El lunes, el Partido Colorado realizó un homenaje a los senadores que en su momento se opusieron al golpe y su secretario general, el expresidente Julio María Sanguinetti, nuevamente salió a la carga con expresiones que son injustas con la realidad. Siendo el ideólogo de la teoría de los dos demonios, estamos acostumbrados a la construcción de sus relatos, mas no por esto debemos aceptarlos sin más, porque la realidad es mucho más rica que sus discursos reduccionistas.

Se rindió homenaje, muy merecido por cierto, a Paz Aguirre, Hierro Gambardella, Vasconcellos, Héctor Grauert, Constanzo, Machado Brum y Sapelli. Todos batllistas. Todos pertenecientes al batllismo, que ha estado históricamente en la vereda de enfrente de las dictaduras. Recordemos que hace 90 años se perpetraba el golpe de Estado del dictador Gabriel Terra, golpe ejecutado en conjunto con el herrerismo y el riverismo del Partido Colorado. En ese momento, el batllismo fue el enemigo principal del régimen, y lo combatió junto a los blancos independientes de la época, los socialistas y los comunistas. Todos ellos, juntos, pensaron en formar el Frente Popular, idea que finalmente no prosperó pero que tenía como fin principal unir a las fuerzas progresistas para derrocar a Terra.

En aquel entonces, el Partido Colorado estaba visiblemente dividido entre batllistas y riveristas. El régimen de Terra, aunque en los relatos se quiera suavizar, fue un régimen de terror, con torturas y asesinatos; uno de los mártires más importantes fue Julio César Grauert –quien se definía batllista marxista– y por supuesto Baltasar Brum, que acaba con su vida dando una señal al pueblo de que la lucha era hasta el final, y que dio su vida por la libertad, la democracia y la República.

Por tanto, no es nuevo que en el Partido Colorado hubo, como en todo partido, distintas fracciones con distintas agendas y posturas sobre los temas del país. Estar a favor o en contra de los golpes de Estado no escapa a estas diferencias.

Sanguinetti con sus expresiones busca exonerar al partido en su globalidad de culpas, adjudicándose acciones que el batllismo y sólo el batllismo llevó adelante. No es cierto que todo el partido estuvo en contra del golpe. Empezando porque el golpe de Estado lo da un presidente colorado con el apoyo de colorados y también de herreristas, como en 1933. Y siguiendo porque está el factor Jorge Pacheco Areco. Aunque quieran rehuir de la discusión, no se puede desconocer que la antesala al golpe de Estado está dada por el gobierno de Pacheco Areco.

Pacheco asume ante el fallecimiento del presidente Óscar Gestido, en un contexto de inflación en subida estrepitosa, devaluación, medidas del Fondo Monetario Internacional en materia económica, medidas prontas de seguridad y por tanto agitación social. Es importante señalar que la implementación de las medidas prontas de seguridad tuvo como consecuencia las renuncias de los titulares de las principales carteras ministeriales, en manos de representantes batllistas como Vasconcellos, Michelini, Ruggia y Véscovi. Más adelante Alba Roballo haría lo propio ante medidas prontas de seguridad que se cobran la vida de estudiantes.

El clima político ya venía plagado de rumores de golpe de Estado y se vivía una fuerte dicotomización de lo social (Panizza, 1990), con proliferaciones de discursos políticos que promovían la creación de “el otro” como enemigo. Esos “otros” asumen forma de sindicalistas, comunistas, subversivos, sediciosos, etcétera.

A una semana de asumir Pacheco, el 12 de diciembre de 1967, un decreto del Poder Ejecutivo dispuso la disolución del Partido Socialista, la Federación Anarquista Uruguaya, el Movimiento Revolucionario Oriental, el Movimiento de Acción Popular Uruguaya, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y de los diarios Época y El Sol, por sospecha de vinculación con la guerrilla que venía desatándose desde fines de 1966. En medio de este clima enrarecido de vigilancia, se produjo también el pedido de desafuero al parlamentario nacionalista Enrique Erro por sospechar su vinculación con el MLN.

Entre el 13 de junio de 1968 y 1971 se gobierna bajo las medidas prontas de seguridad, con excepción de tres meses (del 15 de marzo al 24 de junio de 1969); dejaron de ser medidas excepcionales para convertirse en el ADN del accionar pachequista.

Progresivamente, toda la ciudadanía empieza a estar bajo sospecha, bajo la mira del gobierno que cada vez se encuentra más militarizado. De la mano de la censura a la prensa, se prohíbe la propaganda de huelgas y paros, generando una acumulación de tensiones, expectativas, y la irrupción de los jóvenes en la acción política, convirtiéndose “la juventud” en un actor político clave.

Así es como comienzan las denuncias de vulneración de los derechos humanos, denuncias de malos tratos a detenidos, detenciones y secuestros sin pruebas, sólo por sospechas de vinculación a la guerrilla, torturas y desapariciones forzosas. Todos estos hechos figuran en un informe de julio de 1969 de una comisión especial del Senado, ante irrefutables pruebas de la represión pachequista.

El golpe en Uruguay fue cívico-militar. Intentar rehacer la historia omitiendo el rol del pachequismo, es querer expiar culpas de esos civiles cómplices de las peores páginas de la historia de nuestro país.

El perfil autoritario del gobierno pachequista, y de desborde de la Constitución, salta a la vista en oposición al republicanismo que tanto había identificado a los gobiernos batllistas. El tono del gobierno es mantenido por el siguiente presidente colorado, Juan María Bordaberry, que será quien el 27 de junio de 1973 junto a las Fuerzas Armadas y con el apoyo de los sectores no batllistas del Partido Colorado y del herrerismo, den el golpe de Estado con el levantamiento de las cámaras.

El golpe en Uruguay fue cívico-militar. Intentar rehacer la historia omitiendo el rol del pachequismo es querer expiar culpas de esos civiles cómplices de las peores páginas de la historia de nuestro país.

Sanguinetti decía que el Partido Colorado ya ha realizado su autocrítica sobre esta época, pero hacer autocrítica no es valerse de los actos heroicos que ejercieron los batllistas para endosarlos a todo el partido. Hacer autocrítica sería asumir que la Asamblea General intentó sesionar 52 veces para denunciar situaciones que iban a llevar a un quiebre institucional, pero los propios colorados no daban el quórum necesario. De 52 intentos sólo pudieron sesionar en dos oportunidades.

Hacer autocrítica sería asumir que cuando se da el golpe de Estado, de las 19 intendencias del país gobernadas por el Partido Colorado y el Partido Nacional, sólo renuncia el intendente de Rocha, Mario Amaral, del Movimiento Nacional de Rocha.

Hacer autocrítica sería asumir que la declaración que se jactan de haber sacado en 1973 como partido respondía a un partido que no funcionaba. Un partido que no tenía vida orgánica ni representatividad. Sería reconocer que en esa Convención, en la que se aprueba la declaración contra el golpe, el número de asistentes era mínimo y que por tanto recoger esa declaración como la voz unánime e institucional del Partido Colorado es un acto cobarde para hoy no asumir culpas ni responsabilidades.

Hacer autocrítica sería no omitir que hubo dos declaraciones oficiales en el Partido Colorado: una de la lista 15 en contra del golpe, y otra de la Unión Nacional Reeleccionista –es decir, el pachequismo–, a favor del golpe de Estado.

Hacer autocrítica sería no mantener dentro del propio Partido Colorado una sala con el nombre de Pacheco, ni cuadros en sus paredes, ni reivindicarlo como hace unos pocos meses lo hacían en sus redes sociales y en su página web con una columna de opinión que señalaba lo siguiente: “Convertido en un personaje de caricatura por el relato de la izquierda, fue –contrariamente a lo que dice ese relato– un hombre de paz, pero de firmeza, que combatió la violencia con la Constitución y la Ley en la mano. Y por eso merece ser especialmente recordado”.1 Figura que, de yapa, acompañó el Sí en el plebiscito de la reforma constitucional promovida por la dictadura en 1980.

Autocrítica sería asumir que hubo actores que, sin ser los que perpetraron el golpe, lo propiciaron, siendo cómplices hasta el día de hoy con su indiferencia y estando de espaldas a la historia y a las víctimas.

Hacer autocrítica sería, entonces, asumir los hechos del pasado y que el Partido Colorado de forma institucional les pida perdón a las víctimas y al pueblo uruguayo todo, comprometiéndose con el nunca más, con la paz y la reconciliación nacional.

Pero toda esta falta de autocrítica es digna del “Uruguay de cola de paja”, dijera Mario Benedetti, que aquí sería el nunca más de paja.

Patricia Soria es licenciada en Ciencia Política, edila de Montevideo por Fuerza Renovadora, Frente Amplio, y exdirigente del Partido Colorado.

Referencias

  • Demasi, Carlos, “El preámbulo: los años 60”, en Carmen Apratto y otros. El Uruguay de la dictadura 1973-1985. Montevideo. Ediciones de la Banda Oriental, 2004.
  • Fedele, Carlos, ¡No les perdonaremos nada! Batllismo y golpe de Estado de 1933: el principio del fin. Debate. Penguin Random House, 2019.
  • Finch, Henry, “La crisis del modelo de sustitución de importaciones, 1955- 1970”, en La economía política del Uruguay contemporáneo, 1870-2000. Montevideo. Ediciones de la Banda Oriental, 2005.
  • Nahum, Benjamín; Frega, Ana; Maronna, Mónica y Trochon, Yvette. Historia Uruguaya Nº 10. El fin del Uruguay liberal 1959-1973. Ediciones de la Banda Oriental, 2011.
  • Panizza, Francisco, Uruguay: Batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis del Uruguay batllista, Montevideo, 1990.