Docentes y estudiantes de Formación en Educación nos encontramos nuevamente en conflicto. La oleada conservadora que impulsa el gobierno nos fuerza, como muchas veces antes, a tomar la palabra y erigirnos como un actor social y político al cual escuchar, con el cual debiera -todo gobierno en general, pero sobre todo este, en particular- negociar. Básicamente, porque le somos absolutamente necesarios.

Docentes y estudiantes somos absolutamente necesarios para cualquier tipo de reforma -ahora le llaman transformación curricular- que se pretenda introducir en el ámbito de la educación pública, y más aún en la formación de educadores, sobre todo porque hace años que tenemos claramente trazado un camino y un horizonte.

La formación de educadores necesita ser universitaria. Al menos desde el Congreso de Educación de 2006 -previo a la Ley General de Educación- lo estamos reclamando: es necesaria una universidad de la educación. Sin embargo, a nuestros actores políticos, y en particular a los partidos de la coalición de gobierno, hace décadas que les provoca urticaria toda búsqueda de instalar una conversación seria sobre la posibilidad de que la formación de nuestros docentes sea una formación universitaria.

El gobierno sigue optando por un dualismo “a la uruguaya” entre los profesionales de las varias profesiones liberales -esos a la universidad- y quienes eligen profesiones vinculadas a la educación -a los que ahora ofrecen un cartoncito de “licenciado en pedagogía”-.

Ser universitario exige transitar por una formación donde la investigación y la extensión están -o deberían estar- profundamente imbricados con la tarea de enseñanza. He ahí las tres funciones universitarias. Ser universitario en nuestro país tiene, además, la rica tradición de pertenecer a una institución autónoma, gratuita y cogobernada por docentes, egresados y estudiantes, al menos hasta que, tras la habilitación a la Universidad Católica del Uruguay en las postrimerías de la dictadura, comenzaron a aparecer en cascada una serie de universidades privadas.

Ser universitario, entonces, se piensa de a tres: tres órdenes, tres funciones. Pero claro, esta es sólo una forma de pensarlo.

Las autoridades designadas por este gobierno no lo creen de esta manera. Para ellas, el Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) tiene una autonomía que llega hasta el momento en que el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) dicta resoluciones y la ANEP dice “amén”. Y las autoridades del Consejo de Formación en Educación (CFE) de la ANEP hacen uso de su autonomía para repetir a coro: “Señor, sí señor”. Entonces, la articulación entre tres organismos autónomos se vuelve una cascada de órdenes dictadas por quien no debiera y la obediencia de quienes deberían tener criterio propio.

Parten, además, de un diagnóstico que, por más que lo repitan todo el tiempo, no logra demostrar que “la educación es contenidista, repetitiva, memorística y no adaptada a la actualidad” -como si todo sistema educativo no crujiera en los momentos de crecimiento, tal como ocurrió con la primaria en los 30 del siglo pasado y en la media 90 años después-. Entonces, proponen soluciones mágicas, rápidas, eficientísimas y que jamás se han demostrado como tales. Ahora hay que ir por “competencias”, que no son otra cosa que una adaptación del estudiante a un mercado de trabajo cada vez más extractivista y más precarizado.

Así las cosas, cuando el MEC decide que con una prueba final un estudiante de profesorado de ahora en más se convertirá en un “licenciado en pedagogía” con título universitario, uno se pregunta dónde está la universidad que acredita que dicho título corresponde a una formación universitaria; qué prácticas de enseñanza, investigación y extensión, qué gobierno autónomo y compartido por los tres órdenes se ofrece como garante de dicha titulación.

Hoy por hoy, en el ámbito de Formación en Educación tenemos formaciones que se han diseñado al calor y con el empuje de estudiantes, docentes y egresados. Fueron (fuimos) estos tres órdenes los que hicieron posible que la formación de educadores sociales pasara del ámbito del Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU) a la ANEP. Fueron los órdenes los que negociaron con la ANEP una currícula que integra lo específico de la educación social -cuyo campo no deja de crecer, dado que la educación trasciende largamente lo que ocurre en las aulas- con el tronco común de toda la Formación en Educación.

Son docentes, egresados y estudiantes quienes realizan -en convenio con distintas facultades de la Universidad de la República o con el INAU, o las intendencias y municipios- tareas de investigación y de extensión en lugares tan variados como Montevideo, Paysandú o Maldonado, en temáticas diversas como discapacidad o las prácticas comunitarias. Son los tres órdenes articulándose en cada situación para poder cumplir con las tres funciones de la formación. Producir conocimiento, transmitirlo, ponerlo a disposición de la sociedad: eso es lo que hace una universidad.

Justamente, lo que no existe en la propuesta del MEC -porque el Codicen y el CFE se ajustan al triste papel de ser una polea de transmisión de órdenes generadas en otros ámbitos- es apertura a los saberes del otro, diálogo, intercambio de posiciones, negociación. Estas propuestas se dan sin escuchar seriamente -sabiendo que alguna posición se debe ceder-; sin hacer lugar a propuestas concretas presentadas una y otra vez -ahí sigue, durmiendo el sueño de los justos, el plan 2019 de formación de educadores sociales-; imponiendo mesas de negociación a las que se llega con los documentos ya redactados; repitiendo monolíticamente que “hay que ir” por unas milagrosas “competencias” que tanto necesitamos.

Los docentes organizados en Asambleas Técnico Docentes, en Salas de Asignaturas, en distintas comisiones nacionales de carrera o sindicalmente se oponen (nos oponemos) a esta reforma. Los estudiantes se organizan, se juntan, se coordinan para ocupar centros desde Paysandú a Maldonado, pasando por Montevideo, Canelones o Colonia. Docentes y estudiantes ocupan en Rivera o en el IPA para manifestar que esta reforma no va a buen puerto. Que en educación, por definición, siempre hay dos voluntades que deben negociar, y algún saber puesto en juego.

Escuchando a los estudiantes cantarlo una y mil veces en cada marcha, me sigo preguntando: a prepo, apurados, sin escuchar ni ceder en nada, sin docentes ni estudiantes, ¿qué reforma van a hacer?

Edh Rodríguez es licenciado en Ciencias de la Educación y docente efectivo en Pedagogía y Pedagogía Social en el CFE.