Todos los seres humanos tienen derecho a vivir libres del hambre. Este derecho, hoy más en más riesgo que nunca, es más que una obligación moral o una opción política, en muchos países es jurídicamente vinculante. Y, sin embargo, hoy la denegación de este derecho a la alimentación no es el resultado de la falta de alimentos en el mundo.

En medio de múltiples crisis globales, como el cambio climático, enfermedades, conflictos, las crecientes desigualdades o la violencia de género, cada vez más personas caen en la trampa del hambre. 828 millones de personas la padecieron en 2022, mientras el derecho a la alimentación ya está establecido, en la Declaración Universal de Derechos Humanos, desde el año 1948, y está consagrado en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966, así como lo amparan tratados regionales y constituciones nacionales.

Mirando las cifras presentadas en el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022, vemos que en 2020, el 22% de los niños menores de cinco años padecía retraso del crecimiento.

Pero, además, hay que destacar que el derecho a la alimentación es un derecho incluyente, es decir, no se trata simplemente de ración mínima de calorías, sino que es el derecho a todos los elementos nutritivos que una persona necesita para vivir una vida sana y activa, y a los medios para tener acceso a ellos. De hecho, los derechos humanos son interdependientes e indivisibles. Esto significa que la violación del derecho a la alimentación menoscaba el goce de otros derechos humanos, como a la libertad, a la educación, al trabajo, a la vida misma. Porque si no comemos de manera adecuada, nuestra salud se resiente.

Si un niño no se nutre bien en los primeros días, meses y años de su vida, por ejemplo, los daños serán irremediables. Y mirando las cifras presentadas en el informe conjunto de los organismos de Naciones Unidas FAO, FIDA, OMS, PMA y Unicef, El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022, vemos que en 2020, en todo el mundo, 22% de los niños menores de cinco años padecía retraso del crecimiento. De cara al futuro, los progresos realizados en la reducción en un tercio de la prevalencia del retraso del crecimiento infantil en los dos decenios anteriores (que representan 55 millones de niñas y niños menos) están en juego y si no se intensifican los esfuerzos, seguirá aumentando el número de niños y niñas aquejados de emaciación.

Con frecuencia las personas que viven en la pobreza no pueden comprar alimentos adecuados ni tienen los medios para cultivarlos ellos mismos, lo que es también el resultado de pautas persistentes de discriminación en el acceso a la educación y la información, la participación política y social y el acceso a la justicia.

Las Directrices del derecho a la alimentación de la FAO dan orientación detallada para velar por el acceso de manera sostenible, no discriminatoria y segura a recursos y activos, incluidos el trabajo, la tierra, el agua, los recursos genéticos para la alimentación y la agricultura, los servicios, etcétera. Piensen que 75% de la población activa de los países menos desarrollados se encuentra empleada en la agricultura, un sector que se estima es el doble de eficaz para reducir la pobreza y el hambre que el resto de sectores, tanto que a lo largo de la historia, en aquellos momentos en los que la agricultura ha estado en el centro de la agenda política mundial, la pobreza ha disminuido con celeridad. Por ello, los países deberían repensar el sector primario para que las actividades agrícolas tradicionales puedan convertirse en una auténtica industria competitiva. Más aun, la agricultura hoy en día no es sólo rural, es el continuo rural urbano donde se genera empleo a lo largo de toda la cadena de valor, ocupando a 38% de las mujeres en la fuerza laboral.

En esta línea, el sector agroalimentario está experimentando un momento de transformación radical que puede generar nuevas oportunidades y la agricultura está lista para convertirse en la próxima gran historia de éxito de innovación sostenible. Se ha calculado que si los países más ricos duplicaran su inversión durante 10 años al tiempo que los países más pobres mantuvieran constantes sus esfuerzos en intervenciones tales como I+D agrícola de bajo costo, servicios de información y comunicación, alfabetización femenina y programas de protección social, al menos 500 millones de personas podrían abandonar las bolsas de hambre y subnutrición.

Y en tal sentido y como indica el informe de la FAO, El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2022, las tecnologías de automatización digital, ajustadas a las necesidades locales, producen beneficios para la economía en su conjunto, ofreciendo un gran potencial para lograr mayor eficiencia, productividad, sostenibilidad y resiliencia. Para ello, se requieren inversiones inclusivas, que atiendan a los productores y proveedores de servicios, a fin de seguir desarrollando las tecnologías y adaptarlas a las necesidades de los usuarios finales.

Por tanto, si las proyecciones más recientes indican que más de 670 millones de personas aún podrían no tener suficiente para comer en 2030, las soluciones para invertir esta tendencia están al alcance de los gobiernos. Pero la gravedad de la situación exige una acción rápida, contundente y con carácter holístico para arreglar nuestros sistemas agroalimentarios y hacerlos más resilientes y sostenibles, gracias a los avances científicos, invirtiendo de manera inclusiva y adoptando un enfoque basado en los derechos humanos.

Máximo Torero es economista jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).