Generalizar siempre es un arma de doble filo; por un lado, resulta útil porque ordena y simplifica, pero, por otro, es arriesgado debido a que se pierden la complejidad y los matices.
El término “segunda ola progresista” nace, precisamente, como consecuencia del anhelo de encontrar una única categoría que permita explicar como un “todo” el conjunto de procesos políticos que se vienen sucediendo en América Latina en el último lustro (2017-2022).
Las victorias de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México, Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia después del golpe de Estado, Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras y Gustavo Petro en Colombia constituyen, indudablemente, un nuevo fenómeno geopolítico. Estos nuevos gobiernos tienen como factor común el freno al neoliberalismo vigente en cada uno de sus países y, además, que se desarrollan en un tiempo histórico distinto al de la llamada “primera ola progresista” que, a su vez, los diferencia de sus antecesores.
Sin embargo, a pesar de ciertos rasgos característicos en común, sería erróneo asumirlos como bloque monolítico y homogéneo.
Cada episteme específica es muy diferente entre sí. La historia política chilena no es comparable con la mexicana, ni la colombiana con la boliviana. Cada proceso tiene sus tensiones, tanto internas como externas. Ni siquiera el neoliberalismo se comporta de idéntica manera en cada país.
Hasta las formas de ganar las elecciones también son disímiles. No es lo mismo obtener una victoria en segunda vuelta por la mínima habiendo alcanzado un escaso 10% o 12% del padrón electoral en primera vuelta (como en los casos de Castillo en Perú y Boric en Chile) que ganarla en la primera ronda de modo aplastante (por ejemplo, Luis Arce obtuvo 46% y AMLO 33% del padrón).
Tampoco podemos asemejar tan superficialmente el tipo de “frente” que constituye la base electoral y política para cada caso. El grado de heterogeneidad es muy variopinto. Poco tiene que ver el Pacto Histórico en Colombia con el Acuerdo chileno; o el Movimiento de Regeneración Nacional con la compleja fragmentación peruana; o el Frente de Todos argentino con el Movimiento al Socialismo boliviano.
A pesar de ciertos rasgos característicos en común, sería erróneo asumir esta “segunda ola progresista” como bloque monolítico y homogéneo.
Y, por último, no debemos descuidar las diferencias en cuanto a los propios liderazgos. Con biografías desiguales, incluso por un asunto estrictamente etario. Unos estuvieron en la cárcel y otros en luchas universitarias; alguno viene del ámbito rural y otros de la gran ciudad; los hay con experiencia previa en la gestión pública y aquellos que nunca habían gobernado antes.
Todo este combo de matices debe ser tenido en cuenta a la hora de radiografiar este segundo momento histórico en América Latina, porque seguramente nos ayudará a explicar las potenciales divergencias que puedan surgir en los próximos meses y años. Dicho de otro modo: si uno de estos procesos se tambalea, como ha sido el caso de Chile con la derrota en el plebiscito constitucional, no deberíamos aceptar en absoluto esa idea de que inmediatamente después viene el fin de ciclo progresista en la región.
Sería tan injusto como inexacto, porque mi hipótesis de partida es que estamos ante un ciclo más fragmentado, menos compacto que el anterior, y que seguramente estos gobiernos tendrán recorridos muy divergentes entre sí. Hasta ahora han demostrado grandes contrastes en política exterior, en los temas económicos, en la forma de comunicar, en los horizontes de lo posible, en la forma de relacionarse con el adversario y con sus propias bases sociales, en la manera de ganar autoridad, en el ritmo en la toma de decisiones y, por qué no decirlo, también en el grado de moderación de sus acciones.
Como ocurre con la fluidodinámica, hay que estudiar cada ola a fondo y conocer sus propiedades y composición: su amplitud, la pendiente, su periodicidad, su cresta, su valle, su depresión y su tipología de onda. Porque ninguna ola es igual a la anterior, y ni siquiera toda ola es uniforme.
Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).