Hace 100 años, en 1922, fue publicado el libro de Carlos Vaz Ferreira (Montevideo, 1872-1958) Sobre los problemas sociales.1

En este 2022, coincidiendo con los 100 años de la primera edición de dicha obra, estamos también conmemorando los 150 años del nacimiento del filósofo.

Como clásico de la filosofía uruguaya, filosóficamente lo celebramos reflexionando e invitando a reflexionar en torno a su comprensión crítica del “orden social actual”, referente a los años 20 del siglo pasado en que el filósofo la realizó, pero también –asumiendo los riesgos que supone toda extrapolación– en relación al “orden social actual” de estos años 20 del siglo XXI, pues este de hoy es de alguna manera aquel de hace un siglo, mirado desde su futuro.

En Vaz Ferreira el pensar filosófico arraiga en su sentir humano de confesa sensibilidad social y se pone a prueba en la acción política. Emplazado entre las raíces del sentir y los desafíos del actuar en un “orden social actual” complejo y conflictivo atravesado por “los problemas sociales”, el pensar maximiza su racionalidad porque ese emplazamiento es asumido como condiciones de posibilidad y de sentido, y no como límites o distorsiones, lo hacen razonable.

Desmarcándose críticamente del “individualismo” y del “socialismo” –teorías entre sí opuestas, atinentes al problema planteado–, pero también de todo “eclecticismo”, Vaz Ferreira convoca a todos “los espíritus comprensivos, sinceros, humanos”, quienes a partir de un sentir compartido podrían consensuar en su “fórmula de ideal social” como criterio –como estrategia y como utopía– a nivel del ejercicio de la acción política concreta, en el marco de las condiciones del “orden social actual”, a los efectos de resolver en la medida de lo posible “el problema social”.

El a priori para resolver el problema: la “fórmula de ideal social”

Un orden social como el “actual” –de 1922 o de 2022– se encuentra tensionado en cuanto tal orden sobre “la oposición polarizante: igualdad y libertad” o –escribe Vaz Ferreira– “menos sencilla pero más comprensivamente: por un lado, igualdad, con algo de seguridad, facilidad, bienestar presente; por otro, libertad y personalidad, con algo que tiene que ver con posibilidades futuras, mejoramiento, fermentalidad”, tomando nota de que la oposición entre libertad e igualdad se encuentra en los hechos atravesada por los requerimientos en una y otra dirección del presente y las expectativas –también en una y otra dirección– hacia el futuro.

Se trata de “pensar directamente sobre el problema” con el criterio a priori que se manifiesta a posteriori a la experiencia del pensar y proponer desde las teorías –individualismo y socialismo–, que en su afán de confirmación propia y refutación de la teoría adversaria cancelan las posibilidades de acuerdos conducentes a resolver en los hechos “el problema social”.

El criterio a priori que se manifiesta a posteriori a las prácticas de pensar y debatir desde las teorías es la “fórmula de ideal social” en la que, más allá de sus adscripciones teóricas y partidarias, todos “los espíritus comprensivos, sinceros y humanos” que al interior de esas pertenencias se encuentren “pueden y deben estar de acuerdo” por cuanto pone en el centro la construcción de la mejor solución posible del problema social en beneficio de los afectados por “el orden social actual”.

Vaz Ferreira califica a su “fórmula de ideal social” como su “teoría”. Tal vez, más que una teoría sea una metodología o un criterio operativo, que sintéticamente propone: “Todos deberían coincidir en: 1° asegurar al individuo hasta cierto grado; 2°, después, dejarlo: entregarlo a la libertad con las consecuencias de sus conductas y de sus aptitudes. Esa fórmula es para todos y la diferencia radica en el grado para todos. Y la diferencia en el grado: unos serían partidarios de dejar libre al individuo con menos asegurado; otros, de asegurarle más para, de ahí, dejarlo libre”.

A la luz de este como objetivo estratégico en lo político y finalidad práctica en lo moral, quienes hagan parte de la deliberación democrática pueden y deben permitirse en su fuero íntimo y en su proyección en lo público poner entre paréntesis la teoría a la que en principio adhieren, para –en el encuentro dialógico en el pensar teórico y negociador en el actuar político democrático– habilitar las soluciones al “problema social”.

Vaz entiende –y pienso que le asiste razón– que su “fórmula de ideal” –como estrategia que permite construir en el largo plazo y como utopía que como idea reguladora orienta esa construcción– puede ser de consenso, en términos de un consenso democrático, es decir, que por su esencia deliberativa incluye la diversidad de perspectivas. Un consenso que, además de un acuerdo en que debe asegurarse un grado significativo de igualdad universal, incluye la legitimidad del disenso en cuanto a la mayor o menor amplitud de lo que debe asegurarse a cada individuo en el punto de partida en términos de igualdad y –correlativamente– en lo que debe dejarse a cada individuo en ejercicio de su libertad. El disenso tiene que ver entonces con “la diferencia en el grado” que Vaz propone, como sentido del consenso democrático por él postulado en su fórmula que “es para todos”.

El “orden social actual” a la luz de la “fórmula de ideal social”

Enuncia Vaz: “Se impone, ante todo, confrontar con nuestro ideal el orden actual”. Se trata, pues, de la crítica del “orden social” vigente desde la validez del ideal.

Muchas de las vigencias instituidas e instituyentes del “orden social actual” pueden probablemente reclamar validez en términos de la eticidad establecida que se resiste a las demandas por igualdad. Frente a ello, desde la moralidad emergente que la fórmula de Vaz presenta, se procura habilitar mayor igualdad por medio de una transformación de esta eticidad vigente.

Señala Vaz que a la luz del ideal “no podemos estar de acuerdo (totalmente) con este orden presente”.

Discierne Vaz en el sentido arriba indicado: “[Los puntos en que el orden actual es fundamentalmente discutido son tres: la herencia, la propiedad de la tierra (tales como están organizadas ambas) y el capitalismo privado (con su pretendida consecuencia de la división en dos clases: ‘burgueses y proletarios’]”.

Vaz reconoce a esos “puntos” de discusión el rango de “instituciones”. Inicialmente a “la herencia” y “la propiedad de la tierra”, al enunciar: “Desde luego, es evidente que la organización actual de las dos primeras instituciones no responde bien a nuestro ideal”. Leyéndolo estrictamente, no se pronuncia Vaz Ferreira contra “la herencia” y “la propiedad de la tierra” como instituciones que debieran ser eliminadas, sino que su pronunciamiento crítico, fundado en su “ideal social”, alcanza estrictamente “a la organización actual” de esas instituciones, no a las instituciones mismas.

El conflicto moral para Vaz es con la “organización actual” de estas instituciones, de donde se deduce la perspectiva de una solución terapéutica que, transformando esa organización vigente, las dotaría de mayor validez en conformidad con el ideal.

En cuanto a la distancia respecto del “ideal social” de la “organización actual” de la “institución” de “la herencia”, es de tanta evidencia que “se siente”, por lo que “podrían excusarse demostraciones”, dice Vaz.

En efecto, “Nuestro ideal comporta por lo menos alguna más igualdad en el punto de partida de los individuos; podrá haber discusión sobre el grado; pero es indudable que la desigualdad presente en el punto de partida sobrepasa: es demasiada”. Desde el ideal Vaz Ferreira reclama transformaciones en la “organización actual” de “la herencia”, a los efectos de que pueda haber “más igualdad en el punto de partida” como alternativa a “la desigualdad presente en el punto de partida” que “sobrepasa: es demasiada”.

En la perspectiva vazferreiriana alcanza –cuestión de grados– con que la desigualdad en el punto de partida no sea “demasiada”, por lo que, a la luz del ideal, alguna desigualdad en el punto de partida, que no sea “demasiada”, quedará legitimada.

Juegan en la fórmula de Vaz las tensiones entre una ética de la responsabilidad por el mantenimiento de las instituciones y una ética de la responsabilidad por la vida de los afectados por esas instituciones.

El problema radica en que “la institución de la herencia”, “en nuestro régimen social presente”, al ser “la transmisión hereditaria” “ilimitada e indefinida”, puede resultar “privativa” en cuanto a que “la transmisión en esa forma priva a los demás de algo”. Ello se agrava por el hecho de que las “ventajas excesivas” que quienes heredan detentan no “se compensen o atenúen” “por la exigencia de un mínimo de trabajo” para ellos –seguramente en el sentido de trabajo como aporte social–, compensatorio o atenuador de esa ventaja excesiva “en el punto de partida” y “privativa” para el resto de la sociedad, tanto de la sociedad actual como de la sociedad futura.

En cuanto a la institución de “la propiedad de la tierra” en la “organización actual”, no responde al “ideal social”, sea que la consideremos “en sí” –dice Vaz– “porque no da tierra de habitación”,2 sea que la consideremos “combinada como está con la herencia”. Dejamos aquí fuera de nuestra consideración la interesantísima postulación vazferreiriana de la “tierra de habitación”, para concentrarnos en la cuestión de la “tierra de producción” en la que explícita o implícitamente se piensa cuando se considera “la propiedad de la tierra”.

Se genera un problema “porque transmite la tierra ilimitadamente, sin tener en cuenta: primero, que la tierra es elemento natural (en parte), y, segundo, que la herencia de la tierra, organizada como hoy lo está, afecta hasta la privación a individuos de las generaciones siguientes”.

Advierte Vaz Ferreira sobre un “conflicto de derechos” sobre el “medio natural tierra” entre los individuos de sucesivas generaciones. En defensa de los derechos de los individuos que en su momento se tornaron legítimos propietarios de “tierra de producción” al agregarle valor con su trabajo, propiedad de la que sus descendientes o beneficiarios testamentarios resultaron en la generación siguiente, legítimos propietarios por herencia –legitimidad por legalidad–, parece tener lugar “el sacrificio total de los individuos actuales” de esta última generación que no han sido beneficiarios de herencia de este tipo de bien finito, al que no pueden tener acceso: “Es precisamente lo que hace el régimen presente”, por lo que en resumen de lo analizado, termina Vaz, “la justificación total del orden actual es imposible”.

Vaz se refiere luego al “punto” del “capitalismo privado”.

Comparativamente con las instituciones de la “herencia”, de “la propiedad de la tierra” y a la combinación de ambas, la del “capitalismo privado” implica –argumenta Vaz– un examen “más complicado”, “porque aquí se trata más bien de un examen comparativo de bienes y de males”. Y acto seguido se explica: “El capital privado tiene evidentemente, por una parte, bienes, que se relacionan con la estimulación de las energías humanas; y males, más o menos grandes pero evidentes, en cuanto tiende a hacer depender demasiado a unos individuos de otros, en relaciones que, aun cuando realizaran teóricamente las fórmulas de justicia, no las realizan prácticamente”.

Agrega Vaz que “esas ventajas y esos inconvenientes se aprecian respectivamente, como mayores o menores”, por lo que “distintas actitudes” se hacen posibles, complicando aún más la evaluación.

También se plantea si los males de esa institución le son intrínsecos o “dependerían más bien de la desigualdad en el punto de partida que las otras dos instituciones mal organizadas, la herencia y la propiedad de la tierra, crean en las relaciones de unos con otros”.

Si bien Vaz decide dejar “para un examen ulterior este interesante y delicado punto”, podemos inferir que, como para la “herencia” y la “propiedad de la tierra”, para la minimización de los males del “capitalismo privado” y la maximización de sus bienes, en línea con su “fórmula de ideal social”, la orientación práctico-estratégica no apuntará a la abolición de la “institución” del “capitalismo privado”, sino a la transformación de su “organización actual” de manera tal de hacer de él un orden institucional de funcionamiento en que se estimulen crecientemente las energías humanas, se disminuyan en todo lo posible las relaciones de dependencia de unos individuos respecto de otros y las fórmulas de justicia –interpreto que se trata de justicia social–, además de realizarse teóricamente, tuvieran realidad en la práctica.

En conclusión

Creo que la reflexión de Vaz Ferreira publicada en 1922 en lo atinente al entonces “orden social actual” mantiene vigencia para sentir, pensar y actuar en relación con el “orden social actual” en este 2022 en Uruguay.

Juegan en la fórmula de Vaz las tensiones entre una ética de la responsabilidad por el mantenimiento de las instituciones y una ética de la responsabilidad por la vida de los afectados por esas instituciones y/o su “organización actual”.

Hoy, como hace 100 años, la discusión democrática debería considerar las instituciones vigentes, para mantenerlas, para abolirlas o para transformarlas en su “organización actual” en nombre de una mayor igualdad.

La argumentación de Vaz Ferreira, como se ha reseñado, abona esta última perspectiva.

Yamandú Acosta es docente libre en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República.


  1. Carlos Vaz Ferreira, Sobre los problemas sociales, Tomo IV, Homenaje de la Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay, Montevideo, 1963. Todas las citas en este artículo están tomadas de esta edición, tal como gráficamente aparecen. No se han indicado las páginas para alivianar el texto. 

  2. En su libro Sobre la propiedad de la tierra, publicado en 1918, Vaz Ferreira establece el concepto de “tierra de habitación”, postulándolo implicado en el “derecho a estar” que debe asegurarse a toda persona. Todas las personas, sin excepción, deberían tener acceso, “sin precio ni permiso”, a la “tierra de habitación”.