En estos días ha vuelto al debate público la oportunidad de poder firmar un tratado de libre comercio (TLC) con China. La pregunta es: ¿de qué manera vamos a encarar esto como país y, en especial, desde el sistema político? Lo que se juega acá debe estar enmarcado en una política de construcción inteligente de las relaciones exteriores del país que considere los intereses de los más amplios sectores. No se trata de un instrumento aislado, sino que requiere ser analizado en contexto con otros factores de política pública, y, como todo instrumento, dependerá de cómo sea utilizado.

Desde una posición inicial me he manifestado de acuerdo con explorar un TLC con China, pero con salvedades. Y las salvedades son relevantes porque condicionan no sólo la forma en que se explore un TLC, sino también quiénes serán los actores que van a participar en la definición del alcance de un acuerdo de este tipo. Algo que los abogados llamaríamos “las reglas del juego”.

¿Por qué nos manifestamos a favor de explorar un tratado de este tipo? Los TLC, como todo instrumento, no son buenos per se, se trata más bien de instrumentos de política internacional que requieren de un enfoque estratégico. Y si hay un territorio y mercado que son estratégicos para nuestro país, ese territorio es China. Se trata de la segunda economía internacional y el primer exportador global. Por ello es por lo que se ha convertido en el principal socio comercial de nuestro país. Las importaciones chinas desde Uruguay han aumentado significativamente en los últimos años, tal como lo han hecho las exportaciones.

Y si bien en los últimos años su economía no ha crecido a los ritmos que nos tuvo acostumbrados durante las últimas dos décadas, sí el crecimiento de su clase media ha hecho que se transformen los patrones de consumo, y ello incluye, por ejemplo, un mayor consumo de carne o de alimentos que contengan cierta trazabilidad, lo que se puede alcanzar también en las industrias vitivinícolas y citrícolas. Es decir, tenemos una ventaja competitiva para poder explotar. Sin embargo, tengo grandes dudas respecto de si el TLC tradicional, el que firmó Chile en los 90 con tantos países, deja beneficios sustanciales a nuestra economía.

Creo necesario ‒y sabemos que a los intereses estratégicos de China también les conviene‒ poder avanzar hacia acuerdos de nueva generación que incluyan dentro de sus cláusulas compromisos medioambientales y con otras temáticas que permitan acordar que el comercio entre ambos países potenciará un ganar-ganar para ambas sociedades.

¿Cómo potenciamos esa moneda de cambio con el gigante oriental? Unidos. La única manera de poder llevar adelante negociaciones con una potencia de este tamaño es involucrando al conjunto del sistema político.

Y ahí está uno de los principales desafíos. Un país de tres millones de habitantes busca negociar con una potencia de más de 1.400 millones de personas. Ahí es donde entran en juego las salvedades que tenemos que tener en cuenta para poder lograr un acuerdo que sea de mutuo beneficio. ¿Cuál es el gatillo? Negociar y acordar con Uruguay es firmar con el país más estable, con mejor desempeño democrático y económico del continente. Un sello y una puerta de entrada de China en una región que históricamente ha sido un ámbito de influencia europeo y norteamericano.

¿Cómo potenciamos esa moneda de cambio con el gigante oriental? Unidos. La única manera de poder llevar adelante negociaciones con una potencia de este tamaño es involucrando al conjunto del sistema político. Así como en su momento se llamó a todos los partidos políticos cuando venía el proyecto de UPM 2, hoy el gobierno tiene el deber de potenciar este trabajo como un equipo país. Ello incluye, además de la oposición política, a los empresarios, trabajadores, a la academia, el sector científico y tecnológico. Debemos escuchar e interpretar las distintas voces para fortalecer la posición del Estado uruguayo, pero sin olvidar que somos eso, un Estado negociando frente a otro Estado aspectos que incidirán sobre este y sobre varios gobiernos y la población en su conjunto.

En ese diálogo se identificarán las fortalezas, las debilidades, las oportunidades y las amenazas de un eventual acuerdo con China. Y allí es donde debemos implementar acciones para preparar a las industrias que podrían, eventualmente, verse afectadas por la concreción de este tipo de acuerdos. A eso le he llamado “lealtad con nuestro sector industrial”. ¿Por qué la lealtad debería ser un norte en una integración internacional inteligente? Porque se trata de eliminar barreras que dificulten el acceso de nuestros productos a mercados tan grandes como el de China. Pero al mismo tiempo se requiere de lealtad con el sector industrial que podría sufrir ante la llegada de otros productos similares a nuestro mercado. Es necesario que se protejan las fuentes de trabajo de los sectores de la industria de manera que identifiquen oportunidades de innovación y reconversión ante las aperturas. Entonces, lejos de ver este proceso como una amenaza, deberíamos verlo como una oportunidad para potenciar o reconvertir los sectores de la industria que así lo requieran. Para esto necesitamos de la ciencia y la tecnología aportando a la innovación de los procesos, de los productos, y así reconvertir las ventajas competitivas de nuestro sector industrial.

He ahí la necesidad de enfocar la negociación de un acuerdo de libre comercio no sólo como un proceso de quita de aranceles en determinados productos. En realidad, debe ser parte de un enfoque integral de la política comercial de nuestro país que involucre de manera transversal a otras áreas, como la captación de nuevos mercados, la marca país, la certificación de procesos de producción, el estímulo a la innovación, la ciencia y la tecnología.

Poco sabemos de lo que se ha negociado o conversado. Ese no es el camino que entendemos que pueda llevar a buen puerto una negociación exitosa de un TLC con China. Más allá de frases cruzadas, lo que precisamos es información y apertura, para que con dicha información podamos conocer y proponer un acuerdo que cuide y proteja a nuestros trabajadores, que fomente la generación de empleo en sectores innovadores y que no signifique el cierre de nuestras industrias. Un TLC sí, pero con salvedades.

Andrés Lima es intendente de Salto.