La primera vuelta de las elecciones en Argentina arrojó resultados que para muchos son sorprendentes.

Un ministro-candidato que debió lidiar a diario con una inflación que amenazaba con salirse de control. Una moneda cuyo valor se licuaba día tras día. Niveles inauditos de pobreza que alcanzan a más del 40% de los habitantes de un país inmensamente rico que no tiene dólares porque heredó una deuda absurda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que fue el legado del macrismo. Un país que paradójicamente tiene inmensa abundancia de todo aquello que el mundo demanda: gas, petróleo, litio, minerales, miles de kilómetros de costas e inmensa riqueza ictiológica, tierras raras y alimentos para satisfacer a una población diez veces mayor a la que hoy habita su territorio nacional.

El fracaso indudable del gobierno de Alberto Fernández permitió instalar un fenómeno inaudito, cuyo principal protagonista nunca intentó disimular su triunfalismo ni tampoco su desequilibrio emocional. El discurso de un loco, que con melena revuelta y rostro desencajado instaló una estética apocalíptica, simbolizada por motosierras, imágenes de bombas destruyendo los cimientos de inmensos edificios que simbólicamente representaban al Banco Central, la educación, la salud, los derechos laborales de los trabajadores, llegando al extremo de proclamar una irreverencia soez y absoluta con los principios y convicciones de un pueblo devoto, condenando al primer representante argentino en el Vaticano, el papa Francisco, a la condición de ser el representante del maligno en la Tierra.

Dentro del desfile de expertos y especialistas que saturaron los medios masivos en los días previos al evento electoral, llamó la atención una entrevista televisiva que tuvo por protagonista al exasesor del PRO, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, quien dijo que no tenía la menor duda acerca de la victoria de Milei. Manifestó una fuerte crítica a la orientación que tenía la campaña de Patricia Bullrich, por estar anclada en el pasado y sin capacidad de construir identidad. Para darle contundencia a su análisis remarcó que poco interesan el discurso y los contenidos de los candidatos. Y afirmó que la gente no elige haciendo uso de la razón, sino que siempre prevalecen los sentimientos.

Massa es el claro ganador de esta primera vuelta pero no tiene un cheque en blanco, y lo sabe. Por eso convocará a un gobierno de unidad nacional. Y un gobierno de unidad nacional representa un verdadero fin de ciclo y el nacimiento de algo que no se corresponde en absoluto con los últimos 30 años de la historia argentina.

Pero estas elecciones fueron tan espectaculares, que dan para aventurar algunas reflexiones que ponen en jaque a los clásicos especialistas del marketing político, quienes, envalentonados con el big data y las técnicas de manipulación colectiva, piensan que los electores son una masa manipulable, una especie de flan al cual pueden guiar como lo hicieron con el pueblo inglés para imponer el desafortunado brexit o como aconteció con el triunfo de otro apocalíptico como Donald Trump, a partir de la consigna de hacer a América nuevamente grande.

Volvamos a estas latitudes. Sería un error no asumir que el fenómeno Milei fue el resultado de la bronca y que esa bronca objetivamente existe. Y como bien se sabe, tiene razones objetivas para que exista.

Sería un error no asumir que el fenómeno Milei fue el resultado de la bronca y esa bronca objetivamente existe. Y como bien se sabe, tiene razones objetivas para que exista.

La consigna que impulsó Milei para referirse a la dirigencia política fue sumamente apropiada: “la casta”. No en vano Milei creció de manera vertiginosa en un tiempo récord. La casta condensa en dos palabras la condena a la corrupción de una dirigencia política que exhibe de forma impúdica su riqueza frente al empobrecimiento generalizado de las clases medias y de amplios sectores populares que han caído por debajo de la línea de pobreza. Y con el concepto de la casta no le pega sólo al oficialismo, sino que también comprende los grandes negociados que se han hecho con las tierras de la Ciudad de Buenos Aires, con el manejo irreverente en el mercado de capitales a través del cual se enriquecieron aún más los amigos del poder o con la entrega del litio a intereses corporativos, pisoteando los derechos de los pueblos originarios.

Milei les restó protagonismo y empuje a los representantes del macrismo que sólo hallaban un relativo confort cuando se referían a su doctrina de la seguridad ciudadana, apelando exclusivamente a consignas de mano dura y a una estética plagada de rejas y cascos verdes, incluyendo el que de manera poco feliz se atrevió a lucir en sus spots la candidata Bullrich.

Ese hongo que nació y creció velozmente en la extrema derecha dejó en un territorio de enorme incomodidad a los socios radicales de Juntos por el Cambio, los cuales fueron maltratados en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por la arrogancia de un macrismo que reclamó ese territorio como propio. Los radicales, y en alguna medida, muchos seguidores del larretismo, comenzaron a sentir el rigor de ser invitados de piedra en una fiesta a la que habían concurrido con ropajes totalmente inadecuados.

Y fue en tal contexto que surgió sin freno la figura del arcano 22, o bien como acontece en el caso de otros tarots, la figura que no tiene número o que es identificada con el 0, es decir, el loco. En el tarot el loco es una rara combinación de sabiduría e insensatez. Se desplaza pero parece perdido y cuando la gente se percata de su locura, ya no se lo toma más en serio. El loco pasa a ser el bufón y representa el símbolo de la anarquía. El pasado 22 fue el cumpleaños de Javier Milei….

Y para peor este loco, ahora devenido en bufón, tuvo la inmensa osadía de descalificar al sumo sacerdote, es decir al Hierofante: el papa. En el universo simbólico el papa es el guía, el especialista, quien representa la benevolencia, la mansedumbre. Encarna la enseñanza de la ética y la moral, así como el nivel superior de conciencia. El papa es el arquetipo del maestro, de la transmisión del conocimiento y del mundo espiritual. Pero también es el defensor de nuestra casa, nuestra tierra arrasada por la insensatez de una explotación desmesurada que no repara en el bien común frente a la voracidad por el lucro desmedido.

¿Acaso tuvo en cuenta este universo simbólico el señor Benegas Lynch, padre de las ideas libertarias según palabras de reconocimiento del loco-bufón, cuando anunció a tambor batiente la ruptura con el Vaticano?

En este ejercicio simbólico debemos abrir un espacio para la figura del colgado o del ahorcado. Se lo asocia al autosacrificio y a la paciencia ante las adversidades. Y este rol fue el que le correspondió a la candidata Bullrich, quien en su incierto derrotero debe ahora pasar por el calvario de una dura derrota, de donde regresará renovada e iluminada. La derecha que representó Patricia Bullrich no ha muerto y regresará. Deberá sanar sus heridas pero no cabe duda que retornará. No en la figura de Patricia, pero sí en la de otros nuevos exponentes. Su fracaso se debió en gran medida a la irrupción del loco devenido en bufón, circunstancia que ahora los obliga a descender por la empinada cuesta que conduce al camino del calvario.

Y como no puede ser de otra manera, para finalizar este breve ejercicio por el universo simbólico, es necesario incorporar la figura de Sergio Massa, que surge de esta gesta como el gran triunfador, es decir, como el emperador. En su esencia simbólica, representa el control del poder mediante la inteligencia. También el poder mundano, la capacidad, la confianza, la riqueza, la estabilidad, la autoridad, el padre, el hermano, el esposo, la influencia masculina, la presión directa, la comunicación, la convicción, la fuerza y la consecución de metas.

Pero este emperador ha aclarado su vocación por convocar un gobierno de unidad nacional. No podría ser de otra manera. Porque la bronca sigue estando y este emperador llega sin ningún cheque en blanco.

Será en esa convocatoria a la unidad nacional donde reside la posibilidad de forjar un futuro que el pueblo argentino y su gobierno deberán esforzarse por construir para desterrar a los verdaderos y terribles enemigos que hoy alimentan la bronca: la pobreza, la exclusión. Si en eso se tiene éxito, se deberán abrir las vías para un desarrollo más armónico cuyos frutos alcancen a todos los argentinos, especialmente a los más postergados.

Gabriel Vidart es sociólogo. Entre otros cargos a nivel nacional e internacional, fue director adjunto del Proyecto Combate a la Pobreza en América Latina y el Caribe del PNUD (1984-1986), fundador y secretario ejecutivo del Plan CAIF, Uruguay (1988-1990), y director ejecutivo del Centro Único Coordinador para la gestión de la red de clínicas y sanatorios de la provincia de Buenos Aires (2003-2012).