Más allá de la discusión sobre si el ser humano es o no un ser sociable por naturaleza, son indudables las ventajas de la vida en sociedad. Incluso en sus formas más simples. La protección contra amenazas externas, la búsqueda de alimento y la administración de recursos limitados son algunos ejemplos de los incentivos que tenemos para esforzarnos por vivir en conjunto. La interacción social ha permitido a los seres humanos enfrentar desafíos de manera más efectiva, compartiendo conocimientos y habilidades, y beneficiándose del aporte de todos.

La convivencia ha evolucionado a lo largo del tiempo y se construyen instituciones como la familia, los sistemas de justicia, los relacionados a la educación, la economía y la política, que regulan las interacciones y mantienen la cohesión generando normas y valores que permiten promover la cooperación, el respeto mutuo y la resolución de los conflictos. Es así que llegamos a inventar artilugios bien complejos como el Estado Moderno, como ese elemento que ostentando el monopolio legítimo del uso de la fuerza y del poder coercitivo, mediante sus instituciones, actúa en el marco de la ley, y tiene la responsabilidad y la obligación de garantizar el ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos y ciudadanas, en particular, y de todas las personas, más allá de su condición, en general.

Entender el alcance de estas cuestiones básicas, asumir su significado, nos hace pensar quiénes somos como sociedad y lo que han sido nuestros procesos históricos de una forma más clara y completa. Volver a las bases nos permite leernos mejor a nosotros mismos.

Es así que podríamos poner sobre la mesa algunas cuestiones que cumplan la función de común denominador al momento de pensar en la sociedad uruguaya como un todo y que justifiquen así nuestra razón de ser, y es la excusa para poder elaborar un nosotros.

¿Qué clase de sociedad podemos construir sobre la idea de que si cometes crímenes lo suficientemente graves y atroces, puedes obtener el perdón y el olvido colectivo? ¿Eso es lo que somos y la sociedad que queremos ser?

Algunos de esos acuerdos comprenden la democracia, entendida como ese sistema que considera la igualdad de las personas y sus derechos como el mejor mecanismo para la toma de decisiones colectivas. Esto es algo que hemos aprendido a construir y valorar a lo largo del tiempo. Una democracia basada en el pluralismo y la convivencia entre mayorías y minorías, con garantías para la opinión y las libertades de cada uno. También forman parte de esta idea la construcción de ciertos niveles de justicia social, que tienen que ver con la génesis de nuestro estado moderno desde principios del siglo pasado. La síntesis más acabada de esa construcción son los innumerables compromisos en materia de derechos humanos que Uruguay ha asumido y que expresan las múltiples dimensiones de esos denominadores comunes que nos hacen ser quienes somos. Es desde esas líneas de identidad que nos posicionamos hacia el exterior y participamos de las distintas dinámicas con las que nos desafía el mundo actual.

El camino en el que hemos sintetizado esos rasgos identitarios, como todo proceso histórico, no siempre es lineal. Ha tenido momentos fundacionales, definiciones, avances y retrocesos. El último episodio traumático que cuestionó esa identidad fue, sin duda, la última dictadura cívico-militar de los años 70 y 80 del siglo pasado. No sólo la democracia se vio interrumpida, sino también fueron afectadas todas las garantías individuales y colectivas que fundamentan nuestra identidad nacional. Además, tal ataque a nuestra sociedad fue perpetrado por los agentes del Estado cuya misión y objetivo debería ser justamente preservarlas y garantizar su desarrollo y cumplimiento.

Afortunadamente, llegó un tiempo en que la sociedad pudo dejar atrás ese sinsentido y reencontrarse con algunas de esas premisas de convivencia. Sin embargo, ese proceso no logró asentarse sobre la idea de justicia y verdad, sino sobre la impunidad y el olvido. Lo que cabría preguntarnos es si eso puede ser un denominador común para afirmar la convivencia y construir un futuro común. ¿Qué clase de sociedad podemos construir sobre la idea de que si cometes crímenes lo suficientemente graves y atroces, puedes obtener el perdón y el olvido colectivo? ¿Eso es lo que somos y la sociedad que queremos ser?

La respuesta a estas preguntas define con claridad una línea entre una comunidad espiritual con pretensiones de tejer un futuro común, por un lado, y la de una sociedad que oculta criminales impunes interesados en defender sus propios intereses a costa de los intereses colectivos, por otro.

Este mes de mayo en nuestro país es el mes de la memoria, es el tiempo de reclamar por verdad y justicia. Es una lucha de todos los días, pero cobra un significado particular en este tiempo. No es un acto mecánico ni una actividad puntual, sino la conciencia de una acción que, más allá de las historias individuales de los familiares y amigos, que tienen todo el derecho a recibir respuestas, está la conciencia de una construcción colectiva, que nos permita encontrar la respuesta adecuada para tejer esos denominadores comunes, que nos hagan sentir algún día, orgullosos de lo que somos y del camino que fuimos capaces de recorrer para lograrlo.

Gimena Urta es dirigente del Frente Amplio.