No tristeza: malestar físico.
Por el placer ante la sangre,
por los brindis en medio de los muertos,
por las canciones a través de los bosques:
por el fuego.
Malestar por el cansancio,
por el abuso de las palabras de siempre.
Composición exquisita de las imágenes:
vómitos, / paz, / espacio vacío, / felicidad, / felicidad, / felicidad.
“El oro de Lady Macbeth”, Antonio Fernández Lera
La náusea
Un tema recurrente de la filosofía es la innegable realidad de que, en la sociedad de consumo, pese a tener la posibilidad de obtener los medios materiales para subsistir sin problemas (en Occidente al menos, en África no tanto), nos las arreglamos para ser bastante más infelices que las generaciones precedentes, que tenían mucho menos acceso a los bienes materiales.
El problema surge porque al ser individuos inmersos en las redes sociales,1 también estamos expuestos a magnitudes nunca antes vistas de impresiones de la propia insuficiencia en los estándares predominantes (juventud, belleza, carisma, riqueza, influencia) y por lo tanto a vivir tal carencia (más percibida que real en muchos casos) como el estatus más temido en esos foros: ser un fracasado.
Tal autopercepción distorsionada genera ansiedad, frustración y malestar que son mitigados por consumos paliativos (medicación autoprescripta, drogas sociales, consumo de bienes materiales, relacionamiento compulsivo en los medios de contacto –aplicaciones en general–). Por su naturaleza, tales mitigaciones son pasajeras, dejando no solamente el problema original intacto, sino además una suerte de resaca que lo empuja en un nuevo ciclo de consumo incrementado, en detrimento de su desarrollo personal, cuando no de su economía y calidad de vida en general.
Y en esa percepción alienada de la realidad, surgen las visiones que ponen el foco en la entidad “individuo” para analizar la sociedad y para intentar prescribir cuáles son los caminos para mejorar las condiciones de vida de la anteriormente propuesta “entidad individuo”.
Voy a argumentar que el problema es justamente que el individuo en tanto que tal no existe, y tomarlo a él como la unidad componente indivisible de la sociedad es problemático y reduccionista: eso impide el éxito de las políticas paliativas de las condiciones de base de este malestar. Y el papel de la sociedad (el Estado incluido) pasa a estar en discusión.
El ser
No caben muchas dudas de que la noción de individuo que se maneja es una heredera de la filosofía moderna, en particular de las visiones opuestas de Thomas Hobbes y John Locke.
Para Hobbes, el individuo es un ser humano que tiene una naturaleza egoísta y violenta. Según su visión, los individuos nacen en un estado de guerra constante en el que cada uno lucha por su propio interés y supervivencia. En la naturaleza humana hobbesiana no existe una moralidad objetiva, ni un sentido de la justicia o la equidad, sino que los individuos están motivados principalmente por el miedo a la muerte y la búsqueda de la satisfacción de sus deseos y necesidades.
En la concepción hobbesiana del individuo, la razón humana es vista como un medio para alcanzar los objetivos egoístas de cada uno, y no como un fin en sí mismo. Los individuos buscan satisfacer sus apetitos y deseos a través del poder y la dominación sobre los demás, lo que conduce a una constante lucha por la supervivencia y la competencia por los recursos.
Para Locke, el individuo es un ser humano que tiene derechos naturales inalienables, incluyendo el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. En contraste con la visión hobbesiana del individuo, Locke no veía la naturaleza humana como egoísta y violenta por naturaleza. En lugar de eso, creía que los seres humanos son naturalmente libres e iguales, y que tienen una capacidad racional para establecer una sociedad justa y equitativa.
En Hobbes vemos la base del “egoísta”, que tiene como objetivo de vida satisfacer sus deseos (lo que Nietzsche quizás llamaría actualizar su voluntad de poder), mientras que Locke provee la del “egoísta racional”, que es capaz de cooperar siempre que le convenga, porque no es esencialmente violento, pero que está aún lejos del altruismo.
El Estado tiene la función de proteger los derechos naturales de los individuos, incluyendo su derecho a la vida, la libertad y la propiedad. El Estado debe ser creado por consentimiento de los gobernados y tener poder limitado, para evitar que se convierta en una amenaza para la libertad individual. En resumen, para Locke, el individuo es un ser humano con derechos inalienables y con la capacidad para actuar de manera autónoma y responsable, lo que conduce a su derecho a la propiedad privada y a la necesidad de un Estado que proteja estos derechos.
Si complicamos un poco el asunto, tenemos a Juan Jacobo Rousseau, para el que el mejor descriptor para el individuo es el "buen salvaje"; se trata de una figura imaginaria que representa al ser humano en su estado natural, antes de la formación de las sociedades y la civilización. En contraposición a la concepción hobbesiana de la naturaleza humana como violenta y egoísta, Rousseau veía al "buen salvaje" como un ser humano virtuoso, libre e inocente, que vive en armonía con la naturaleza y los demás seres humanos.
Según Rousseau, el "buen salvaje" vive en un estado de felicidad natural y no está corrompido por la sociedad y la civilización. El individuo en este estado de naturaleza no conoce la propiedad privada, la competencia, la envidia, la violencia o la dominación. En lugar de eso, se rige por la compasión, la empatía y el amor por los demás seres humanos. Sin embargo, la formación de la sociedad y la civilización ha corrompido al ser humano y ha dado lugar a la opresión y la desigualdad. La propiedad privada y la división del trabajo han llevado a la explotación de los pobres por los ricos, y la competencia y la guerra han reemplazado la armonía y la cooperación.
El problema es justamente que el individuo en tanto que tal no existe, y tomarlo a él como la unidad componente indivisible de la sociedad es problemático y reduccionista.
Las circunstancias
En resumen, todo puede reducirse a una sola pregunta: ¿existe lo que podríamos llamar la “naturaleza humana” que permita describir los rasgos que son esenciales para caracterizar al individuo? Claramente para Locke, Hobbes y Rousseau sí existe, siendo bondadosa para el último, y malvada para Hobbes (y Maquiavelo).
Es evidente que no existe para Locke, que le dio el nombre por el que se conoce a esta hipótesis, “tabula rasa”. La expresión significa literalmente "pizarra en blanco" y se refiere a la idea de que la mente humana nace sin ideas o conocimientos innatos, sino que es completamente vacía al nacer, y que todas las ideas, conocimientos y habilidades se adquieren a través de la experiencia y la observación.
Lo anterior es vital, porque si al nacer somos entidades vacías, todos los contenidos provienen de nuestro entorno, o sea, de la sociedad.2 Y la responsabilidad de la sociedad en la formación de los individuos pasa a ser casi total, o al menos varios órdenes de magnitud más importantes que en la otra opción.
La nada
En esta época, la herencia de las filosofías modernas sigue vigente, ya que las (simplificando) dos grandes líneas políticas vigentes, el liberalismo extremo3 y el intervencionismo del estado4 polarizan las visiones entre dos extremos (con todas las versiones más razonables que puedan existir en el medio), que pueden resumirse en dos posturas:
1) El individuo tiene derechos inalienables a la libertad y la propiedad privada y toda imposición, aun por parte del Estado, es inmoral, debería ser ilegal, y si es económica es un robo. Es una postura generalmente de derecha.
2) Dado que el individuo es una “tabula rasa” la sociedad es totalmente responsable de su destino (por ser la causa de sus contingencias) y por lo tanto tiene la obligación de regular fuertemente la vida para asegurar que no existan injusticias en la medida de lo posible, por lo que las imposiciones, especialmente las económicas, no solamente están justificadas, sino que son imprescindibles. Es una postura generalmente de izquierda.
No resulta muy difícil especular cómo es que surgen las mitologías que fetichizan ambas posturas, que terminan siendo dogmas: “meritocracia” y “derrame” para el liberalismo y “socioconstructivismo” para el intervencionismo.
El primero pone énfasis en los que percibe como “superiores”5 (en el sentido de mejores), mientras que el otro en los que a su vez observa como víctimas de las injusticias sociales, o sea los que percibe como “inferiores”, no en lo esencial, sino en las oportunidades.6
El individuo y sus circunstancias
El problema es que ambas posturas suelen ignorar aspectos esenciales de las personas, en especial que nadie es “un individuo”, al menos no en la forma en que se lo modeliza en la filosofía moderna.
Por un lado es claro que sí somos unidades indivisibles en el aspecto de nuestra conciencia y autopercepción, pero no podemos concebirnos más que en relación con los otros, no sabemos si somos altos si no nos comparamos con los demás, y lo mismo vale para cualquier otra cualidad que afecte a la persona.
Por el otro, es impensable la existencia de una entidad humana no relacional; llevada a su extremo esa idea, cada persona debería aprender a controlar el fuego, hacer ropa y refugio o inventar la rueda. En el caso en que pudiera sobrevivir, claro.
Aún peor, lo que ambas posturas terminan ignorando,7 de manera diferente pero igualmente opresora, es que las personas no son “unidades” sino entidades autoperceptivas y autoconscientes, con capacidad de voluntad y agencia. Lo anterior implica que todos sabemos quiénes somos, qué deseamos, y tenemos (no siempre sin errores) una idea del proyecto de vida que queremos para nosotros mismos.
El problema es que los medios de medir el avance en estos proyectos están teñidos por la percepción distorsionada del yo en relación con los otros del primer párrafo, y surge el malestar.
Lo que hicieron de nosotros
Lo que me resulta más desconcertante es que nadie parece pensar lo obvio, nadie se autopercibe “individuo”, y por lo tanto nadie puede verse como parte de esas generalizaciones, al menos no con cierta objetividad.
Un heredero de cuarta generación que recibe una fortuna puede sentirse un “malla oro” aun cuando no contribuya en nada a la generación de riqueza o su escala en la meritocracia sea cero, mientras que una quinta generación de desempleados habitantes de asentamientos irregulares seguramente no se vea como una víctima8 pese a que sí lo es.
Por lo anterior, si no empezamos a pensar la realidad intentando ver a nuestro sujeto histórico como realmente es, una serie de personas únicas y sin posibilidad de ser estandarizados (por lo menos en el sentido en el que lo hacen los modelos reduccionistas), cada una de esas personas seguirá presa del malestar, que no es constitutivo de las personas sino una patología de nuestra sociedad.
El problema es que los modelos simplificados tienen la necesidad de homogeneizar los comportamientos para que no haya divergencias con los resultados previstos. Y eso ya vimos que no funciona.
Si vamos a legislar o planificar para los promedios, recordemos que el ser humano promedio cuenta con un ovario, un testículo, medio pene, media vagina, media próstata y medio útero. Además, mide 1,75m, pesa 70 Kg y tiene unos 35 años. Como reza un viejo dicho, en los promedios se ahogan las personas de talla baja.
Ha llegado el momento en que deberíamos asumir que no se puede analizar la realidad sin una perspectiva de la complejidad de la misma. Pero no tengo muchas esperanzas...
Bernardo Borkenztain es comunicador y crítico de arte.
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“Homo rete”, por usar un neologismo propio. ↩
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Un importante dato es que un experimento de una crueldad inaudita realizado por los nazis comprobó lo que todos intuimos: privado de todo contacto, ningún bebé puede sobrevivir, lo que establece que la vinculación social es una parte esencial y no contingente del ser humano, por lo que no se la puede ignorar al definirlo. ↩
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Y su versión patológica, el libertarianismo. ↩
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Y su versión patológica, el estalinismo. ↩
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La metáfora del presidente Lacalle Pou de los “malla oro” es muy gráfica. ↩
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Resulta obvio por esto ver cómo el libertarianismo se erige en dueño absoluto de la racionalidad, mientras el intervencionismo en el amo de toda sensibilidad humana. Ambos terminan negando el discurso del otro por inadecuado. ↩
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No quiero caer en la simplificación de sostener que se ignora en el sentido fuerte, sino que termina siendo un factor que es muy poco utilizado no solamente a la hora de defender las posturas propias, sino también a la de proponer soluciones a los problemas. ↩
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Esto es por una distorsión cognitiva que se llama “preferencias adaptativas” que hace que el individuo, ante la ausencia de opciones para elegir su modo de vida, se autoconvenza de que lo que tiene, aún siendo extremadamente desfavorable, es producto de una elección (concepto definido por Jon Elster, en su libro Sour Grapes). ↩