Uruguay es ambivalente. Ambivalencia es diferente de ambigüedad. En ella conviven dos sentimientos opuestos al mismo tiempo. Es típico de la esquizofrenia.

Uno de nuestros mitos: la corrupción es de baja intensidad. Levemente ondulada.

Durante años fuimos paraíso fiscal y el imperio de las sociedades anónimas financieras de inversión, fabricadas por varios bufetes prestigiosos, que se usaron para todo tipo de lavado de dinero y de fachada para organizaciones de crimen organizado. Pero al decir del exministro de Economía Ignacio de Posadas, es como acusar a un herrero que fabrica cuchillos por lo que después se hace con ellos.

Algo parecido promovió el actual gobierno para atraer evasores fiscales de Argentina. Quien atrae inversiones chatarra tendrá un país chatarra. Levemente ondulado, pero chatarra. Toda la manija y el humo de la política exterior promovida desde el presidente se viene abajo con estas vivezas y otros escándalos.

Hemos conocido el acomodo clientelar de los militares retirados de Cabildo Abierto y sus familiares. Impolutos autollamados soldados artiguistas pero acomodados.

Según Búsqueda y otros medios, por ejemplo, el coronel Enrique Montagno, exdirector de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), se preciaba de haber colocado a 135 cabildantes. Escandaloso.

El coronel Eduardo Radaelli, procesado y excarcelado por el secuestro y asesinato del científico chileno Eugenio Berríos, tiene una empresa de vigilancia que casualmente ganó una licitación para vender servicios al Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial.

Los casos de clientelismo de este grupo coalicionista sólo compiten con el herrerismo para aprovecharse del Estado, aun cuando claman para bajar su presencia. Levemente ondulados.

Ambivalencia: con Bolsonaro y con Lula

El presidente Luis Lacalle Pou supo tomarse una foto con el exmandatario brasileño Jair Bolsonaro, mostrando una camiseta verde y amarilla con su nombre, regalo de su par. Ahora, acosado por varias denuncias, viaja a saludar a Lula con Pepe y con Sanguinetti. También supieron ser fotogénicos con el desestabilizador brasileño el general Guido Manini Ríos y su esposa, Irene Moreira.

Tengamos en cuenta que aun cuando todo el arco político denunció el ataque bolsonarista a la institucionalidad brasileña y al presidente Lula, hubo abrazos y aplausos a Bolsonaro, y muchas prácticas de algunos actores son levemente bolsonaristas. Usan los fueros y la impunidad para promover el odio. Lo hacen desde el poder. ¿Qué harán cuando estén, inevitablemente, en la oposición?

Ahora el tema corrupción se complica. No hablemos del papelón de la Junta de Transparencia y Ética Pública y los casos ominosos de falta de acción en el caso del senador Juan Sartori o de la exsubsecretaria de Relaciones Exteriores Carolina Ache. No hablemos del archivo de proyectos que regularían y controlarían el financiamiento de los partidos políticos.

El mito se derrumba con una organización criminosa que tuvo sede en el cuarto piso de la Torre Ejecutiva. Bajo los ojos y el aval por omisión del presidente, el secretario y prosecretario de la Presidencia. Eso ha tenido repercusión internacional y la imagen del país cayó abruptamente. No levemente.

“Ustedes me conocen”, dijo Lacalle Pou. En un afán sintético de dar por hecho que él había sido engañado en su buena fe. Luego se conocería que el exjefe de Seguridad, Alejandro Astesiano, era un viejo conocido de la familia, un militante herrerista y que habían advertido de su prontuario dos medios de prensa y hasta el secretario de Inteligencia del Estado.

La unidad del gobierno: muy ondulada

Disimulan, pero la unidad del herrerismo, del núcleo duro de gobierno y de la propia coalición está lesionada. Ataque y fuga (viejos mecanismos de defensa) han sido el estilo Lacalle Pou. Apagar el incendio e ir a otra cosa. El cúmulo de denuncias y la falta de resultados visibles han puesto al elenco en un trance dramático. Los mecanismos de defensa a veces son fallidos y el síntoma vuelve con más intensidad.

Quedan preguntas que seguramente desvelan al equipo presidencial: ¿Quién fue, quién es el que opera desde su seno para difundir nada menos la denuncia del jefe de seguridad del propio Lacalle? ¿Quién decidió, desde adentro, lanzar al ruedo el caso Astesiano? ¿Quién reunió, clasificó la información y decidió disparar contra el presidente?

¿Cómo es posible que no pudiera enterarse de esta maquinación antes? ¿Son los mismos operadores que filtraron el informe sobre el Plan de Inteligencia Estratégica del Estado y que el doctor Álvaro Garcé y el propio Lacalle se apuraron a endilgarles a todos y todas las parlamentarias?

Todo esto parece ser, paradójicamente, un “ajuste de cuentas”. Imposible atribuirlo, como en otras ocasiones, a la maquinación de la oposición. Sólo puede surgir de las entrañas mismas del poder. Estocada y venganza.

Dicho sea de paso: ¿qué ocurre en las Fuerzas Armadas, que a pesar de todos los mimos del gobierno, en tres comunicados públicos el Centro Militar se dio el tupé de criticar abiertamente y en desacato al ministro de Defensa Nacional?

La horda: el modo para nada levemente ondulado de la nueva derecha

En el mundo y en la región vemos que el sistema político democrático está jaqueado por la nueva versión de la ultraderecha. No nos refugiemos en que acá, que somos levemente ondulados, no va a pasar. Hay ya algunos indicios. También creímos durante años que acá no podía haber dictadura y nos comimos una de 12 años con la dosis de muerte, tortura y de terror igual a otras.

La derecha y ultraderecha parecen haber puesto un candado y una encerrona no sólo a la izquierda sino a todo el arco democrático y a la lógica racional que guía el debate político. No quieren debatir, sólo quieren imponer por la fuerza lo que antes imponían con terrorismo de Estado.

Eso en parte se debe al desgaste y al desprestigio de las propias instituciones democráticas, que en base a necesarios consensos sociales y políticos, muchas veces excesivamente, han cedido a la ominosa desigualdad, al autoritarismo policial y militar y a las exigencias de los más poderosos. No han puesto límites, como así tampoco a la corrupción de personal político que usa los cargos para interés personal. La derecha promueve corrupción y luego usa eso para reaccionar.

Parecería ser que ni el golpe militar ni el uso de los resortes de la derecha tradicional han quedado en el pasado. No confían en el juego democrático. Azuzan a la masa, en forma irracional, recurriendo a sentimientos primitivos. Generan odio y miedo como mecanismos de control político. El ataque irracional y contra todo lo instituido es un método de darle curso al odio y usar el miedo para controlar, para imponer, para poner raya a futuras demandas y conquistas.

La gente con miedo se retrotrae. Es la política de las hordas, término que apareció por primera vez en Uruguay y Argentina en la crisis de 2002. Se propaló el miedo a que “hordas de pobres avanzaban saqueando todo”. Fueron (ya entonces) noticias falsas.

Lograron que nos encerráramos y aceptáramos el mayor saqueo a nuestros bolsillos, el de los banqueros corruptos. Privilegiados, mallas oro, vinculados siempre al poder.

No se puede ser ni ambiguo ni ambivalente con este panorama. La izquierda y todo el arco social y político de la democracia no pueden ser flojos. No se trata de subir la apuesta y responder mensaje con mensaje. Acciones, radicalidad democrática, participación social activa y justicia pueden ser el camino. Combatir el miedo es otro desafío que necesitamos enfrentar con sabiduría e inteligencia para eludir el simple reactivo.

Milton Romani fue embajador ante la Organización de los Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas