El 21 de junio, noche de solsticio frío, en el mejor contexto que se pueda desear, pude ver por primera vez el documental Delia, de Victoria Pena Echeverría (Uruguay, Argentina, 2021).1 Estábamos en el Centro Cultural Carlitos, en Las Piedras, en una sala íntima y acogedora, entre puff y sillones; no éramos más de diez personas. Una suerte de living comunitario entre gente querida. En el público estaba la joven productora Eugenia Olascuaga, la directora del espacio, Josefina Trías, y algunos compañeros de larga y trayectoria en la izquierda uruguaya, como Marcos Carámbula y Carlos Garolla, el actual director de Derechos Humanos de la Intendencia de Canelones.

Mucho se ha hablado del documental, de su contenido y de su recepción. Algunas reseñas hablan de lo “íntimo”, de lo “no dicho”; sin dudas, el trabajo habla de esas cosas, pero habla mucho más de lo público y de lo efectivamente dicho, de una forma de hacer y pensar la política en las izquierdas. Hablo de política cuando la palabra connota la forma en que nos organizamos como sociedad.

Los feminismos y las izquierdas en Uruguay han tenido una relación agridulce y dolorosa: Ana Laura de Giorgi, hace relativamente poco, nos lo trajo explícitamente en su texto Un amor no correspondido;2 ella muestra el malestar, las incompatibilidades, los olvidos, los desprecios, contracara de los esfuerzos que se realizaron desde los movimientos emancipatorios en tiempos de esperanza como lo fueron los de la salida de la dictadura y los que se hicieron en los tiempos de desazón, en aquellos tristes 90. Hoy, si bien no podemos negar un cambio cualitativo en la retórica y en los programas, todavía las feministas sentimos que seguimos estando en las márgenes del proyecto político de la izquierda.

Todavía, en muchos espacios, decirse feminista es predisponerse a que los interlocutores banalicen los argumentos, que inhabiliten las voces, que se cierren filas contra esas mujeres que cuestionando prácticas y agendas “le hacen el juego a la derecha”.

Yo soy parte de una generación que vivió la dictadura en la infancia y que se integró a militar en los 80 y 90 con esa dureza imposible que tenía el movimiento sindical y político, pero que nos definimos feministas a pesar de que eso anulara nuestra proyección en política. Teníamos brillantes maestras, fuertes mujeres que hoy siguen siendo anónimas porque sólo figuran en los registros de asambleas, congresos y convenciones a partir de locas mociones presentadas y documentos nunca recordados. Pero ellas siempre estaban en los espacios y aún hoy siguen estando. Las Delias, bastón en mano muchas veces, siguen estando donde hay que estar, sosteniendo la izquierda. El trabajo por la igualdad y por la justicia de género lo hemos llevado adelante personas que también integramos diversos frentes por los derechos y por las reformas progresistas. Estamos en los comités, en las comisiones, en los concejos vecinales, en las organizaciones sociales, en los sindicatos. Las feministas hemos sido el agente catalizador de los programas de la izquierda.

Hoy, si bien no podemos negar un cambio cualitativo en la retórica y en los programas, todavía las feministas sentimos que seguimos estando en los márgenes del proyecto político de la izquierda.

Pero, ¿por qué vuelvo a Delia? La película es un paisaje pintado entre mujeres: la productora, la directora, la propia Delia Rodríguez y otras. Es un relato que con delicadeza, pega un golpazo sin remedio en el medio del pecho de la izquierda. Hay tantas Delias. Sostuvieron, en tiempos de terrorismo de Estado, un país en cautiverio. Mi viejo no estaba preso, trabajaba en una fábrica textil, por un salario miserable, pero no dejaba trabajar a mi vieja. Mi hermana estaba en el exilio, por suerte escapó con menos de 20 años. Mi vieja me criaba, en dos piezas alquiladas, cocinaba con restos, caminaba kilómetros buscando un precio, remendaba las sábanas, las túnicas, remendaba los sueños luego de las crisis de impotencia de mi viejo.

Hay Delias en todos los rincones del mundo y en todos los rincones de nuestro país. Hay miles de Delias en el Frente Amplio. Mujeres que están en los márgenes de las fotos y de los relatos, mujeres que están en los márgenes de los protagonismos. Y cuando las palabras le surgen a las Delias, son palabras incómodas.

Hay en estas mujeres una profunda convicción política, un proyecto: su amor es parte de su proyecto político. El mundo de las emociones es un mundo eminentemente político.

Y no faltará quien me diga “pero Delia no es feminista”, y yo le voy a contestar: “M´hijo, usté no entendió nada”.

Las feministas somos las Delias develadas, somos vistas como un problema, porque donde vamos llevamos incomodidad. Las Delias, las problemáticas, las que incomodamos y las que molestamos somos el corazón del proyecto alternativo al de la masacre global.

Nohelia Millán es militante feminista.