Por estas horas, desde mi lugar me ha tocado observar y acompañar las diversas actividades que viene desarrollando el movimiento estudiantil, como resistencia en contra de la reforma educativa “impuesta” y “en defensa de una mejor educación”, y “por una sociedad más justa donde se garantice el acceso a una vida digna en todas sus formas”, según expresaban las reivindicaciones de la Asociación de Estudiantes de Educación Social. En ese marco, me gustaría realizar una lectura docente de esa experiencia, de ese otro que está viviendo su camino y te lo cuenta.
El lugar del docente
¿Qué lugar ocupa un docente durante una ocupación de estudiantes? Primero que nada, enseña. El docente nunca deja de ocupar una posición de enseñanza propia de su rol y, como se verá, incluso se le pide al docente que cumpla ese rol, que dé ese tipo de respuestas. El docente tiene una oportunidad de mostrar una visión distinta de las cosas, introduce una mirada reflexiva e interpela, pero también le corresponde dar lugar, escuchar y aprender. No sería posible, desde mi punto de vista, ir a dar clases y decir: “Esto que doy hoy va para el parcial, ya lo saben”. Algo así sería no leer la situación.
Una de las cosas que pude observar es la actitud interrogativa de los estudiantes con los docentes, en busca de ver y “leer” qué podíamos decir sobre el conflicto, cómo íbamos a proceder, de qué forma nos posicionábamos ante la situación. Sentí en muchas ocasiones que los estudiantes pedían que los adultos ocuparan su lugar: no diciéndoles qué debían hacer, sino acompañándolos, guiándolos, orientándolos. No porque no supieran qué hacer o adónde ir, sino porque también en estas situaciones el estudiante pretende que el referente esté presente, que se haga cargo de su parte. Nos hacían ver que algo teníamos que ver y, en ese sentido, todo lo que hiciéramos iba a ser leído por ellos: nuestro silencio, nuestro acuerdo, nuestro desacuerdo, nuestra contrariedad o alegría. No dejábamos de ser un espejo en el que se estaban mirando. Obviamente que estaban las consultas, sobre todo durante los primeros momentos, referidas a si íbamos a dar clases, pero luego eso se fue transformando en: “Profe, ¿hacemos clases abiertas, talleres, charlas, mateada educativa?”; la idea misma de aula, de vínculo, de participación y de “hacer escuela” se estaba resignificando, y nosotros en nuestro rol.
El lugar del estudiante
Los estudiantes también estaban aprendiendo a ocupar su lugar. Lo propio de ser jóvenes es la espontaneidad, es esa actitud de rebeldía y crítica, pero esta respuesta no es homogénea. Se observaban respuestas de cierta desconfianza entre compañeros por “el que nos deja sin clases” o el que “entra a clases aunque estemos en paro o se va”. Sin embargo, luego eso también se fue transformando, y pasaban a verse ellos mismos en diálogo, en el acuerdo o desacuerdo se escuchaban, debatían, preguntaban por las razones de las movilizaciones, incluso sobre cómo se organizaba un gremio. Es que en muchos lados no se sabía que eso también era ser estudiante y que se podía participar, formar un gremio, hacer una asamblea, ocupar un lugar más allá del aula tradicional, un lugar preponderante, de autonomía, de autogobierno, de decisión propia. Para muchos estudiantes esta era una “primera vez” en este tipo de lucha, de ocupaciones, marchas, asambleas, dormir en una institución.
Este tipo de acciones de ruptura con lo establecido sólo pueden llevarlas a cabo actores cuya respuesta esperable no sea tan fácil de interpretar. La actitud de los estudiantes rompe con los moldes de lo establecido. Ellos hablan de estar en contra de una reforma que impone arbitrariedades que tal vez uno no dimensiona, como reclamar el derecho a la libre expresión para exponer creativamente sus ideas pintando los muros de centros educativos, como plantea la plataforma reivindicativa de la Coordinación de Centros de Estudiantes de Formación en Educación.
El lugar de las instituciones
Las respuestas de las instituciones fueron variadas. Los propios estudiantes agradecen a los colectivos sociales, gremios, sindicatos y a la comunidad toda por el apoyo en estas instancias. Contaron que había vecinos que les dijeron: “Si los saca la Policía se vienen para acá”. Se vio a varios referentes acompañar a sus hijos a ocupar, llevándoles abrigo y alimento, haciendo interminables llamadas para saber cómo estaban.
Pero la institución mostró también otro tipo de respuestas. Los estudiantes contaban que en algunos lugares no dejaron espacios abiertos para guardar las cosas, acceso a llaves de luz para poder ver o resguardarse del frío. No obstante, las experiencias más complejas pasaron por ver signos de represión en acciones que, si bien podían imaginarse, no dimensionaban. Una de las más notorias fueron los desalojos realizados durante la noche, cuando el riesgo por la seguridad de los estudiantes era mucho mayor y en muchos casos ya no había locomoción para volver a sus propias casas. Otra muestra notoria de insensibilidad se vio al llamar a la fuerza policial: “No entendemos cómo quienes nos dicen que apuestan al diálogo responden llamando a la Policía”. Ver camionetas, cascos, chalecos, escudos, uniformados en fila en la oscuridad contra las paredes de las casas linderas, para proceder en caso de ser necesario, no era lo que esperaban, no lo reconocen como parte de una respuesta a lo que ellos hacían: “Pensábamos que iba a venir alguien a hablarnos”.
El conflicto por la reforma educativa nos ha dado la oportunidad de reflexionar sobre el lugar de los y las jóvenes en la sociedad, sobre la construcción colectiva que tenemos de ellos. El movimiento estudiantil organizado nos está mostrando un camino que, antes de querer corregir, valdría la pena observar y aprender, preguntar y escuchar.
Rodrigo Aguilar es profesor en el Consejo de Formación en Educación.