Hace unos días, luego de varias instancias de intercambio con colegas, amigas y compañeros de militancia, decidí escribir un artículo.1 En él expresaba lo que muchas voces manifiestan en diferentes ámbitos de lo educativo: que las situaciones de violencia en las instituciones educativas son preocupantes. Pero la violencia en sí, como tal, es una palabra como cualquier otra, y como toda denominación es arbitraria. Si vamos a una definición aceptada por la mayoría, sería ejercer un tipo de fuerza física o psicológica contra otro ser o seres para someterlos y dominarlos. Pero no es la violencia en sí el problema, sino quiénes ejercen o generan violencia. Aquí es donde debemos dar el debate, sobre todo en estos días pasados en que el epicentro de lo educativo estuvo en el legendario IAVA y se volcó a las calles, como muestra del rechazo ante una escalada autoritaria y de persecución hacia quienes piensan diferente.
Muchas veces el oprimido no reconoce que reproduce ciertos patrones de su opresor, y esto se convierte en una tensión bastante importante. Reconocerse como violenta o violento no es para cualquiera, porque implica reconocer que somos capaces de violentar a otro, a esa alteridad que está ahí, y frente a ello se quiere evitar la evidencia de la misma violencia, que es asumir nuestra animalidad siempre latente. Entonces, ¿quién o quiénes podemos decir que han ejercido violencia en los hechos que ocurrieron en el IAVA? ¿Qué tipo de violencia han ejercido?
La historia reciente parece que nos ha enseñado que cuando hay una protesta o manifestación y no hay represión, no hay violencia. Pero esto no es así.
Comencemos por responder la segunda pregunta. ¿Qué tipo de violencia han ejercido? Si no tenemos el quién de nuestra acción, no tendría fundamento hablar de ello, pero podemos construir un relato desde las diferentes manifestaciones que se han dado. Por un lado, la violencia del odio que se hace patente en las redes, ese mundo anónimo que denota un relativismo sádico que “asusta” a quienes intentamos mantenernos lejos del espacio virtual. Asusta desde la muestra de desprecio manifiesto a través de palabras soeces y agravios gratuitos que remiten a cuestiones personales que nada tienen que ver con un medio que, utilizado en forma adecuada, informa y comunica. Pero el insulto voraz y "desmadrado" se ha convertido en moneda corriente en lo virtual. Esto acompaña una inevitable necesidad que tienen algunos políticos y comunicadores de agredir y minimizar ciertos hechos para que quien crea saber del tema justifique comportamientos violentos en pro de una libertad de expresión que se defiende si y sólo si expresa "mi verdad". Por ello, la burla y la ironía encubierta en espontaneidad puede ser de las formas más violentas de comunicarse con el otro. Y eso ocurrió estos días. Desde un conductor que realizó una entrevista a un vocero estudiantil remarcando que no era propio de su edad cierto lenguaje, hasta autoridades que comienzan un sumario con separación del cargo por seis meses a un director, con retención de 50% de sus haberes, esgrimiendo la no posesión de una llave, por mediar y no "exigir" que desocuparan un "salón-pasillo".
Una situación cotidiana que viene ocurriendo desde hace un tiempo a esta parte: la banalización del rol docente, la ridiculización de quienes defienden los derechos, la desacreditación de los gremios y sindicatos.
Esto ha llevado al escenario falaz donde se expresa que quienes defienden sus derechos se olvidan de otros, que no son empáticos y que son insurrectos, pero al mismo tiempo se levanta ante ellos una violencia que sería la portadora de la voz de quienes en silencio se quejan de que sus derechos están siendo violentados. Aquí entramos a una paradoja que se nos presenta con la pregunta: ¿quién o quiénes, en nombre de la defensa de los derechos, están ejerciendo violencia? Y la respuesta se hace explícita por medio de varias declaraciones, en las que demuestran una lucha entre autoridades contra sindicatos y gremios de la educación, que ha tapado otros debates que son tan importantes o más que este. Pero a quienes nos ocupa lo educativo esto nos coloca en una evidencia notoria y, como dijo una de las voceras de la Asociación de Docentes de Educación Secundaria (ADES) de Montevideo, estamos frente a una "emergencia educativa".
¿Qué podemos hacer? Cuando una comienza a escribir se ve en la necesidad de hacerlo si existe una propuesta alternativa. Desde los sindicatos y gremios, desde que tengo uso de razón, escucho hablar de la necesidad de mayor presupuesto. No existe plataforma donde no se reafirme esta cuestión. Esto, entendiéndose por mejor calidad no sólo académica, sino también buscando generar espacios de apoyo al estudiantado: equipos multidisciplinarios, becas, infraestructura adecuada, materiales didácticos a disposición, etcétera. Generar las condiciones materiales que no atenten contra la educabilidad. Pero ante las necesidades materiales y de infraestructura que observamos en la mayoría de los liceos públicos, podemos concluir que ahí comienza la primera forma de violencia implícita que tenemos en nuestra educación pública: a las autoridades no les interesa el "cómo", sino que cierren los números. ¿A qué costo? Al de que los cuerpos docentes certifiquen, con una flexibilidad exacerbada, una acreditación del saber buscando seres humanos “competentes”, solucionadores de problemas y reproductores del sistema.
Esa vieja utopía de sujetos libres, pensadores y críticos quedó relegada a la posibilidad de que podamos tener una sociedad acorde al momento que se vive, a la necesidad de producir mayor capital a menor costo. Y esta tarea no es fácil, y por ello toda manifestación de un colectivo que exprese lo opuesto a lo que se quiere imponer se ve opacada generando un enemigo inmoral, extraño y hasta fácil de detectar para colocarlo como centro del ataque, visibilizando el odio y la violencia animal que ocultamos para descentrarnos de la problemática real. En definitiva eso fue lo que ocurrió, tanto con un joven de 16 años como con el director "interino" (expresado en forma peyorativa) del liceo IAVA. Se individualiza una situación cotidiana que viene ocurriendo desde hace un tiempo a esta parte: la banalización del rol docente, la ridiculización de quienes defienden los derechos, la desacreditación de los gremios y sindicatos. Pero lo más peligroso y violento es la persecución hacia quienes piensan diferente a lo que se intenta imponer. Por eso, reafirmo que sólo existe la posibilidad de fortalecer y manifestarse en forma colectiva, generado espacios de intercambios y debates, y buscando la verdadera forma de salir de la violencia en todas sus formas, que es emanciparse, reconocerse como oprimido y poder cortar mediante la praxis educativa esas estructuras que nos oprimen día a día.
Esto no es una innovación ni un deseo de quien escribe, sino que existen varios autores que lo han expresado. Sólo que, si lo aplicamos a nuestra realidad, esto es posible si generamos reflexión, crítica y análisis para un accionar con el otro en pro de cambios estructurales mayores. Y para ello debemos retomar la vieja, actual y futura consigna sindical: mayor presupuesto para la educación pública.
Elisa Vidal es profesora.