Vivimos en una época en la que importa más el efecto que genera una información que saber si esta es verdadera o no. El objetivo es lograr determinado efecto; la información será eficaz si logra cumplir ese objetivo, aunque no sea verdadera. La veracidad se convierte así en algo secundario. Este es uno de los tantos temas sobre los que reflexiona el filósofo Byung-Chul Han en uno de sus últimos libros, No-cosas.

Es cierto, uno lee a este filósofo –agudo intérprete de nuestra sociedad actual– y se queda pensando si no es un tanto gris y escéptico. Pero luego de un paseo por las redes sociales, y de comprobar el manejo que de ellas hacen algunas figuras públicas y del jet set político nacional, uno asume que al pensador surcoreano le asiste la razón.

Estamos en una era “posfactual” pues la información y la constante necesidad de publicar una noticia nueva a cada instante está desplazando a la realidad. Nos hemos vuelto adictos a la información, o peor aún, adictos a los titulares. Y digo a los titulares, porque la prisa con la que vivimos y el modo de funcionamiento actual del mundo digital nos llevan a tener una capacidad de concentración y de atención muy epidérmicas.

No nos detenemos a leer y estudiar las noticias; nos basta con la imagen del titular y con el impacto que nos causó. El mundo digital vive de ráfagas, estímulos, novedades y esto no nos permite darnos el lujo de mantener la atención durante un tiempo prolongado. Por lo tanto, no nos permite una reflexión profunda sino superficial.

Los portales informativos, los usuarios de las redes sociales y todos aquellos que desean “existir” en la red se ven obligados a generar noticias nuevas a cada instante para satisfacer y autosatisfacer nuestra obsesión por la información y por los “me gusta”. La yema de nuestros dedos debe estar constantemente actualizando la página en busca de novedades.

Alerta Byung-Chul Han que esta situación nos convierte en seres carentes de un hilo conductor, de un logos, un hacia dónde, pues vivimos fragmentados. Esta fragmentación es posible porque cambiamos las “cosas” por datos, cambiamos las cosas consistentes por números y bits, cambiamos lo fáctico por lo imaginario, cambiamos el proceso por el instante.

Buscar tener éxito a toda costa para generar determinados efectos en la opinión pública, asesinando y sacrificando la verdad, habla de decadencia y de baja estatura moral

El paso al mundo digital que, inevitablemente, implica la desmaterialización, empobrece al mundo humano y empobrece la realidad, porque todo se convierte en fugaz: “Sólo las narraciones crean significado y contexto. El orden digital, es decir, numérico, carece de historia y de memoria, y, en consecuencia, fragmenta la vida”.

Es que, justamente, al orden digital no le interesa la historia pues vive del momento, se nutre del aquí y ahora, del tuit y del retuit, de la noticia y de su impacto, sin importar si es falsa.

Este estado de situación nos conduce a vivir en una gran Babel digital, donde no nos entendemos y donde la ficción se confunde con lo real y lo fáctico con lo inventado. El uso que muchos hacen de la red no propicia el intercambio ni el diálogo sino monólogos digitales enervados y subidos de tono en una “red” que reúne muy poco.

Si a lo anterior le sumamos que los algoritmos nos aíslan en burbujas digitales y cámaras de eco, comprendemos que debemos tomarnos el tema muy en serio para luchar por tener una mente abierta y no terminar convirtiéndonos en un grupo de fanáticos que sólo aplauden lo igual y giran en círculos.

Por otro lado, es realmente un drama para la calidad democrática del país que incluso aquellas personas con responsabilidades públicas propaguen informaciones erróneas o, lisa y llanamente, falsas. Y si esta acción es deliberada, es más deplorable y reprobable aún.

Buscar tener éxito a toda costa para generar determinados efectos en la opinión pública, asesinando y sacrificando la verdad, habla de decadencia y de baja estatura moral: “La información por sí sola no ilumina el mundo. Incluso puede oscurecerlo. A partir de cierto punto, la información no es informativa, sino deformativa. [...] El rápido aumento de la entropía informativa, es decir, del caos informativo, nos sumerge en una sociedad posfáctica” (No-cosas, Byung-Chul Han).

La tecnología, la información que circula en internet y todo lo que hace al mundo digital pueden ser excelentes herramientas que favorezcan la formación de personas cada vez más autónomas en sentido kantiano, es decir, personas capaces de “caminar con sus propios pies”.

Los discursos racionales, elaborados desde una ética sólida, son los que deberían “iluminar al mundo”, y no la información desconectada de la verdad. Porque hay ciertos tipos de datos que no matan relatos, sino que asesinan a la verdad.

José Luis Gulpio es licenciado en Filosofía y tiene un posgrado en Gestión Educativa.