¿Para qué sirve la Geografía? Básicamente, para estar bien parado. En todo sentido. Sirve para reconocer el sitio desde donde miramos lo que nos rodea. No sólo en lo inmediato (y esto ya no es poco) sino en todos sus alcances metafóricos: nuestro lugar en el mundo. La Geografía es una ciencia madre que nos proyecta en el espacio, así como lo hace la Historia con el tiempo. Esta dimensión nos conduce al desarrollo de nuestras aptitudes más elementales: detectar puntos, rectas y planos, la distancia y la profundidad. Pero volviendo a las metáforas, lo que nos rodea es el paisaje, la sociedad, el entorno todo. Cuando nos apropiamos de la geografía circundante la transformamos en nuestra familia, nuestra comarca, nuestra comunidad, nuestra nación, nuestro continente, nuestro planeta. Por eso los antiguos decían que era la descripción de la Tierra (en el sentido más amplio) permitiéndonos conocer lo cercano pero también todo aquello que a veces está lejos y que a menudo no resulta accesible. También la Geografía es la herramienta principal del gobernante, como decía el filósofo griego Estrabón allá por la época de Cristo, adelantándose a la idea de que en una democracia cada ciudadano es un potencial gobernante.

Por estos motivos este saber se transmitió primero de generación en generación, como un tesoro preciado, y no mucho más tarde comenzó a ser preocupación de los pedagogos. Desde tiempos inmemoriales se la enseñó como ciencia porque fue una herramienta valiosa para marinos, cartógrafos, exploradores y militares. El conocimiento del territorio fue un valor fundamental para los conquistadores… pero también para quienes no querían ser conquistados. El geógrafo Yves Lacoste va más lejos y la considera “un arma para la guerra”. Los franceses, preocupados por la superioridad de sus vecinos alemanes en el siglo XIX, generaron una escuela geográfica liderada por el gran Vidal de la Blache para contrarrestar la influencia de Humboldt, Ritter y Ratzel. “Aprendimos Geografía –dijeron entonces, ya entrado el siglo XX– y empezamos a ganar batallas”. Y es que, como decía Napoleón Bonaparte, “cada hombre lleva el bastón de mariscal en su mochila” y cada uno merece tener los instrumentos que necesitará cuando le toque ser comandante. De ellos, uno de los principales es la Geografía.

Viajar con el maestro

Cuando Jorge Chebataroff, un maestro uruguayo que formó parte de la escuela de Vidal, enseñaba a sus alumnos sobre los paisajes de su tierra, desplegaba energía, sapiencia, entusiasmo, pero sobre todo amor. Tuve el privilegio de conocerlo cuando nos visitó en San Juan y, en el viaje de estudio que organizamos por el parque triásico de Ischigualasto, saltaba como un duende entre las rocas (ya muy entrado en años) con sus ojos observadores y su maestría para describir la vegetación y las formas de relieve. Pensaba entonces, viendo a mis alumnos cuyanos fascinados al escucharlo y poder intercambiar ideas con él: “¡Qué privilegio tiene el Uruguay! Los discípulos de este hombre, y los discípulos de sus discípulos, tienen asegurada la cuota de Geografía para poner en sus mochilas al lado del bastón de mariscal”.

El profesor de Geografía es capaz de viajar con sus alumnos. Llevarlos con la imaginación a países remotos pero, mejor aún, enseñarles su comarca, su barrio, su ciudad, las riquezas y las bellezas de su propio país. Como reza el dicho trillado: “No se ama lo que no se conoce”, aunque a veces no tengamos suficiente perspectiva para ver lo que está muy cerca, ahí nomás. Siempre caminamos con el horizonte a cuestas; es la imagen patente de lo que nuestros sentidos perciben desde el punto en que estamos parados. Cuando nos movemos, obediente, el horizonte nos sigue, anunciándonos paisajes nuevos y, con ellos, distintas manifestaciones sociales. Enseñar el paisaje es hacerlo nuestro amigo, proyectarnos con sensibilidad en los misterios de las conexiones entre sociedad y naturaleza… conocer las condiciones brillantes y opacas del espacio, como decía el geógrafo brasileño Milton Santos.

La ciencia imprescindible

Lo dicho resume por qué la Geografía es una ciencia imprescindible, que nunca debería desaparecer de la currícula en todos los niveles educativos. Hay materias como Química, Matemática, Historia, Biología, Sociología, que llevan el nombre de la ciencia que predican. Esas son fundamentales y allí no puede faltar la Geografía. Otras, como Estudio de la realidad económica, Protección ambiental, Producción ganadera, Servicios sociales y algunos otros nombres de fantasía, son eventuales y existen para cubrir espacios curriculares en campos especiales que, si observamos detenidamente, apenas replican lo que ya está presente en las ciencias esenciales (que son las que se escriben con mayúscula).

Hay una especie de capricho por instalar nombres complicados, como si esto “modernizase” la educación. En realidad esta manía provoca el efecto contrario: las disciplinas cliché no tardan en pasar de moda y mientras tanto quedan desplazadas las ciencias fuertes.

Hay una especie de capricho por instalar nombres complicados, como si esto “modernizase” la educación. En realidad esta manía provoca el efecto contrario: las disciplinas cliché no tardan en pasar de moda.

Las instituciones educativas de un país no pueden estar desprevenidas. Si desaparece la Geografía peligra la formación elemental del ciudadano, que tiene profundas raíces en su espacio de pertenencia. Cuando esto ocurre deja de haber conciencia de los recursos ambientales, y se descuida el compromiso por la protección de la naturaleza. Se desconocen las potencialidades de la economía, pero, básicamente, los derechos y deberes que nos asisten a todos como sociedad organizada. Este complejo de interacciones es el que los profesores de Geografía les enseñan a conocer y manejar a sus alumnos, futuros mariscales de la democracia.

Alguien pensó, allá en Uruguay –la tierra de mi madre– que en la formación de sus jóvenes se podría excluir a la Geografía. Deseo reflexionar sobre este tema de la manera más sencilla, para que pueda entenderse bien (y definitivamente): ¿se podría prescindir de la Biología, la Historia o la Matemática?

Al contrario. Es necesario que la comunidad pedagógica piense con seriedad en los hombres y mujeres de mañana que serán conductores a no más de 20 años de distancia. Para cada uno de ellos tendrá importancia haber sido alguna vez el discípulo de un gran “profe” de Geografía que lo haya llevado de la mano no sólo por el mundo, sino por ese entorno en donde aprendió a conectarse con sus semejantes y a dialogar con la naturaleza. Los orientales merecen tener una Geografía fuerte y profunda que enaltezca el bagaje que imperiosamente necesitan sus nuevas dirigencias.

Jorge Amancio Pickenhayn es doctor en Geografía, miembro de Número de la Academia Nacional de Geografía (Argentina) y profesor emérito de la Universidad Nacional de San Juan.