Todos los años hay una generación nueva de niños y niñas que ingresa en primer año de escuela. Sin embargo, año tras año parece que es la primera vez que se diseña e implementa el proceso de inscripción en las escuelas públicas del país.

El diseño de cualquier proceso organizacional da incentivos externos e internos en una organización y es clave para garantizar los objetivos que esa organización persigue. ¿Qué incentivos da este diseño? ¿Qué valora?

El diseño valora a la primera familia que llega a la puerta de la escuela. El orden de llegada es el único factor que se considera (después del vínculo de hermandad con una niña o niño que ya asista a esa escuela). Y este factor: ¿qué es lo que valora? ¿El mérito a resistir más horas haciendo fila para lograr inscribirles? ¿El mérito al madrugón? ¿El mérito de tener apoyos de cuidados para poder acampar en la puerta de la escuela? ¿La posibilidad de pagar a alguien para ampliar las guardias?

Se suma al diseño ineficiente la falta de información disponible. En la era de la sociedad de la información y el conocimiento, no hay información sobre cuántos cupos hay, cuántas personas están interesadas para cada una de las escuelas. ¿No habrá posibilidad de hacer este relevamiento previamente? ¿Preinscribir para tener un mapeo de oferta y demanda? ¿Inscribir un mes, dos meses, tres meses antes a hermanas y hermanos y confirmar cupos para nuevas familias que ingresan al sistema en primer año?

Como si todo esto fuera poco, la comunicación se hace con menos de 15 días de anticipación. El 1º de diciembre ANEP informó que el lunes 11 del mismo mes eran las inscripciones. Me pregunto, ¿será tan difícil definir las fechas de inscripción junto con el calendario escolar de inicio, vacaciones y cierre? La comunicación no es clara y la información claramente deficiente. El canal que se instala es el de "puerta a puerta" en cada escuela. Esto implica que la maestra directora y la secretaria tengan, además de sus tareas habituales, que no son pocas, una demanda incremental de atención al público. Y que las familias tengamos que recorrer las escuelas “posibles” para confirmar que no se sabe qué cupos tiene y averiguar si piden algo diferente al comunicado oficial, etcétera.

Parece que las niñas y los niños que van a la escuela pública les importan poco o nada a quienes no van a la escuela pública. Esto incluye principalmente al sistema político, cuyos integrantes rara vez eligen utilizar los servicios que gestionan.

Si tenés niñas y niños que entran en primero de escuela y decidís usar o sólo podés usar servicios de educación públicos, tenés que esperar y quedarte con el consuelo de que alguna escuela les va a tocar. Y si tenés posibilidades de cuidado y recursos, tenés que estar afín a jugar los juegos del hambre para acceder a la escuela que más se ajusta a tus necesidades.

¿Y por qué las familias hacemos filas en las escuelas? Porque no da lo mismo cualquier escuela. Las escuelas públicas no son todas iguales. Pesan la locación, características y condiciones de la escuela. Hay escuelas públicas con comedor, hay escuelas públicas que son de seis horas y hasta de ocho horas. Hay escuelas públicas con comisiones fomento que recaudan mucho dinero y pueden sostener las omisiones del Estado. Son escuelas públicas que tienen más materiales, libros, mejoras edilicias, más auxiliares, música, teatro o lo que esa comunidad de madres y padres, junto con la comunidad docente, elija.

En cambio, hay otras escuelas que no tienen patio al aire libre, que no tienen comedor, que son de cuatro horas o su población no tiene la capacidad de gestionar (por tiempo e ingresos) una comisión fomento potente que permita resolver las ineficiencias del Estado. Si la situación fuera más equitativa, seguramente no se generaría la sobredemanda en algunas escuelas.

Es increíble que no se consideren otros criterios relevantes para determinar cómo se llenan los cupos en las escuelas de nuestro país. Factores logísticos, de cercanía, de continuidad con el grupo de pertenencia, datos sobre el ingreso de la familia, composición de la familia, composición de la población de la escuela, trayectos formativos naturales del barrio, entre otros, parecen no ser relevantes para las sucesivas autoridades y el sistema político que ha perpetuado este proceder por décadas.

Ningún otro criterio es ponderado, no importa si estamos hablando de una familia monoparental, de bajos ingresos, si vive al lado de la escuela o si hace tres años que está yendo a un jardín público que queda a tres cuadras. Lo importante es que algún adulto responsable llegue temprano. ¿Y cuán temprano? Lo más temprano que se le ocurra y pueda la primera familia que se instala. Lo más temprano que la angustia y la ansiedad de alguna familia a la que se le juega un montón de cosas si su hija o hijo queda en una determinada escuela.

Año tras año, lo único que sí sabemos con certeza las familias que optamos por la escuela pública es que tendremos que hacer fila. No sabemos cuándo arranca ni cuánto durará. Puede ser de dos horas, de diez, de 24 horas, de dos días. Sí, más de dos días, más de 48 horas en la puerta de una escuela para hacer la inscripción.

Año tras año, lo único que sí sabemos con certeza las familias que optamos por la escuela pública es que tendremos que hacer fila. No sabemos cuándo arranca ni cuánto durará.

A madres y padres se nos juegan horas de cuidado, alimentación, calidad educativa y logística, y por eso accedemos a acampar por días para asegurar el resultado que mejor se asocia a los requerimientos de la familia.

Algunas pocas somos capaces de conseguir los medios para hacerlo porque se nos juegan, al menos, seis años de nuestras vidas. Pero ¿qué pasa con las familias que no tienen esa capacidad de cuidados, dinero, flexibilidad laboral para hacer la fila? ¿Quiénes se pueden instalar en la puerta de una escuela un sábado a las 11.00 cuando la inscripción es recién el lunes a las 13.00? ¿La persona adulta de una familia monoparental? ¿Alguien con bajos ingresos que necesita trabajar? ¿Una familia que trabaja los fines de semana? ¿Alguien que tiene un negocio que abre de noche? ¿Una doctora que hace guardia? ¿Una familia que tiene un bebé recién nacido? ¿Una persona que trabaja en el shopping? Y si lo logran, ¿cuál es el impacto para esas familias? ¿Es imposible evitarlo?

En fin, las realidades son tan diversas como familias interesadas. Concluyo entonces que el criterio de quien llega primero es el criterio más injusto y desidioso que se podía elegir.

Desde los sucesivos gobiernos, ¿nadie visualiza el impacto que este ineficiente diseño de inscripciones genera? ¿O no les importa? Este nivel de incertidumbre e impacto desigual afecta a las personas adultas y a las y los niños que están dando un salto tremendo y que no tienen dónde quejarse ni gremio para pelear. Pasan del jardín a la escuela. Pasan del juego a los deberes. Pasan de grupos e instituciones más pequeñas a unas mucho más grandes. Transitan ese cambio, sin certezas y con las personas adultas referentes ansiosas y angustiadas.

Esto no se resuelve haciendo una fila virtual, como algunas personas han propuesto y como se ha implementado en algunos casos. Lo virtual también profundiza las desigualdades que el entorno digital genera y la mayoría de los inconvenientes seguirían incambiados. Un diseño que contemple estas necesidades no requiere muchísima inversión. Se resuelve con una firme voluntad política, analizando el proceso desde la perspectiva de las personas usuarias y no sólo desde la administración. Es necesario rediseñar el proceso teniendo en cuenta los aspectos ignorados, las desigualdades que el diseño reproduce y el impacto social que este proceso ineficiente genera antes, durante y después de que se hace la fila.

Soy egresada de la educación pública, soy mamá de un niño de cinco años que entra en primero de escuela en 2024 y de una niña de tres años que entra en nivel 3 de inicial. En este período de inscripción no hice fila por vínculo de hermandad, y decidí escribir este artículo por las mamás y los papás que sí la hicieron y por quienes no tuvieron chance alguna de hacerla.

Estoy convencida de que el quehacer público merece y requiere nuestra participación ciudadana para mejorar día a día su gestión por el bien común.

Magdalena Seijo es licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de la República (Udelar) y egresada de Psicología Social de la Escuela de Pichón-Riviére, posgraduada en Transformación Organizacional de la Udelar y magíster en Administración de Empresas por la Universidad ORT.