Desde que la voluntad soberana del pueblo eligió a Javier Milei, algunos docentes e intelectuales expresan temor por la derogación de la Ley 26.150 de Educación Sexual Integral (ESI), promovida y promulgada por Néstor Kirchner en 2006. El motivo esgrimido es la posición libertaria durante la campaña electoral, respaldada por la mayoría popular. Además, advierten que con el final de la ESI desaparecería el enfoque de género y algunas escuelas abordarían la educación sexual sin fundamentos científicos.

Del otro lado, se le reprocha a la ESI la falta de reconocimiento de la diversidad cultural, doctrinaria y religiosa de las escuelas, denunciando la palabra integral por contrabando ideológico; por aplicar “ideología de género” y “adoctrinar”.

Como tantos problemas argentinos, el debate está mal planteado y por tanto es imposible resolverlo. Veamos.

¿Cuántas veces la ESI menciona la palabra género? Ninguna, así de simple: el duelo discursivo que equipara ESI con género es, sencillamente, absurdo.

Por otra parte, la ESI es muy generosa con la libertad de enseñanza: en su artículo 5 declara la obligación de la educación sexual, pero cada escuela la adaptará “en el marco del respeto a su ideario y a las convicciones de sus miembros”. O sea, cada escuela decide si enseñar la prevención del embarazo, si se lo hace usando métodos anticonceptivos o por abstinencia sexual, etcétera. Nótese, de paso, que la ley no distingue entre establecimientos estatales o privados: la libertad de elegir es para todos.

Lean la ley. Eso es lo que la ESI dispone, sin interpretación posible en contrario, a punto tal que en 2017 algunos legisladores nacionales, disconformes con el artículo 5, intentaron modificar esa discrecionalidad reservada a las escuelas y no consiguieron apoyo.

Es cierto que la ley le ordena al gobierno implementar un Programa Nacional de Educación Sexual que sí impulsa la perspectiva de género. Tuvo varias etapas: al inicio moderada, reconociendo que la base biológica no es el único factor de construcción de la sexualidad humana; luego monopólica, propagándose a espacios y conceptos cuando menos discutibles, incluso para quienes adscriben al enfoque moderado y claramente contrario al ideario de algunas escuelas. El único disenso que reconoce el programa es relativo a la lógica jerárquica y machista (vista desde nuestra sensibilidad “blanca” y “occidental”) de los pueblos originarios.

Por tanto, es evidente que el programa no es congruente con la ley, porque aquel promueve desde el aparato estatal un enfoque único, mientras la ESI dispone una política de Estado que contemple diferentes enfoques. Nos guste o no: es la ley.

La idea de que el final de la ESI presupondría cancelar el criterio científico en la educación sexual es extrañísima, porque, lamento informar, en la ley tampoco se pronuncia la palabra ciencia. Ni género ni ciencia.

Sin el ancla de la ciencia: ¿cuál sería el indicador de cumplimento de la ESI? Como sus primas de financiamiento educativo y de educación nacional, no hay nada preciso. Salud es mencionada una vez; “conocimientos pertinentes, precisos, confiables y actualizados” (una enumeración al agrado del consumidor) y “responsabilidad”, un atributo ético/valorativo, no científico. Respecto a integral, la ESI usa la palabra varias veces sin nunca definirla, liberándola a la interpretación, como en una picadita en la que cada uno elige el ingrediente que más le apetece.

Entonces… ¿Por qué se pelean? La ESI no contiene género, no contiene ciencia, garantiza la libertad de enseñanza y sus criterios de éxito son a la carta, no científicos y abiertos a lo moral. Adicionalmente, no hay datos que muestren los efectos de la ESI o del programa.

El peor de los mundos: unos defienden el enfoque de género y científico allí donde no lo hay, y otros cuestionan la falta de libertad de enseñanza y de valores allí donde sí los hay. Por extraño que parezca, la ESI sancionada a instancias del kirchnerismo –no el programa del gobierno– está más cerca de las ideas de los que hoy la impugnan que de los que la llevan como bandera. Argentina, no la entenderías.

En mi posición de educador optimista, me gustaría que estas discusiones fundamentales articulen argumentos racionales, con respaldo científico y de datos, reconocimiento y respeto por la pluralidad cultural y de valores, y con una política de consenso que reconozca lo diverso. Y no sólo para la educación sexual.

La pedagogía de Estado –que fue eficaz a mediados de siglo XX en todo el mundo– es ineficaz en estos tiempos acelerados, con independencia de cualquier ideología.

Este artículo fue publicado originalmente en cenital.com.