El 12 de marzo de 2019, en una reunión que el propio Guido Manini Ríos había pedido para hablar de la “fuerza militar” y de “diversos temas internos”, el entonces presidente de la República, Tabaré Vázquez, le comunicó que había decidido removerlo de su cargo, lo que al parecer (según publicaba la diaria al día siguiente) lo habría tomado por sorpresa.
Las razones para apartarlo de su cargo se fueron acumulando progresivamente. Entre ellas, algunas realmente graves, como los duros cuestionamientos realizados desde su rol (siendo él comandante en jefe del Ejército) al Poder Judicial. Cabe recordar que Manini había acusado a la Justicia de “actuar con parcialidad” en los procesamientos de determinados militares por hechos acontecidos en la dictadura militar. También sostuvo que los imputados “resultaban culpables” antes de ser juzgados, “sin pruebas” y a partir de “conjeturas inadmisibles”, no teniendo “ninguna clase de garantías”; posteriormente también vimos su penosa intervención en el complejo caso de los fallos del tribunal de honor militar, que involucraron a varios militares violadores de derechos humanos, entre ellos al mismísimo José Gavazzo.
Así, ese 13 de marzo la diaria publicó el argumento principal esgrimido para fundamentar la decisión de apartar a Manini Ríos de su cargo –en particular, que en un gobierno con separación de poderes las declaraciones realizadas por el militar eran incompatibles con su cargo– y se dispuso su inmediato pase a retiro. En la misma nota se incluyen declaraciones del militar, realizadas al programa Todo pasa, de Océano FM. Allí, declaró que “no descartaba dedicarse a la actividad política”, si se entendía que ese era el único camino que podía encontrar para “hacer justicia con el Ejército”. Al ser removido, se abría la posibilidad de participar en la vida política antes vedada por su condición de militar en actividad.
En ese momento, desde el Partido Nacional hubo declaraciones de apoyo y saludos a Manini. Varios dirigentes supieron festejarlo y alimentarlo, como cada gesto que les diera la posibilidad de golpear al entonces gobierno. Llegaron a definirlo como un “gran comandante”. Incluso Luis Lacalle Pou, en ese entonces precandidato a la presidencia de la República, lo alabó. Álvaro Delgado afirmó que la remoción se debía a presiones del propio Frente Amplio al presidente. Jorge Larrañaga, sin embargo, fue una de las solitarias voces que lo cuestionaron.
La pesadilla del cobarde
Parece que fue hace mucho, pero no: son hechos recientes. Luego de ser removido, vestido de soldado y delante de una serie de símbolos patrios y una imagen de José Artigas, Manini Ríos se despedía del Ejército mediante un video que alcanzó amplia difusión y que debe ser comprendido a partir de su estudiada salida a la arena política. Produjo de este modo su primer acting político, que le resultó muy exitoso y al que vuelve como su escena primaria, una y otra vez: desafiando al presidente primero y dando sus explicaciones después. Como ha reiterado en muchas ocasiones Gerardo Caetano, no debe olvidarse que Manini Ríos es un militar y lo guía permanentemente un pensamiento estratégico.
En este sentido, es necesario recordar algunos de los actos previos a su pase a retiro que generaron controversia, como las diversas acusaciones a Madres y Familiares de Desaparecidos (haciendo uso del manual de discursos negacionistas). También llegó a expresar, el 5 de setiembre de 2018, aquella frase temeraria con claras reminiscencias de la dictadura: “Cuando la patria está en peligro, no hay derechos para nadie, sino deberes”.
Así, el accionar de Manini Ríos desarrolla una serie de puestas en escena estudiadas, en la que cada detalle está planificado y orientado.
En el caso del video ya mencionado, Manini aparecía como una pobre víctima inocente de injusticias, en su lucha por defender al Ejército, y le agradecía a esta institución por su incondicional apoyo. En un tono áspero, dijo que tuvo que enfrentarse en su gestión “a la incapacidad de muchos”, “a las falsedades de los burócratas incapaces de ver la realidad, enceguecidos en su soberbia, atrapados en sus prejuicios ideológicos”, con otros que “lucran con la confrontación y algunos que incluso lucran y se encuentran bien pagos por los centros de poder mundial”, con un “perverso libreto que pretende destruir nuestras instituciones, dejando a los uruguayos en estado de indefensión”. La apelación al Ejército, al general Artigas y a ser la defensa de los más infelices es recurrente. Y lo siguió haciendo.
En el marco de las elecciones, los miembros de la coalición debieron hacer la vista gorda sobre algunas de sus declaraciones del pasado y sobre sus modos de comunicación. Había que ganar y lo necesitaban.
Podemos identificar la existencia de un verdadero estilo Manini a la hora de hacer política, caracterizado por presentarse siempre como un pobre objeto de ataques que son injustos e inmerecidos.
Un acting conocido
Hace apenas unos días, el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, le pidió la renuncia a Irene Moreira, esposa del líder de Cabildo Abierto. Este hecho se dio tras conocerse los pormenores de la entrega, por parte de la ministra, de un apartamento a una militante del sector. La decisión molestó enormemente al sector político y principalmente a su líder, quien puso por unas horas en entredicho a la coalición de gobierno. El hecho de que Manini Ríos le haya sugerido al presidente que “meditara su decisión”, claramente de un modo intimidatorio y amenazante, adoptando otra vez el rol de militar autoritario que da órdenes, permite ciertas suspicacias.
En esa conferencia Manini Ríos asumió nuevamente un papel acusador y de víctima. El método lo ha adoptado cada vez que ha tenido problemas ante el ojo público. Lo hizo cuando no dejó sus fueros tras el asunto Gavazzo y también cuando se debatió la situación de si era o no colono haciendo explotación indebida de un campo.
Se plantó en estos días, otra vez, como cuando fue cesado, como un militar que le da órdenes a todo el mundo. Aun así, no pudo evitar la reprobación popular a los actos de su esposa, que él intentó justificar junto a los principales dirigentes de su partido, repitiendo que acordaba plenamente con lo realizado por Moreira.
Manini intentó, recurriendo a un método fuera de estilo de la política nacional, mostrarse como un individuo autoritario, pretendiendo transformar en una victoria un claro traspié y una notoria derrota. El acting de Manini también tenía un aspecto personal, porque no fue una renuncia, fue un despido, con el pequeño detalle de que la despedida fue a su mismísima esposa, quien en la conferencia de renuncia estaba sensiblemente afectada.
Sin embargo, en un desenlace que rozó el ridículo, afirmaron seguir en la coalición, pero con duras críticas al gobierno del que su sector es parte. Poco peso tienen estas críticas si al mismo tiempo que hablan como oposición externa al proceso de gobierno se mantienen dentro de él.
Otra vez, la escena primaria.
Manual Manini
Entonces, podemos identificar la existencia de un verdadero estilo Manini a la hora de hacer política, caracterizado por presentarse siempre como un pobre objeto de ataques que son injustos e inmerecidos, asignando permanentemente intenciones de ataque por parte de un otro. Así, se denuncia en los otros a un grupo siempre presentado como “ineptos, incapaces de ver la realidad” como es. De esta manera, estos otros siempre son “incapaces y actúan influidos ideológicamente”, apelando desde su verticalidad a un discurso nostálgico de la dictadura, con una retórica que resuena a muchas de las expresiones de los militares de la época, con un nacionalismo extremo en lo discursivo. También confronta desde el entendimiento de que el país es agredido por los centros de poder mundial, junto a los cuales la izquierda ataca lo que constituye la esencia de la orientalidad y sus instituciones. Acusa constantemente de mentirosos a quienes lo confrontan. En su visión todos mienten, pero él siempre dice la verdad.
El estilo Manini se ajusta perfectamente al método militar: se trata de la construcción de un otro dominado por la lógica enemigo-amigo que justifica cada una de sus respuestas agresivas como permanentes respuestas a los ataques que recibe, apelando continuamente a puestas en escena.
El estilo es muy agresivo, siempre acusatorio, culpabilizador y victimizante. Incluye en sí mismo un tono, una acentuación y modelación de la voz que es acompañada de una gestualidad facial característica que ha sido la comidilla de caricaturistas. El personaje incluyó la popularización de una frase que se escuchó ampliamente en campaña electoral: “Se terminó el recreo”, que repetía en cada ocasión que podía, evidenciando sus aspiraciones de organizar la sociedad como si se tratara de un cuartel y restituir el ejercicio de la autoridad.
Los que lo festejaron y aplaudieron ahora lo han tenido que sufrir y tendrán que seguir padeciéndolo junto con sus prepotencias, sus amenazas, su show de ejercicio autoritario y, de cara al futuro, probablemente también actos que podrían tener un carácter vengativo. Esta afrenta a su autoridad alguien la va a pagar.
Sin pretender hacer futurología, el destino final de este proyecto llamado Cabildo Abierto, incierto como todas las obras humanas, quizás esté en sintonía con los fantasmas de su pasado y desaparezca sin pena ni gloria de la escena nacional. Sin embargo, al igual que en el pasado, los sectores políticos allí unificados representarán un enorme mal para el país y nos dejarán una obra.
El filósofo griego Heráclito entendía que en determinados momentos el inicio y el fin de las cosas se parecen y se confunden. Hoy no es un exceso recordarlo. La vida política de Guido Manini Ríos tuvo un comienzo, tuvo una escena que podemos llamar primaria y tendrá un final, que al igual que en todo su legado político familiar, promete significar desde Cabildo Abierto una paradoja para nuestra democracia: ¿Qué desenlace tendrá una fuerza antidemocrática en los carriles de la propia democracia?
Nicolás Mederos es profesor de Filosofía y escritor. Fabricio Vomero es licenciado en psicología, magíster y doctor en Antropología.