Al legendario rey Midas le fue conferida la facultad de transformar en oro todo lo que tocaba, según aseguran fuentes poco confiables por griegas, pero venerables por su antigüedad. Un Tomás de Aquino podría sospechar que la leyenda encubriera acaso una metáfora sobre el poder político mismo: el dedo del poder perturba de modo casi mágico las atribuciones económicas de valor transformando con un gesto leve de tocamiento un modesto utensilio corriente en un cáliz de mítico valor, tal como el Santo Grial, sin ir más lejos. Es lo que tiene el dedo del poder.

Entre el vértigo de informaciones escandalosas acerca de la actualidad pública, logró hacerse camino la novedad, informada por el periodista Eduardo Preve, de que el ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, había dictado una resolución desafectando a la antigua estación de servicio de Ancap en Punta del Este como bien de valor patrimonial. Nos enteramos de que el simpático inmueble, relicto del balneario apacible de otros tiempos y obra del arquitecto Rafael Lorente Escudero, era considerado un monumento histórico desde el año 2000, por recomendación de la Comisión de Patrimonio de entonces. También nos enteramos de que Ancap hizo efectivo su interés en desprenderse de este bien en una subasta pública reciente, advirtiendo la caracterización patrimonial del edificio y por lo que se habría obtenido la nada despreciable suma de 2,3 millones de dólares norteamericanos. Se entiende que el filántropo inversor debería conservar intocada la contextura material y simbólica del bien adquirido.

Pero, una vez que el adquirente se hiciera con el bien, se reveló el pequeño detalle acerca del valor inmobiliario del suelo urbano sobre el que se posa el inocente edificio de interés histórico. Sin la cortapisa que representa la conservación integral del edificio, esto es, con la capacidad de intervenir sin ninguna restricción reglamentaria, el valor inmobiliario del predio pasaba a elevarse a la friolera de unos 12 millones de billetes verdes, según los avisados operadores locales del sector. Así que el gesto imperial y hasta demiúrgico del funcionario del superior gobierno transforma el valor inmobiliario del bien, enriqueciendo de manera súbita, graciosa y –creemos, siempre hay que guardarse algo de fe en el género humano– desinteresada... al feliz particular inversor. El simpático inmueble, de incontestado valor histórico patrimonial, bien, gracias: apenas un agregado informe e insignificante de maderas, tejas y ladrillos.

El gesto imperial y hasta demiúrgico del funcionario del superior gobierno transforma el valor inmobiliario del bien, enriqueciendo de manera súbita, graciosa y –creemos– desinteresada... al feliz particular inversor.

¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que se formuló Immanuel Kant para desarrollar la ética ilustrada, esto es, un examen filosófico de las prácticas. Hay quien ha dicho que lo mejor que hacen los filósofos de primera línea es instalar las preguntas clave, mientras que los que mejor ensayan sucesivas respuestas no son más que prolijos filósofos de pelotón. En todo caso, como el propio ministro Da Silveira se ha encargado de señalar con la delicadeza que lo caracteriza, la comprensión lectora es requisito indispensable para afrontar las rigurosas cogitaciones filosóficas.

El dedo del funcionario, titular del poder, señala por sí y ante sí cuánto vale qué cosa y en qué oportunidad, y, sobre todo, en beneficio de quiénes. Es el gesto del poder el que dictamina que ayer se le haya tocado al inmueble de marras con el sambenito del valor histórico. El dedo del funcionario, titular del poder, le niega a Ancap, empresa pública, la facultad de enajenar con beneficio considerable un bien del que es impostergable desprenderse a como dé lugar: mientras que fue un bien público, se le reconoció un valor histórico absolutamente indudable. El dedo del funcionario, titular del poder, señala, por fin, cuando se le ha realizado como lo que verdaderamente importa, un bien privado, entonces deja de ser un monumento histórico y puede valer lo que el sacrosanto y siempre sediento mercado inmobiliario sentencie. El dedo del funcionario pone 9,7 millones de dólares en el bolsillo del que lo merece, ya que se ha esforzado tanto por realizar el valor inmobiliario del bien.

¿Qué debemos hacer? Quizá lo único que pueda ensayarse, con algún beneficio para el espíritu, sea carcajearse del modo filosófico más sarcástico. Porque ¿para qué indignarse? No hay valores simbólicos, ni históricos, ni arquitectónicos, ni urbanos que puedan sobrevivir a la tenaz lucha económica por el suelo. No hay patrimonio alguno a preservar si el suelo es escaso y extremadamente valioso. No hay vida urbana ni cultura nacional que resista los embates de la especulación inmobiliaria. Si acierta Friedrich Nietzsche en aquello de que no existen los hechos sino las interpretaciones, entonces hay que rendirse a la evidencia de que lo único que cuenta es el gesto de la mano del poder. No somos otra cosa que súbditos del compás y la coreografía impuestas por el dedo del rey Midas que nos toque en suerte.

¿De qué dedo se trata?

Si le creemos a Michelangelo Buonarotti, podríamos conservar la fe en que resultara el índice, tal como hace Dios cuando le insufla vida a Adán, allá en el Vaticano, en lo alto de la capilla Sixtina. Pero me temo que en esta región del mundo con poca fe se trataría más bien del dedo mayor. Enhiesto, petulante y admonitorio. El símbolo de una época.

Néstor Casanova es arquitecto.