La ficción es la realidad por otros medios, no debería ser raro que a veces la invada. A Milei se lo tragó el personaje y a nosotros nos tragó Milei. De panelista show a presidente. De las pantallas a la realidad. Como en La llamada, la criatura emerge de la TV detrás de los que vean la cinta. Los Mileis, los Bolsonaros, no caen del cielo (ya quisieran), brotan de nuestro propio pantano. Milei es un personaje, pero la desestructuración del empleo formal es real, como los 44 puntos de gasto público con relación al PIB, los privilegios de muchos políticos o el 40% de argentinos por debajo del umbral de pobreza.

La coreografía de Milei funcionó. Sexo, bronca y rock and roll. Muchas cosas del manual de la alt-right. Como dijo la escritora y columnista La Inca, discutir con Milei era enfrentar una “blitzkrieg de falopa”: datos inchequeables, mentiras, abrumador. Cuando vas a responder algo ya estás en un lodo imposible. Milei dio vuelta todo. Lo que el código anterior leía como errores eran aciertos y los defectos, virtudes. Una década de estancamiento cortó el hilo entre las palabras y las cosas, y el discurso peronista quedó en el aire, desnutrido. La campaña reeleccionista del gobierno sonaba aburrida e inverosímil. El rugido del león no. Mientras el peronismo estaba a la defensiva, apelando a una difusa defensa de los derechos, la democracia, la justicia social, nociones que circulaban vaciadas y corroídas por el malestar, el león se masticaba el corazón del relato nacional popular. Atento, Uruguay.

En la foto del squirt que Fátima Florez sube a su Instagram está casi todo. La imagen muestra un charco de algo sobre una cama y en el margen un brazo masculino. El semental y la novia. La sociedad enchalecada por la dudosa hegemonía progre-kirchnerista asiste a su propia explosión orgásmica donde locamente saca afuera todo lo reprimido. Ya no se calla nada: la justicia social (léase: los mecanismos de transferencia de ingresos y el reconocimiento de derechos) es una aberración. Milei-Conan, vengador y redentor, es el vehículo de esa explosión. El squirt es falso, los rasgos angulosos y viriles del photoshop también, hasta la propia “novia” probablemente sea falsa, pero la frustración de millones no. En la famosa entrevista donde muchos vieron la debacle de Milei, en realidad brillaba el personaje: “Así como hay un salame, o tres salames, opinando desde una computadora; [...] mientras que esos miran a la señorita por internet, yo estoy en el medio de sus sábanas”. ¿Quién es la señorita? ¿Argentina? La ultraderecha hoy domina el erotismo de la transgresión y lo sabe. Atento, Uruguay.

Cuando un modelo de reparto se agota, es leído como mala gestión o corrupción, y si el agotamiento dura lo suficiente, la gente ya empieza a preferir un salto al vacío antes que seguir ahogada. Peronismo y Milei aparecen como contrarios, pero también son contiguos, y por algo. El péndulo se ha movido en Argentina, y el péndulo se mueve hacia un lado con la fuerza que trae del lado opuesto. El peronismo en su versión kirchnerista fue hasta 2011 una etapa de fuerte integración y agregación social, económica y política. Es esa agregación, sostenible y virtuosa mientras duró el buen precio de la soja y otras commodities lo que ahora viene a ser desagregado. Eso es el ajuste: sacar lo que sobra en esta etapa. El paréntesis macrista pretendió comprar tiempo y gradualismo con deuda externa, pero no terminó de hacer todo el ajuste y su propia base respondió fugando esos dólares frescos.

¿Milei es la explosión o es la nueva mecha que también se va a consumir? Dicho de otro modo, ¿van a lograr estabilizar una hegemonía de ultraderecha?

Conan, el perro muerto que baja la línea y lo conecta con el Uno (no es ironía), debe su nombre a Conan el Bárbaro, un personaje del género de la espada y la brujería interpretado por Schwarzenegger. Milei es Conan, una bestia redentora que va a liberar las pulsiones obstruidas de la acumulación de capital y el flujo mercantil. Si a la gente no se le asegura trabajo estable y se la deja a la buena de dios en el mercado, al menos que se le saquen impuestos para que pueda emprender. Suena lógico. Esta estructura social, en este punto del péndulo, cada vez conecta menos con el discurso universal de los derechos y el Estado garante. Ante el estancamiento se impone la desagregación. “No hay plata”. Por eso, aunque no faltaron izquierdistas y peronistas dispuestos a ofrecerse como antena de la creciente “antipolítica”, al malestar lo capitaliza la ultraderecha. ¿Milei es la explosión o es la nueva mecha que también se va a consumir? Dicho de otro modo, ¿van a lograr estabilizar una hegemonía de ultraderecha? Una cosa es ser el vehículo por el cual se rompe un orden, otra es construir uno nuevo. Lo que parece cada vez más claro es que los coletazos del fin de la fase de expansión económica de la primera década del siglo XXI, que abrió luego una etapa de estancamiento y crisis, se está llevando puestas las geografías y los pactos políticos de todo el ciclo posdictadura. La derecha liberal-republicana se muestra colaborativa y se subsume como fuerza aliada de los ultras. En nuestro país una parte manifiesta abiertamente su simpatía, otra evita pronunciarse, pero todos huelen que en la región el ajuste sin medias tintas se vuelve mandato popular y que la ultraderecha funciona como “grupo de tareas” para dinamitar las posiciones de los bloques populares.

Escenas de la República de Gilead se proyectan sobre el Río de la Plata. Por el momento Uruguay puede imaginarse como el Canadá liberal progresista. Pero en nuestro país, aunque con menor rapidez y amplitud, también se mueve el péndulo. Más allá de las múltiples diferencias con nuestros vecinos, el armado que permite la gobernabilidad de la izquierda uruguaya se sostiene sobre un arreglo similar al que entró en crisis en Argentina hace ya más de una década: ciclo expansivo de las commodities y su distribución. Para 2024 Uruguay va a acumular diez años con un crecimiento promedio muy modesto, y se encuentra en un pico de agregación social y económica fruto del ciclo de expansión anterior. Agregación aún insuficiente en función de las necesidades de nuestra población, pero suficiente para que afloren las dificultades de su base económica para sostenerla. Cómo superar este nudo es “la pregunta”.

El péndulo de la región está cada vez más frenético. Vivimos una etapa de asedio del centro político. Tiempo de extremos, así vira el sentido de la historia. La sociedad va a demandar cada vez más “orden” (tema tabú en la izquierda). Otra vez, como a su turno lo formuló Carlos Quijano, “el signo de nuestro tiempo es el vértigo”.

Rodrigo Alonso es economista.