Según Álvaro García Linera, “la incertidumbre predictiva hace estragos”. Afrontaremos la incertidumbre y turbulencias múltiples en las próximas décadas. Y será así porque padecemos de problemas globales agudos sin una gobernanza mundial capaz de resolverlos con base en la coordinación, la racionalidad, el humanismo y el sentido de justicia. Así sucede con las cuestiones ambientales graves, con las crisis alimentarias del presente y las que sobrevendrán, con el impactante crecimiento demográfico generado en el marco de la más profunda desigualdad (la población mundial se ha triplicado largamente en los últimos setenta años).

Vivimos en un mundo con caóticas y desesperadas migraciones de los más pobres e inseguros, la pobreza y la indigencia afectan a miles de millones de habitantes (la prestigiosa etíope Sara Menker planteó al Consejo de Seguridad de la ONU que 1.600 millones de personas padecerán inseguridad alimentaria).

La desigualdad global profundiza la tendencia creciente en un escenario de crisis del estado de protección social, con militarismo y guerras por doquier, con problemas de discriminación, con predominio del patriarcalismo y el autoritarismo políticos, con el vertiginoso desarrollo de sociedades del control de los ciudadanos, que vulneran la privacidad y la intimidad de las personas. Luces de alarma ante un mundo tensionado por la disputa de los países centrales por los recursos estratégicos y el posicionamiento de sus bloques de alianzas.

La globalización se ha fragmentado

Como consecuencia de la agudización de la crisis ambiental, de la pandemia y su difícil salida económica y de la disputa por la hegemonía geopolítica (que se manifiesta indirectamente en la guerra en Ucrania y otros enfrentamientos), se han acelerado y profundizado nuevas tendencias: por una parte, la globalización se ha amortiguado, fragmentado y segmentado súbitamente, y se ha producido un renacimiento de los Estados, de los nacionalismos y del “soberanismo” y en parte del proteccionismo, fundamentalmente en los grandes espacios. Pero estas incertidumbres y turbulencias en el horizonte no deben ocultarnos las nuevas tendencias y los formidables cambios que se están procesando al mismo tiempo y que mucho incidirán en el futuro de la humanidad. En la disputa global, las potencias no toleran ser vulnerables en lo esencial ni perder la carrera por la punta científico tecnológica. Los grandes Estados y sus sociedades no quieren depender de sus adversarios en la adquisición de los insumos estratégicos (fundamentalmente alimentos, minería, energía y tecnologías de punta). Dichos cambios generan una transformación en las estructuras de las cadenas de valor: por una parte, se registra la fragmentación relativa de estas y la recentralización de sus eslabones neurálgicos en los países poderosos (proceso ya iniciado en 2013). La investigación, el desarrollo y la innovación vuelven a los países centrales y a las potencias desafiantes como China.

En cierta medida, el mundo se desglobaliza parcialmente, la globalización se fragmenta (Franco Milanovich). Por otra parte, y porque ello sucede, el capitalismo apela al financiamiento masivo del Estado en Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+I) , a los subsidios y otros instrumentos, y al proteccionismo que retorna en cuestiones estratégicas, como la soberanía energética o alimentaria.

Estados Unidos despierta de un largo ensimismamiento. La visita sorpresa del presidente Joe Biden a Ucrania en esta semana es muestra de una nueva política exterior. Advierte que ha perdido dos décadas luchando por combustibles fósiles que importarán cada vez menos y se entera de que China ha tomado la delantera con la Ruta de la Seda, en el transporte eléctrico, en las baterías de larga duración, que experimenta en centrales nucleares en base a torio y sal fundida, que disputa con ventaja relativa o compite en computación cuántica, inteligencia artificial y telecomunicaciones 5G. Europa advierte desde el 24 de febrero de 2022 que es terriblemente vulnerable en energía, materiales estratégicos, entre otros, la guerra lo hizo más evidente. Asimismo, Japón concluye que debe terminar drásticamente con el trauma y el fantasma de Fukushima.

Se acelera súbitamente la transición energética y el capitalismo se viste de verde. Dicha tendencia resulta muy visible en el incremento de las inversiones en energías limpias y no todas renovables en China, Europa, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y otros países (a pesar de que coyunturalmente el uso del carbón haya aumentado en Alemania o Australia, por ejemplo). La conducción de las políticas públicas se orienta en esa dirección y asegura rentabilidad a la acumulación privada del mundo “desarrollado”. En China los sucesivos planes quinquenales ya venían en esa dirección. El total mundial comprometido seriamente y en gran parte en ejecución alcanza 1,4% del PIB mundial (duplica a las inversiones en energías fósiles) y compromete un 2% para 2030. Aunque se necesite un 4% en 2030 (más allá de los intereses políticos y del marco ideológico al que responden, las cifras son reveladoras: International Energy Agency, World Energy Outlook 2022, p. 98) para alcanzar el objetivo de las cero emisiones para 2050, o la neutralidad en el balance del carbono (las emisiones se compensarían con la absorción que realizaría el planeta), con un escalón muy importante hacia 2030.

El vuelco a las energías limpias no se produce por responsabilidad o por conciencia ambiental (aunque los eventos críticos y las protestas de la opinión pública y de los movimientos ambientalistas tengan una incidencia no despreciable), forma parte de la conversión del capitalismo, de su dinamismo para preservar los aspectos duros del sistema que fomentan la reproducción del capital. De cualquier manera, si el Estado capitalista (con independencia del régimen político) acelera la transición, el saldo ambiental y para el futuro de la aventura humana es muy importante, aunque las metas que se quieren alcanzar para 2050 resulten un poco idílicas y aunque la lucha entre el complejo fósil y las energías limpias (concepto más amplio que renovables) desate conflictos y cataclismos varios. Los cambios se producen con conflictos, y los conflictos están lejos de ser resueltos.

La pandemia y la guerra, con la crisis de suministros clave ha favorecido el giro hacia la ultraderecha de gran parte de las poblaciones, alimentado por el miedo y la incertidumbre.

El miedo alimenta a la ultraderecha

A nuestro juicio, la pandemia y la guerra, con la crisis de suministros clave ha favorecido el giro hacia la ultraderecha de gran parte de las poblaciones, alimentado por el miedo y la incertidumbre, lo que se traduce en el cuestionamiento de la mediación democrática y el avance del autoritarismo político. El horizonte no es muy promisorio, la disputa geopolítica se endurecerá y muy probablemente la guerra se prolongue más allá de todo pronóstico. Emmanuel Todd ha titulado su último libro en 2022: “La tercera guerra mundial ya comenzó”. Lo cierto es que la “trampa de Tucídides” (hegemonía desafiada y guerras desatadas por cuestiones marginales) operó vertiginosamente. Por otra parte, la reacción rusa a la ofensiva expansiva de la OTAN ha permitido el fortalecimiento del bloque hegemonizado por Estados Unidos y resulta funcional a todos sus objetivos, dificulta e incluso bloquea la evolución hacia una geopolítica de la multipolaridad como plantea China, y no de la confrontación y la bipolaridad, como promueve Estados Unidos.

Ingresa una nueva etapa en el mundo y la geopolítica domina el escenario. En suma, en este marco se visualiza un redespliegue del capitalismo del conocimiento, tanto en su versión oriental como occidental, y una nueva etapa en su historia en el mundo moderno. El primado de la geopolítica retorna a tres décadas largas del derrumbe de la URSS en 1991 y el “Fin de la Historia” decretado por Francis Fukuyama un año después. Muchos han sostenido que al mundo lo gobiernan las empresas transnacionales (financieras, productivas, comerciales, de servicios, del narcotráfico o los armamentos), y que los estados nacionales han perdido definitivamente la carrera histórica. Pero omiten que en las crisis transversales profundas y en las fases en las que se disputa un relevo de hegemonías, la geopolítica aupada por los Estados mayores retorna por sus fueros. Basta leer las formidables investigaciones de Thomas Piketty y su equipo para advertirlo.

Muchos pagarán altos precios

En los países y regiones más pobres se acentuarán las migraciones caóticas, vinculadas con la pobreza, la inseguridad, la frustración de expectativas y el cambio climático, la crisis del Estado de protección social y el incremento de la desigualdad. Los pobres sufrirán más cuando la informatización y caída de los costes marginales de muchos bienes y servicios posibiliten su acceso universal, y la tecnología en general permita la superación de la pobreza y de la indigencia si prima un paradigma de equidad. ¡Vaya paradoja!

Los progresismos latinoamericanos serán desafiados

Los progresismos latinoamericanos van a estar muy influidos, limitados y desafiados por este contexto mundial. Por consiguiente, es posible que predominen lo que Álvaro García Linera ha denominado como trayectorias políticas cortas, avances, retrocesos, polarizaciones y cambios de distinto signo por períodos largos. No obstante ello, los esfuerzos deben dirigirse precisamente en sentido contrario. Deben procurar levantar un proyecto regional del nuevo progresismo que permita un nuevo protagonismo de América Latina en la escena internacional. Debería ser la prioridad que nos permita eludir quedar prisioneros de la disputa geopolítica Estados Unidos-China (como planteó la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson). Puede ser la oportunidad para que la lectura de la realidad global posibilite la diversificación de la matriz productiva de nuestros países, atendiendo su complementariedad, con el desarrollo de cadenas y plataformas regionales de valor para competir en el mundo. Es posible, sobre la base del crecimiento productivo con igualdad, que posibilite el respeto del ambiente, la seguridad alimentaria y un mayor bienestar para nuestros pueblos.

En Uruguay la perspectiva de cambio se llama Frente Amplio

Para convertir la realidad en esperanza, nuestra primera tarea ha consistido en recuperar el diálogo con la sociedad (eso ha sido y será “El Frente te dscucha”). Nuestro segundo desafío consiste en elaborar un programa de transformaciones profundas (que consolide las reformas iniciadas y en parte destruidas en este período) pero que plantee al mismo tiempo nuevos desafíos, emanados de la lectura de los cambios en el mundo y que deberán sintonizar con las necesidades y aspiraciones más profundas de nuestro pueblo. La segunda generación de reformas, la diversificación de la matriz productiva, la acción ante el cambio climático y el cuidado del ambiente, las agendas de igualdad, la nueva educación, la revalorización de la cultura y el fortalecimiento de las instituciones democráticas tienen que ser eslabones de esta nueva agenda del progresismo. Líneas que hemos incluido, producto de una larga discusión, en el capítulo V del documento del 5to Congreso de la Vertiente Artiguista. El Frente Amplio, en el enriquecimiento de visiones, tiene el gran desafío por delante de construir la síntesis superadora del alto conservador.

El agua en la estrategia de desarrollo nacional

El gobierno va a dejar una pesada herencia. Se suman al profundo impacto de la sequía los problemas de transparencia del actual gobierno, el fracaso estrepitoso en materia de seguridad, la caída de la inversión pública y de los ingresos de la población, la concentración de la riqueza en “los malla oro”, el debilitamiento de las empresas públicas y la pérdida de la soberanía por décadas -y a muy alto costo -, los errores de rumbo en materia educativa y en seguridad social. El nuevo gobierno progresista deberá realizar ingentes esfuerzos de reconstrucción del país como condición para construir nuevos horizontes y a la vez jerarquizar aquello que la realidad reclama a gritos: asumir que la cuestión del manejo del agua y en particular del riego constituyen cuestiones urgentes y estratégicas clave para el Uruguay.

Nada de lo anterior es posible sin un Frente Amplio unido, con un plan de acción común (que incluya reglas de juego acordadas para el despliegue de las candidaturas), un relato comprensible para las grandes mayorías, una apertura generosa y convincente a las corrientes de ciudadanos batllistas y wilsonistas, o de otras adhesiones, que han visto frustrarse sus expectativas durante el gobierno de coalición, y un diálogo permanente con todos los ciudadanos en la construcción de una alternativa genuina y transformadora.