Este nuevo 8M me inspira a reflexionar sobre la conquista de las feministas de los derechos políticos de las mujeres y sobre todo del derecho a asumir tareas de representación partidarias. Hace más de 20 años que participo en política, pero es la primera vez, en mi vida adulta, que ocupo lugares de representación en mi partido (sí las asumí cuando estaba en la Juventud Socialista del Uruguay). Que sea ahora no es casual, pero entre otras razones, quiero mencionar dos que para mí han sido vitales: la maternidad (planificada y deseada) y el logro de la autonomía económica para no depender de otros en mis decisiones personales. Ambas requieren tiempo, dedicación, aun en situaciones como la mía, donde hay corresponsabilidad con mi pareja en las tareas de cuidado y crianza.

Hoy puedo asumir tareas de representación político partidaria porque logré la autonomía económica, mis hijas están más grandes y el padre se queda con ellas en casa asumiendo tareas domésticas y de cuidado. Pero aun así, no es fácil. Asumir tareas de representación política es una conquista feminista, pero está lejos de ejercerse desde este enfoque. Las contradicciones son cotidianas y nos enfrentamos a la incorporación de discursos políticos que asumen como propias las ideas feministas pero que no se aplican en la vida política partidaria cotidiana. Y eso nos coloca en el desafío incómodo y desgastante de mostrar esas contradicciones para poder transformarlas. Entre los ejemplos concretos quisiera mencionar la invisibilización de la importancia del uso del tiempo y el reconocimiento de las tareas de cuidado de la militancia; ambas dimensiones imprescindibles para conciliar la participación política con la vida familiar y laboral.

Respecto del uso del tiempo, persisten las jornadas largas, con horarios indefinidos de reuniones y donde la voz que se escucha es fundamentalmente masculina (los varones, en general, intervienen siempre, más de una vez, y a las mujeres aún nos cuesta tomar la palabra). Sigue costando que se respeten los acuerdos de inicio y finalización de las reuniones, y cuando se marca que no los estamos cumpliendo y que hay tareas laborales y familiares que cumplir, emerge el malestar al colocar el tema como algo personal, y no falta la intervención de alguna compañera que refuerza el modelo tradicional exigiendo quedarnos hasta la hora que sea necesario (ignorando una vez más las responsabilidades familiares y laborales y la exclusión histórica de las mujeres de estos espacios).

En cuanto al reconocimiento de las tareas de cuidado, es una dimensión que no está suficientemente presente y que no se la asume como imprescindible para facilitar la militancia política. Este tema abarca desde contar con espacios de cuidados en las sedes o eventos partidarios hasta incorporar la opción de las facilidades de las tecnologías (reuniones virtuales y/o híbridas), en vez de exigir la presencialidad sin excepciones para poder participar y tener voz y voto en las decisiones. En general, la posibilidad de participar de manera remota se acepta por un criterio territorial (distancias desde localidades a las capitales departamentales), pero no desde un enfoque de género que considera que hay militantes con responsabilidades de cuidado de personas dependientes y que exigirles la participación presencial los deja afuera de la posibilidad de incidir en las decisiones partidarias.

La consecuencia directa de ignorar ambas dimensiones como aspectos centrales de la vida política es la exclusión y, por ende, la no participación en las decisiones políticas, en la transformación de la vida cotidiana de las personas y en el rumbo del país. Finalmente, no es menor mencionar que estas prácticas que vivo cotidianamente no son patrimonio del partido político al que pertenezco, son bastante generalizadas y no por ello imposibles de transformar.

Hoy somos una marea feminista, conformada por mujeres, varones e identidades de género disidentes, que seguimos luchando por una sociedad sin exclusiones por razones de género, generacionales, raza/etnia, condición de discapacidad, migrante, entre otras, donde la diversidad sea un motivo de unión y de fiesta.

Leticia Benedet es feminista y militante política.