“Tenemos un problema, una parte muy importante de nuestros docentes no pueden leer un texto simple y entenderlo. Pretender que puedan entender un texto filosófico que por definición son textos muy complicados, es un poco raro”. Para quienes conviven con espacios cercanos a la educación (o sin necesidad de ello, quienes no son ajenos a estos), este tipo de frases puede ser algo trillado en el prejuicio que desvaloriza la actividad docente. Lo que lo vuelve realmente complejo es que esas palabras sean del ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, quien en declaraciones públicas a los medios expresó que acceder al conocimiento general es muy importante, pero claro, ¿qué podemos hacer con ese problema?

Curioso orden de prioridades que ese sea “el problema” y no la noticia de que las autoridades de Secundaria proyectan reducir las horas de Filosofía dentro de la currícula de bachillerato.

El ministro se trabucó

El tono elegido por el ministro es el que todos conocemos: su característica arrogancia aristocrática, propia de quien se autopercibe elevado desde su pedestal de dueño del conocimiento, a la vez que se vuelve despreciativo con todo aquel que (supone) no lo tendría.

Pero unos días después, volvió a salir a los medios de comunicación para dar explicaciones sobre sus dichos y afirmó que se había equivocado. “Me trabuqué”, dijo, y alegó que se quiso referir a los estudiantes y no a los docentes. Interesante manera de nombrar su lapsus, ya que desde un conocimiento mínimo de psicoanálisis, sus palabras lo hubieran enfrentado al problema de la verdad, es decir, de lo que efectivamente habría querido decir. De todas maneras insistió en que los que tienen la incomprensión lectora elemental son los estudiantes y no los docentes, como si esa afirmación fuera mejor que la primera, pasando por alto la discusión de si efectivamente sus dichos justifican o no lo elemental, que es la reducción de horas en relación a la asignatura.

Pero claro, de qué se puede discutir si, total, los jóvenes no entienden. Justamente, cabe decir que tanto si quiso hablar sobre estudiantes o sobre docentes, podría el ministro considerar que no es una vergüenza no ser capaz de entender un texto filosófico. Vergüenza es presumir el conocimiento, aun si este es o no algo real, o más bien nominal.

Sin embargo, el ministro (un individuo formado en el campo de la filosofía y egresado de la mismísima Universidad de la República –a la que se le recorta el presupuesto– y alguien también muy vinculado a la educación privada) tampoco puede decir que su obra carezca de aspectos que generan dudas. Por ejemplo, su manera de definir su propia profesión, al entender que el filósofo es un “traficante de argumentos” (Da Silveira, P., 2019). Porque, aun si se permite afirmar esto, y más allá de sus variables en relación a una “verdad en sí misma” o “pragmática absoluta”, lo cierto es que el ministro, en la posición sofista que asume, parece sentirse muy cómodo.

Afirmar que los jóvenes en su mayoría no saben leer textos y comprenderlos, y mucho menos lo podrían hacer con los de filosofía, remite además a una mirada adultocéntrica que perjudica la tarea docente sobre la que predica. Estamos seguros de que si fuera capaz de escuchar mejor a los jóvenes, no arriesgaría afirmaciones de este tipo.

En fin, parece imponerse la idea de que la filosofía debe ser un campo mínimo y cerrado, exclusivo para seres de inteligencia elevada, “como él”. Nosotros nos permitimos pensar todo lo contrario, porque entendemos que la filosofía debería ser generalizada como enseñanza en todos los niveles liceales. Y más, inclusive debería ser llevada a la escuela para que todos los niños puedan acceder a un espacio de encuentro con sus propias reflexiones y emociones, porque cada niño es en sí mismo un filósofo. Lastimosamente, debemos discutir sobre la reducción de horas de Filosofía, cuando deberíamos estar discutiendo sobre cómo multiplicarlas.

Lo que más sorprendió fue escuchar esa dificultad que les atribuye a los jóvenes y a los docentes para comprender un texto filosófico, cuando él mismo confesó en uno de sus libros (Da Silveira, 2009), que no entiende lo que quiere decir por ejemplo Jacques Derrida, y ciertas obras a las que llama “otras divagaciones deconstructivistas”, despotricando sin mucho más sentido que su propio (dis)gusto contra parte de la filosofía francesa contemporánea, en un artículo penoso que solamente pueden digerir algunos lectores del diario El País.

También es necesario decir que su afirmación evidencia no sólo una absoluta subestimación de docentes y alumnos, sino también un acto recurrente del ministro, en el que el ataque a los actores de la educación ha estado presente desde el primer día de su asunción, del que no se salvaron ni siquiera los estudiantes de formación docente, que fueron presentados como incapaces en su mayoría, por su presunta falta de comprensión lectora.

Por su parte, las redes recogieron el guante. Claramente todos aquellos que forman parte del campo de la filosofía saltaron con los tapones de punta. Sin embargo, otros fueron capaces de expresar su apoyo, insistiendo en un argumento que suele ser evocado a la hora de hablar de la filosofía, su importancia y utilidad. Al respecto, queremos destacar uno especialmente, porque nos parece que no creemos estar ante una opinión aislada, sino ante toda una manera de entender el problema: alguien se preguntó si alguno era capaz de decir “qué sacó de bueno de las clases de Filosofía”. Así, se desglosa una opinión que sostiene que debe enseñarse mucho más pensamiento computacional, temas financieros, negocios, inversiones, liderazgo y emprendedurismo para preparar mejor a los jóvenes para la vida, entendida ella misma como una dura empresa.

En concordancia con ese pensamiento utilitarista, en la que cada individuo debe desarrollar una mentalidad empresarial, la precandidata del herrerismo Laura Raffo afirmó en un programa de televisión en la que fue como invitada (Desayunos informales, Canal 12, 25 de julio de 2023), que “los conocimientos universales no ayudan a cumplir los sueños”, haciendo referencia a la importancia de enseñar cosas más útiles, prácticas e importantes.

Ahora bien, nuestro ánimo no es detenernos ante esos puntos de vista, porque basta con señalar que quien no haya podido encontrar a esas alturas de la vida nada en la filosofía, pierde mucha riqueza interior al atar su psicología a la mentalidad que, sin despreciarla, solamente queda monocultiva de la perspectiva del mercader. A propósito, Gilles Deleuze lo expresó de una manera magistral: “Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas” (Deleuze, 1971:152).

La filosofía como “un arma, cargada y peligrosa”

En resumen, estamos en las antípodas de la comprensión y de las definiciones de la filosofía que expresa el ministro. Siguiendo a Nietzsche, más bien la entendemos como un camino que abre “bellas posibilidades de vida”, como “una potencia de afirmar”, como una “fuerza creativa”. Lejos de creer que los jóvenes no pueden entender los textos complejos, se debe enseñarles no a interpretar correctamente un texto, sino a “alentar el impulso del conocimiento” y a poder “abandonar el piso seguro que proporciona” (Deleuze, 2019).

Para Deleuze y Guattari (1993), la filosofía, más que cumplir una labor interpretativa o repetitiva de lo que otros dijeron o de sacarles lustre a los viejos conceptos, se trata de inventar y fabricar nuevos conceptos. Por ello, afirman que “la filosofía, una persona de edad venerable”, no debe aceptar ser reducida a esta “mercantilización insolente y boba”, tan bien expresada por el ministro, convirtiéndola en una simple realización de actividades comerciales argumentativas. Si “el pensamiento siempre es peligroso”, y “pensar siempre nos convierte en otra cosa” (Deleuze, 1971), la filosofía es un arma cargada y peligrosa.

Así entendida, la filosofía debe permitir crear diferentes modos de existencia, múltiples modos de vida, estimular el amor a la vida, afirmando un pensamiento al servicio de la vida misma. Por eso se entiende que quienes predican que en esta vida sólo resta adaptarse a lo existente sientan oprobio ante una rama del pensamiento que busca romper los esquemas establecidos mediante la duda que busca imaginar otras vías posibles de nuestra existencia.

Se entiende que quienes predican que en esta vida solo resta adaptarse a lo existente sientan oprobio ante una rama del pensamiento que busca romper los esquemas establecidos mediante la duda que busca imaginar otras vías posibles de nuestra existencia.

El derecho a la filosofía

Entre las necesidades humanas que todos podemos reconocer, no suelen admitirse las que Schopenhauer llamó metafísicas, esas que quedaron evidenciadas como fundamentales en el momento crítico que significó la reciente pandemia (tiempo en que todos pudimos observar cómo la filosofía fue objeto de un increíble e inesperado interés).

Derrida (2000) fue más allá, y afirmó lo que se llama el derecho a la filosofía del ser humano, que es en definitiva preguntarse, entre otras cosas, por el lugar más apropiado que este debe tener. Subrayando lo indispensable que resulta la educación filosófica, no sólo en el plano de la satisfacciones de ciertas necesidades, sino también como una actividad que enriquece a las personas, Derrida enfatiza la idea de que la filosofía enseña que nada está dado de antemano, que todo puede ser reinventado. El derecho a la filosofía tiene que ver con el reconocimiento de la multiplicidad de lenguas y voces humanas, que permite deconstruir hegemonías para poder acceder a los acontecimientos filosóficos, liberarnos del dogmatismo y la autoridad, porque también ese derecho a la filosofía tiene que ver con una deuda.

Insistimos en que, por esto mismo, se entiende que quienes quieren hacer de la educación un instrumento de adaptación a lo existente encuentren en la filosofía un ámbito que simplemente signifique una traba a sus intereses.

Retomando la palabra de Deleuze: “¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mistificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Hacer del pensamiento algo agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral, o la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto?” (Deleuze, 1971:152).

Por último, los autores de este artículo quieren expresar un profundo agradecimiento y afirmar la existencia de una deuda importante con docentes que fueron claves en su vínculo con la filosofía y en la orientación de sus trayectorias: a Circe Maia, un lujo increíble que se debe a la educación pública en el Tacuarembó de los años 90; a Ricardo Viscardi y sus cursos de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación; a Reina Reyes, faro ineludible del pensamiento nacional para retomar la senda de elevar la mirada; a José Luis Rebellato, por pronunciar que “la historia no ha terminado”; y a cada docente que aún hoy, pese a todo, bracea a contracorriente y sigue haciendo de la educación un acto en el que no desprecia el afecto y hace de puente consciente entre la asignatura que le apasiona y los jóvenes.

Por eso, sostenemos que la filosofía debe ser al final, además de un necesario desarrollador del pensamiento crítico y de un amplificador de nuestra capacidad de comprensión del mundo, un medio que pueda hacer de cada ser humano, siguiendo la genial metáfora de Nietzsche, “un pájaro que pueda volar más lejos”. Será tiempo, entonces, de reivindicar nuestro derecho a la filosofía.

Nicolás Mederos es profesor de Filosofía, escritor y comunicador. Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.

Referencias

  • Da Silveira, Pablo. (2019). Escritos en la arena. Reflexiones de un intelectual no gramsciano. Planeta. Montevideo.
  • Deleuze, Gilles. (1971). Nietzsche y la filosofía. Anagrama. Madrid. _(2019). Nietzsche. Cactus. Buenos Aires.
  • Deleuze, G. Guattari, F. (1993). ¿Qué es la filosofía? Anagrama. Madrid.
  • Derrida, Jacques. (2000). El derecho a la filosofía desde el punto de vista cosmopolítico. Éndoxa, Series Filosóficas, Número 12.pp 381-395. UNED. Madrid.