Con motivo del mes de la salud mental, pero sobre todo a partir de nuestra convicción militante en este campo, es que deseamos compartir una experiencia que da cuenta de la posición que defendemos y practicamos.

Desde la implementación del Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS), con la Ley 18.211 y el avance que constituye la nueva Ley de Salud Mental 19.529, se plantea un proceso de cambio profundo en la comprensión y abordaje de la salud mental. Surge una serie de desafíos que abarcan todas las dimensiones que debemos atender: financiación, gestión y transformación del paradigma, guía y base de esta cuestión.

Es así que, con relación al cambio de paradigma, acordamos con Alicia Stolkiner (2009) que el gran avance implicaría incorporar lo que llamamos “salud mental” a prácticas, en las que la dialéctica salud-enfermedad constituyen una unidad y las dimensiones sociales y subjetivas se incorporan en su entramado constitutivo. Solamente justificando su diferenciación como campo específico a los efectos operativos y de acción.

Debemos reconocer la complejidad del proceso, que involucra y compromete a varios actores. En esta coyuntura, no podemos obviar que los procesos que se venían promoviendo en el campo de la salud mental en dirección del cambio de paradigma se ven hoy detenidos e incluso en retroceso, bajo ciertos eslóganes que han capturado nuestras consignas, en una suerte de trampa financiada; paradoja que angustia e interpela. Como plantea Javier Erro (2021), “el campo de la salud mental es muy propicio a los lugares comunes y los eslóganes [...] frases de todo tipo [...] que de tan reiteradas se han vaciado de contenido, convirtiéndose en prácticamente intercambiables entre sí”.

Concentrándonos en la idea de cambio de paradigma, esto implica, en forma general, una dimensión conceptual y una dimensión metodológica estrechamente relacionadas. Con fines solamente de facilitar el intercambio, las vamos a exponer en forma separada, dada la diversidad y complejidad de sus propios contenidos y procesos de construcción.

En cuanto a la dimensión conceptual, identificamos la construcción de una percepción sobre el tema, enraizada en una visión históricamente prejuiciosa y limitada de los procesos de subjetivación. En términos muy amplios, nos referimos a los procesos de construcción de pensamiento, en cómo nuestros modos y estilos de pensar construyen “verdades” o esquemas referenciales que condicionan categorías universales, demasiadas veces descontextualizadas. Construimos una idea sobre lo que es normal o anormal, sobre lo que debe o no debe ser. En esta construcción de la realidad, hay varios actores comprometidos: la academia, los grupos corporativos, los medios de comunicación, el propio Estado, entre otros que inciden en las soluciones que se buscan y que no se deben soslayar a la hora de realizar un análisis y elaborar propuestas.

Por otro lado, desde el punto de vista metodológico, en referencia a este cambio, si bien reconocemos que se venía trabajando en dirección de recuperar como esencial una metodología de trabajo participativo que ha sido muchas veces jerarquizada, encuentra escollos de diferente índole en su implementación, que están claramente relacionados con el marco de ideas que se tienen de base.

Acordamos que estas transformaciones y su posibilidad de desarrollo e implementación están en estrecha relación con la visión sobre el mundo que los colectivos y las comunidades van construyendo de su cotidianidad. Esto incluye las ideas que se tienen sobre las relaciones humanas y sobre las relaciones de saber/poder.

Como se ve, son temas de enorme dificultad y complejidad en su tratamiento, pero que consideramos imprescindible mencionar y discutir en los espacios colectivos y comunitarios, como estrategia de trabajo. Esto nos permitirá construir otro modo de aproximarnos al problema, definirlo, atenderlo y comprenderlo.

Planteadas estas cuestiones, de modo bastante general, pasemos a la acción concreta, a la experiencia a la que hacíamos referencia al principio, que traemos como un camino posible o una posibilidad de caminar con otres y que podría resumirse en una frase, dicha por una participante: “Me deconstruyo con ellos y ellas”.

Esta experiencia, que aún continúa, surge en el marco del Congreso del Pueblo. Entendemos al Congreso del Pueblo como una herramienta trascendental de participación, de desarrollo de pensamiento y elaboración estratégica sobre qué sociedad o comunidad deseamos. Las intersociales territoriales que se han formado a lo largo de todo el país, que participan e integran la organización del Congreso, son espacios privilegiados donde se problematizan diferentes temas de la vida cotidiana. El compromiso participativo resultó ser una oportunidad incomparable para el tratamiento del tema desde la perspectiva que sostenemos.

La construcción del bienestar psicosocial da lugar a nuevas formas, sostenidas en la emancipación, que nada tienen que ver con los abordajes alienantes, disciplinantes y moralizantes de los dispositivos que aún prevalecen.

En el Municipio F, el tema de la salud y particularmente la salud mental fue una de las preocupaciones que se priorizaron. A partir de diferentes encuentros en barrios del municipio y con distintos colectivos, el tema surge con urgencia y como preocupación permanente en torno a la atención, tratamiento, recursos, dispositivos, convivencia y futuro. En este punto, queremos destacar un proceso de trabajo que condujo a visibilizar y compartir estas preocupaciones y que se caracterizó por ciertos elementos que nos gustaría destacar. Las actividades organizadas en este sentido se caracterizaron por espacios dialógicos, donde todas y todos los participantes iban dando cuenta de experiencias personales que iban entretejiéndose en lo colectivo, y a partir de los momentos de síntesis se iban acordando prioridades y propuestas concretas.

La principal característica constituyente de estos encuentros es la aceptación y reconocimiento de que para avanzar en el objetivo general, para establecer vínculos confiables, honestos y seguros, se transita por un tiempo necesariamente más lento, más cuidadoso y pausado, respetuoso de las singularidades de todos y todas. Es decir, si queremos y estamos convencidos en la construcción de mecanismos participativos reales, de generar espacios donde todos y todas los que participamos sentimos, en realidad, que formamos parte, esto exige reconocer y aceptar que el análisis, elaboración y puesta en común llevan un tiempo que no está establecido nunca a priori, y si lo está, es claramente una imposición que se establece sobre lo colectivo. Por lo tanto, para construir espacios de participación, la capacidad de reconocer y respetar el tiempo necesario para este proceso es una condición sine qua non.

Desde estas experiencias, surge la necesidad de permanencia y estabilidad de los y las participantes, donde constatamos que sólo es posible en cuanto exista la flexibilidad suficiente, que permita comprender y respetar la vida cotidiana de cada uno y una de los que participamos. Reafirmamos la necesidad de no elaborar respuestas desde afuera, sino que la clave está en construir esas respuestas desde el colectivo para que este se apropie de ellas. Para ello, es imprescindible el registro, recordar el camino que vamos transitando juntos, en un ejercicio permanente de memoria afectiva, que nos habilita en esa pluralidad de realidades, las reconoce, las respeta y las comprende. Queda en evidencia un delicado factor, que por estar tan sutilmente presente generalmente no se lo considera y no se lo nombra. Nos referimos a una postura de respeto que debe ser enunciada, en el sentido sobre todo de alejar los elementos de culpa, que por las infinitas realidades de la vida hacen que muchas veces se discontinúe el proceso. Esta discontinuidad en la continuidad es un par constitutivo esencial al proceso, que debe ser admitido como constituyente de la estrategia comunitaria participativa.

Insistimos con que cuando nos referimos al respeto, nos referimos a una actitud que no genera culpabilidad sobre estas discontinuidades. Lo que planteamos, dicho de otra manera, es que en la actual cultura, caracterizada por el individualismo, el poder tecnocrático y el deber ser, conflictúa construir espacios vinculares desde la consideración de las diferencias, lo que es vital para el involucramiento de todas y todos los participantes, en el espacio y en el tiempo. Mostrar los registros, destacar los aportes, son acciones concretas de reconocimiento a la participación. El dejar registrado, compartir la tarea, es parte de todo esto y es parte de un tiempo que parece no aprovechado en las reglas establecidas por el sistema, pero que sin embargo es constituyente de los cimientos de vínculos que se consolidan y que generan, en consecuencia, mayor compromiso. Hay una jerarquización de la afectividad en el proceso, que se sostiene en el reconocimiento de saberes diversos, que fortalece y facilita los vínculos respetuosos de lo diferente.

Estamos absolutamente convencidos de que la construcción de los cambios necesarios es posible esencialmente desde los barrios y desde la comunidad. En ese sentido, algunas de las ideas muy generales que surgieron como emergentes en estos encuentros entre los y las vecinos/as del Municipio F nos parecen muy significativas para compartir. Surge como constante, como una permanente pregunta: ¿estamos dispuestos a los cambios? ¿Podemos pensar la salud mental por fuera del sistema de salud? ¿No deberemos incorporar otras dimensiones, como la social, y para ello se deberá iniciar una campaña profunda y continua en los medios que colaboren a desestigmatizar el tema? Necesitamos crear espacios de mayor contención e intercambio barrial entre las familias, intergeneracional, que involucre a todas y todos por igual en el tema.

Por esto y mucho más, estas experiencias, sin ninguna duda, afirman la convicción de que la metodología de trabajo es la participación-acción. La construcción del bienestar psicosocial, que siempre y en última instancia es colectiva, da lugar a nuevas formas, sostenidas en la emancipación, que resultan de esa participación-acción y que nada tienen que ver con los abordajes alienantes, disciplinantes y moralizantes de los dispositivos que aún prevalecen.

Débora Gribov es psicomotricista, exdirectora del Programa Apex. Laura Reina y Fabián Cabrera son licenciados en Psicología con posgrados en el campo de la psicología e integrantes de la intersocial del Municipio F.