pueden quebrantar”.5 Me atrevo a decir que su visión en este punto es estrecha, conservadora y equivocada. Se repite, además, que un varón intelectual nacido en la primera mitad del siglo XX critique la iniciativa.

El lenguaje es una construcción de la humanidad y como toda construcción colectiva está sujeta a reparaciones, ampliaciones y modificaciones. La Nueva gramática de la lengua española, obra elaborada en conjunto entre la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale) que establece las normas gramaticales que rigen el español, está llena de ambigüedades con respecto a esas reglas que Vargas Llosa llama inquebrantables. El ritmo al que cambia el español es vertiginoso y las normativas tienen que cambiar o flexibilizarse para poder acomodarse al uso cotidiano de la lengua.

Si la intención es seguir a la RAE en estos temas, deberíamos decir hazme el favor y no haceme el favor, pues la primera es la conjugación que admite el Diccionario de la Lengua Española (DLE) como válida. Palabras como chafalote, frankfurter y nuestra querida ta, entre otras, que están ausentes del DLE serían, según Vargas Llosa, “aberrantes”.

“Es un problema político-ideológico”

Las palabras “politizar” e “ideología” han adquirido connotaciones negativas. Seguir una ideología es entendido como estar adoctrinado, y politizar algo es visto como una maniobra que pretende manipular a la ciudadanía. Esto se logró a través del lenguaje usado en discursos políticos y medios de comunicación masiva.

La lengua fue siempre política e ideológica. Los colonizadores, desde la época del imperio romano hasta la modernidad, impusieron sus lenguas en las colonias como forma de someter a las culturas nativas. Quitarle el derecho a expresarse en su propio idioma a una comunidad es una forma de represión y adoctrinamiento. Discriminar una forma de hablar es discriminar al hablante, pues la lengua es el hablante, es parte íntegra de su identidad.

Es imposible desligar el lenguaje de la política o de la ideología, pues como mencionaba antes, el lenguaje da forma a nuestra realidad. Aquellos que tienen control sobre la lengua tienen un enorme poder sobre la realidad de las personas que la usan. Intentar controlar o prohibir el uso de determinadas palabras, dialectos, o lenguas es una forma efectiva y cruel de destruir la identidad de una comunidad. En el Río de la Plata se erradicó el uso del guaraní, del chaná y de las lenguas africanas de los esclavos para someter a esas poblaciones a doblegarse ante el poder, o desaparecer por completo.

Prohibir el lenguaje inclusivo es también un acto político e ideológico. ¿Por qué la prohibición es legítima y la promoción es “un problema”?

El lenguaje inclusivo no busca obligar a una población a hablar un idioma; propone nuevas formas inclusivas y menos discriminatorias. Sin duda que viene atado a un problema “político-ideológico”, es un impulsor más del cambio lingüístico. Prohibirlo es también un acto político e ideológico. ¿Por qué la prohibición es legítima y la promoción es “un problema”? Cualquier fuerza o iniciativa cuyo objetivo es alterar lo establecido y quitar poder a los que ya lo tienen de sobra va a ser tildada de problemática, y se le van a poner trabas políticas y legales para intentar frenarla. Eso es lo que está en juego: no es la defensa de la lengua, es la defensa de los valores tradicionales de políticos e intelectuales conservadores.

La diputada Monzillo en su proyecto de ley escribe: “Estamos convencidos que [sic] esta ley tendrá un impacto positivo en la educación nacional [...] impidiendo que las ideologías contaminen mediante el lenguaje la educación de los niños y adolescentes”. El idioma español en su forma actual ya está “contaminado” de ideología; está permeado por siglos de patriarcado, colonialismo y discriminación. El español actual es discriminatorio, y las pruebas están a la vista y oídos.

Ya que la diputada pretende abogar por el correcto uso del lenguaje, debería saber que “estamos convencidos que” es gramaticalmente incorrecto, pues falta la preposición de antes del que. Uno está convencido de algo, y no convencido algo. Este fenómeno se llama queísmo y es considerado incorrecto por la RAE.

Casos de éxito

Existen ejemplos en el mundo donde pronombres y flexiones morfológicas neutras fueron adoptados en el uso cotidiano del lenguaje sin atentar contra la “integridad de la lengua”.

Desde 2015, Suecia incluyó en su diccionario el pronombre neutro hen, en adición a los ya existentes han (“ella”) y hon (“él”). El pronombre se acuñó en los años 60 y su uso se extendió en ámbitos cotidianos, mientras que en textos y discursos oficiales se usaba el recurso “han/hon”. Antes de su inclusión al diccionario oficial, entre los promotores de este pronombre neutro se encontraban figuras del gobierno y otros organismos oficiales que buscaban simplificar la escritura.

Otro caso es el del inglés. Si bien el pronombre they (“ellos”) es originalmente plural, hoy también es usado como neutro para el singular. Lo mismo ocurre con el we, que para un traductor al español sería “nosotros”, pero esto sería incorrecto, ya que este pronombre no tiene marca de género y por ende incluiría “nosotras”. Esto se formalizó en el diccionario Merriam-Webster en 2019.

No me vengás con esto

Estos intentos de argumentar en contra del lenguaje inclusivo están basados exclusivamente en prejuicios y tendencias conservadoras. Llama la atención que una diputada de un partido que se considera artiguista (palabra que no está en el DLE) y nacionalista ponga sobre la mesa el peso de la RAE para justificar la prohibición de una forma de hablar. Nada menos nacionalista que subyugarse a las normas impuestas por una institución del país colonizador.

Es necesario que el lenguaje inclusivo tenga su espacio para crecer y fomentarse, pues sólo así es que se logrará saber si tiene cabida en el idioma.

La lengua es fantástica y bella no por su homogeneidad, sino por su variedad, sus matices y cambios. No es admisible que se busque prohibir y discriminar una forma de hablar, y por lo tanto a aquellos que la usan, bajo la bandera de “cuidar la integridad del idioma” o “mantener la pureza del español”.

Prohibir es lo que hicieron los colonizadores.

Discriminar es lo que hacen los que miran mal a otros por no pronunciar la “d” al final de “verdad” o por decir “haiga”.

A ellos les respondo: “no me rompás”.

Francisco Villaverde es escritor y estudiante de Lingüística en la Universidad de la República.


  1. Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas (2020). 

  2. El País de Madrid, 17 de julio de 2020 https://elpais.com/elpais/2020/07/17/eps/1594981722_985896.html 

  3. Luego de escrito este artículo, en una nota con TV Ciudad el día 20 de junio después de ser nombrado Visitante Ilustre, relativizó su postura: “[el lenguaje inclusivo] es una manera más de reivindicar la desigualdad de la mujer [...] se utiliza el lenguaje para hacer más transparente y más visible ese problema”. 

  4. Infobae, 13 de junio de 2021 https://www.infobae.com/sociedad/2021/06/13/sergio-sinay-sobre-la-equipa-el-lenguaje-inclusivo-es-una-jerga-que-deja-afuera-a-todo-el-que-no-pertenece-a-la-secta/ 

  5. El feminismo y el lenguaje inclusivo según Vargas Llosa (ladiaria.com.uy/Ui7).