En una entrevista en La letra chica (emitida el miércoles 14/6 en TV Ciudad), Zoe Martínez, una de las integrantes del gremio de estudiantes del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, refiriéndose al modo (digo yo: policial) en que las autoridades educativas, mientras la selección uruguaya sub-20 ganaba el campeonato del mundo, “despejaban” el terreno liceal (lo purificaban, digamos; lo limpiaban de las palabras políticas que herían la sensibilidad visual de muchos, incluida la del presidente de la República) extrayendo mobiliario y objetos personales de los estudiantes del salón gremial, clausurándolo a cal y canto y colocando una bellísima malla negra para que no se vea o se vea que no tiene que verse, decía, con lucidez inobjetable, que esa conducta implicaba una forma particular de tratar sus pertenencias, sus cosas: “Como si fuera[n] mugre”.
La comparación explícita del “como si” parecería estar dando cuenta, al fin y al cabo, de una literalidad estentórea: los estudiantes del IAVA y sus cosas son, en efecto, mugre, basura, de modo que la relación con ellos no debería ser sino como ha venido siendo, como se ha venido tratando con eso. En tal sentido, la recurrente argumentación que apela a la baja representatividad del gremio estudiantil del IAVA (los agremiados son muy pocos; los que ocupan son un puñadito de adolescentes, etcétera), argumentos siempre a la mano de cualquiera, comprueba la hipótesis de Zoe Martínez: los estudiantes del IAVA agremiados son mugre, basura, restos, residuo, suciedad a remover (de las paredes, del IAVA, de donde sea), un número menor que no se integra en silencio, sin aspavientos, a la comunidad educativa que las autoridades quieren, una comunidad despolitizada cuyo discurso no ponga en común los problemas comunes, públicos (los recortes presupuestales, el carácter nefasto de la reforma educativa, el propio funcionamiento de los gremios de estudiantes, las diversas maneras ampliamente discrecionales en que se viene persiguiendo a los profesores por su profesión política e ideológica e, incluso, por su profesión de profesores).
La malla sombra
La “encandadeada” malla sombra colocada en el salón gremial del IAVA por orden de las autoridades educativas constituye una típica conducta policial que, de forma inequívoca, aunque se haga pasar por otra cosa (reformas edilicias), dice y marca: circule, acá no hay nada que ver; lo que está de este otro lado no es de su incumbencia, por lo que solo tiene que seguir su camino, el de la eterna circulación, lo que equivale a que no se asiente en ningún salón gremial, sea siempre un estudiante inofensivo, carilindo; camine por los pasillos, tome las clases que corresponden y continúe con la circulación –la mansa vuelta a la casa– luego de tomar las lecciones que la institución educativa le ofrece, le pone a su alcance; no se detenga, vale decir, no adopte la posición política del pensamiento, que necesita suspender el tiempo de la mera circulación, de ese incesante fluir que no puede posar los ojos en ninguna parte y, mucho menos, meterse en los lugares y los asuntos que no le competen. Eso dice la malla sombra; eso dicen los candados, el desalojo, la “purificación” del salón gremial, objeto de un arrebato lingüístico que cifra el litigio político que no cesa: la eliminación del tan molesto e impertinente adjetivo. Ahora solo hay salones, aulas, espacios educativos, liceo sin política.
Santiago Cardozo González es doctor en Lingüística y profesor de Formación en Educación y de la Universidad de la República._