Inherente al poder global y a la anarquía del sistema internacional, surge la necesidad de las potencias emergentes por acaparar poder. Desde este punto de vista es menester precisar, mediante este ensayo, el poderío geopolítico, económico y financiero adquirido por los países que conforman los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), así como su potencial como grupo para contrarrestar el orden hegemónico global. Los actuales miembros de los BRICS cuentan con economías fuertes, son grandes Estados con amplias dimensiones geográficas y demográficas. Es de público conocimiento la necesidad creciente que tienen estos países de romper la dependencia de Occidente, y es aquí donde se presenta una gran oportunidad para economías emergentes, potencias medias y países subdesarrollados.

Si observamos a nivel macro, los países de los BRICS han pasado de representar 8% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial en 1990, al 12% en 2006 y al 20% en la actualidad. Concentran el 40% de la población total del mundo, presentan un amplio mercado consumidor y laboral a nivel global, tanto así que producen más de un tercio de la producción mundial de cereales alimentos según la FAO (Food and Agriculture Organization). El bloque de cooperación entre economías emergentes busca dialogar con iguales; a estos Estados los mueve un fin en común, se retroalimentan en su perfil activo en las relaciones internacionales y en el intercambio de capacidades productivas (agrícola, industrial, financiera y de servicios), y presentan economías complementarias y relativamente estables.

Sumado al poder económico, los Estados de los BRICS tienen en común un alto poder político y militar que los favorece para obtener reconocimiento e influencia regional, y así luchar por igualdad de estatus dentro de instituciones internacionales (formales e informales), sobre todo aquellas lideradas por Estados Unidos (ONU, instituciones financieras internacionales –FMI, Banco Mundial, OMC– y otras alianzas).

Estos Estados procuran quebrar el statu quo hegemónico del sistema internacional, esta ruptura simbolizaría el inicio del orden mundial de carácter multipolar. Concomitantemente a ello, el grupo de economías emergentes muestra liderazgos regionales; representa casi la mitad de la población mundial, cerca de una quinta parte de la superficie terrestre, abundancia de recursos naturales, que proporcionan producción agrícola, mineral y energética a gran escala. El peso económico del bloque es innegable, con una participación en el PIB mundial que se asemeja a la de la Unión Europea y la de Estados Unidos.

El crecimiento y compromiso del grupo concretó un mecanismo de cooperación interbancaria que busca fortalecer e incrementar el comercio entre sí, a fin de reducir la dependencia y hegemonía del dólar estadounidense como patrón monetario internacional, y así fomentar los créditos e inversiones emitidas en monedas locales. En 2014 acordaron establecer el Nuevo Banco de Desarrollo, dedicado a financiar proyectos de infraestructura en países emergentes, desafiando por completo a la hegemonía del capital financiero internacional norteamericano.

El hito y uno de los principales golpes geopolíticos se plasmó con la XV cumbre de los BRICS, el 24 de agosto pasado en Johannesburgo, cuando se acordó el ingreso de Argentina, Arabia Saudita, Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos e Irán como miembros plenos del bloque a partir del 1º de enero de 2024.

En esa ocasión, Luiz Inácio Lula da Silva dijo que la diversidad del grupo fortalece la lucha por un nuevo orden mundial que se ajuste a la pluralidad económica, geográfica y política del siglo XXI. Por su parte, el presidente de China, Xi Jinping, calificó la expansión del bloque como “un nuevo punto de partida” para la interacción en el marco de los BRICS y declaró que es “un día histórico” para el grupo.

Con su extensión, BRICS representa más del 30% de la superficie terrestre total y más del 40% de la población mundial, y el 37% del PIB mundial, superando en todos sus números al Grupo de los Siete (G7). Esta incluye Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido. Los países del grupo representan el 10% de la población mundial, el 16% de la superficie terrestre, aproximadamente el 30% del PIB mundial. Los BRICS tienen reuniones de los Estados miembros anualmente, en general rotativas; la próxima será celebrada en 2024 en la ciudad de Kazán, en Rusia, donde se verán las caras los nuevos miembros del bloque. La cancillería y el cuerpo político uruguayo deben aunar esfuerzos para conseguir ser invitados a las próximas reuniones del bloque por sus socios regionales.

Se hace menester acercarnos a nuestro líder regional, Brasil, para trabajar en una propuesta conjunta. El camino que conduzca al éxito uruguayo, si bien es ambicioso, con compromiso político es alcanzable. Se debe proponer que a los BRICS se unan paulatinamente los países dependientes, o en vías de desarrollo o emergentes (depende la teoría con que se observe), con el objetivo de fomentar el desarrollo. En esa estructura, el Estado uruguayo puede proponer que haya un país guía que organice y unifique los intereses de los países emergentes. El criterio de unificación sería por índice demográfico; en lo que respecta a Uruguay, podría tomar la iniciativa y conducir los intereses de mercados similares, es decir, Estados con aproximadamente 10 millones de habitantes (que no superen esa cifra). Uruguay puede proponer esta idea en la próxima reunión de Rusia.

Esta actitud serviría para demostrar, primero, el interés y compromiso con el bloque, y segundo, la capacidad de resolución uruguaya. Sabiendo que esto es un ganar-ganar para todas las economías emergentes, Uruguay es uno de los candidatos perfectos para liderar esta idea ya que presenta sobradas muestras de credibilidad, al ser defensor y gozar de una clara democracia constitucional, con pluralismo político y libertades individuales. Sus relaciones internacionales se han guiado por los principios de no intervención, multilateralismo, respeto a la soberanía nacional y dependencia del Estado de derecho para resolver las disputas.

A su vez, Uruguay es miembro fundador del Mercosur, desde la Carta de San Francisco es miembro fundador de las Naciones Unidas, es miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde el General Agreement on Tariffs and Trade (GATT) en 1953, así como del Grupo de Río, la Aladi, Celac, entre otros foros.

Ahora bien, el Estado uruguayo necesita una ayuda, el trampolín que lo conduzca a la mesa grande de discusión, y naturalmente tiene que ser Brasil como potencia emergente. Este Estado reúne todas las características de economía “puente” entre las economías desarrolladas y las subdesarrolladas. Es el momento político y coyuntural ideal para que Brasil invite a la discusión de los gigantes del sistema global a su entorno más inmediato regional, demostrando así toda su jerarquía, esto le permitirá coronar su anhelado estatus de potencia media en el sistema internacional y a los países regionales les permitirá dinamizar y diversificar su poder en el sistema internacional, obtener un mayor peso en el equilibro de poder y favorecer el desarrollo nacional.

Es importante dejar en claro que la cooperación sur–sur no sustituye las relaciones ni con Estados Unidos ni con la Unión Europea, sino que simboliza una oportunidad de extender la autonomía e injerencia en el sistema internacional.

En conclusión, el acercamiento que pretende Uruguay al coordinar y guiar a los antes mencionados países es alinear los objetivos de desarrollo de los Estados con los BRICS, es decir, un desarrollo innovador y un proyecto que puede transformar la futura gobernanza global.

Uno de los objetivos de los BRICS es contrarrestar las fuerzas de poder de las potencias hegemónicas en el actual esquema global. Con anhelos de cambiar del mencionado orden a uno multipolar, las nuevas economías en ascenso pujan por un lugar de destaque.

Es un avance para los países emergentes tener menos dependencia y ganar en autonomía. Este mecanismo, irrefutablemente, obliga a estrechar lazos geopolíticos, crea comercio justo, con equidad y justicia social, modifica las reglas de juego y exige a las partes que conforman el orden internacional a negociar de forma justa para poder mantener su statu quo, es decir, salir de su zona de confort.

Ahora bien, este modelo requiere del compromiso (el principal obstáculo observado es que Brasil no se compromete financieramente con la región) para proyectar su política en la región, valor y carácter negociador de todos los actores envueltos, si no, está condenado a su fracaso.

Es factible destacar que Brasil busca ser el Estado puente de la región ante los BRICS, la geopolítica brasilera apunta a ser líder de la región. En cambio, este trabajo se propone coordinar y liderar por demografía, es decir, una lideranza justa, plural y equitativa entre iguales, basada en una coordinación de fuerzas entre Estados iguales, con un peso similar en su categoría de subdesarrollo en el sistema internacional.

Uruguay no debe perder su rumbo, ni precipitarse ante una negativa a su propuesta; quizá logre ingresar a los BRICS junto al Mercosur en primera instancia, y luego consolidar su estrategia. Lo que nunca debe hacer es ir en contra de los intereses del gigante regional, él le brinda (mal o bien) la posibilidad de insertar a Uruguay en la mesa grande del sistema internacional.

Por último, es ineludible recalcar que muchos de los factores y puntos mencionados en este artículo son coyunturales, hay que seguir de cerca qué sucede a nivel doméstico con los Estados del Mercosur y los avances políticos e ideológicos de las clases dominantes, las pautas neoliberales y ultraderechistas y la burguesía local en articulación y cooperación antagónica con los centros imperialistas.

Las clases dominantes, históricamente, dependiendo de diversos factores endógenos, exógenos, políticos, económicos y sociales, proyectan una política exterior más integracionista, de mayor autonomía en lo político y desarrollismo en lo económico, jerarquizando al Mercosur como válvula de inserción internacional, o menos integracionistas, de cooperación antagónica, donde el Mercosur sólo funciona regulando la integración económica y neoliberal, como instrumento expansivo del lucro de grandes capitales transnacionales, generando mayor dependencia estructural.

Adrián Larroca es licenciado en Relaciones Internacionales e Integración Latinoamericana por la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (Unila).