En 2003, la editorial Banda Oriental publicaba, en un solo volumen, Boulevard Sarandí, la obra completa de Milton Schinca. Esta fue la tercera edición de una obra originalmente escrita para una audición radial con el fin de conmemorar los 250 años de la fundación de Montevideo. El contenido de esta obra fue “la memoria anecdótica de Montevideo”, tal como figura en la tapa del libro, y en esta edición se intentó ordenar cronológicamente las distintas anécdotas que se fueron contando originalmente en esa audición radial a la que nos referíamos previamente. El libro tuvo un enorme éxito de público y sería interesante que en ocasión de este nuevo festejo de los 300 años volviera a reeditarse y quizás sirviera como texto de referencia en las escuelas de Montevideo.

La primera pregunta que nos surge es: ¿cuál es la verdadera fecha de la fundación de nuestra capital? Como señalábamos, el libro de Schinca fue editado para conmemorar los 250 años de su fundación, pero estos festejos fueron realizados en 1976, es decir, hace 48 años. ¿Cómo es posible entonces que este año 2024 se festejen los 300 años de la fundación de Montevideo? O sea, la primera pregunta concreta que nos hacemos es: ¿la fecha de su fundación fue 1724 o 1726? Intuimos que la diferencia en las fechas tiene más que ver con la historia reciente de nuestro país que con la fecha exacta en que se fundó la ciudad. De todas formas, me parece interesante que se dilucide cuál es el acto simbólico que se propone para definir la fecha fundacional y obviamente, en qué año sucedió realmente.

La segunda pregunta que viene a cuento es sobre el propio nombre de Montevideo. ¿Cuál es su origen? Schinca relata que, en un libro, publicado en 1923 y cuyo autor es Carlos Travieso, se hace una amplia revisión de las hipótesis sobre el origen del nombre de nuestra capital. La tradición arraigada acerca del origen de la palabra “Montevideo” parece provenir de una exclamación que habría lanzado el vigía que venía trepado en el palo mayor de la nave de Magallanes al divisar nuestro cerro. Pero, ¿qué habría gritado exactamente el hombre? La versión más difundida es que gritó “¡Monte vide eu!”, de lo que habría derivado de forma casi literal “Montevideo”. Schinca advierte que Travieso pone en duda esta versión, señalando que, si el vigía de marras era gallego o portugués, los términos “monte” y “eu” son indistintamente utilizados en los dos idiomas. Sin embargo, la inserción del verbo “vide” en la forma en que está puesto en la frase, o sea en la traducción literal de “monte vide eu”, tendría que ser “monte ve yo” o “monte véase yo” o “monte mira yo”, expresiones altamente improbables de parte de un marinero portugués o gallego.

Una segunda hipótesis, también refutable en la opinión de Travieso, es considerar que el vigía fuese castellano. En este caso es muy improbable que él gritase “monte veo” o “monte vi” o “monte vide”. Lo natural es que hubiera exclamado, “¡Veo un monte!” o “¡Vi un monte!”, pero de ninguna de estas expresiones surgiría entonces el término Montevideo.

Una tercera hipótesis a la que hace referencia Travieso tiene mucho peso porque la habría referenciado en su Diario de viaje Francisco Albo, tripulante de la propia expedición de Magallanes. Según esta crónica, lo que exclamó el vigía fue “Montem vidi” (que podría ser una expresión latina), pero Travieso refuta esta versión, porque entonces el vigía lo habría dicho en tiempo pasado: “yo vi un monte, o “yo he visto un monte” lo que no parece lógico porque al cerro lo está viendo en ese momento en que grita.

La tradición arraigada acerca del origen de la palabra “Montevideo” parece provenir de una exclamación que habría lanzado el vigía que venía trepado en el palo mayor de la nave de Magallanes al divisar nuestro Cerro.

Según Travieso, y esta sería una cuarta hipótesis, el vigía del momento sabía latín. Pero, aun así, admitiendo que sabía este idioma, ¿por qué se expresó en él y no en su idioma natural? A pesar de que Travieso no alcanzase a dar una explicación demasiado satisfactoria del porqué de la utilización del latín, Schinca deja constancia de que la expresión “Montem video” más de una vez aparece en documentos referidos al cerro, e incluso en alguna ocasión, nuestra capital es referida como “Ciudad de San Felipe de Montem”. Incluso, los términos “Montem video” son utilizados en alguna oportunidad por el propio Zabala, fundador de la ciudad, y también aparece en documentos del Consejo de Indias, en algunos decretos del mismo rey, en crónicas de viajeros, en escritos de ingenieros militares, en planos de fortificaciones, etcétera. El problema entonces sería simplemente explicar el porqué de la pérdida de la segunda “m” de “Montem” y luego la transformación posterior de la expresión en un solo vocablo, “Montevideo”.

Hasta aquí las referencias sobre las elucubraciones de Travieso sintetizadas por Schinca. Sin embargo, con todo, hay algo que no termina de cerrar en la explicación alcanzada. ¿Por qué el grito de un vigía, que se supone que para esto está, se transforma en una referencia geográfica y aparece desde ese momento en los mapas marítimos? No conocemos antecedentes de sucesos de este tipo. Es como si los sobrevivientes de un naufragio, luego de estar a la deriva por un tiempo, percibieran la tierra y a partir de ese momento, a ese lugar particular se lo llamase “yo veo tierra”, y esta denominación se adopte en general, incluso en el exterior. A título anecdótico, comento que el año pasado, en un programa de preguntas y respuestas de la televisión francesa, Questions pour un Champion, se le preguntó a un participante el origen del nombre Montevideo. Pregunta que este no supo contestar, por lo que el conductor del programa dio la explicación tradicional de “monte vidi eu” como la respuesta que hubiese sido la correcta.

Existe, sin embargo, otra hipótesis –la quinta– que poco a poco se ha difundido, aunque sin la fuerza de la del grito del vigía. Esta es: Montevideo provendría de Monte VI (sexto en la numeración romana), y ello, de Este a Oeste (todavía no se había universalizado la “W” del inglés para señalar el Oeste). Es decir, Montevideo sería en su origen una referencia cartográfica, de hecho, en muchas referencias cartográficas antiguas se escribía Monte Video en dos palabras, significando posiblemente Monte sexto de Este a Oeste, que es el sentido en el que Magallanes recorrió el Río de la Plata.

Hace años, antes de los festejos de los 250 años de la fundación, tuve la oportunidad de viajar desde Montevideo a Punta del Este en un yate recorriendo la costa. Un distinguido tripulante de esta embarcación era el almirante ya retirado Zapicán Rodríguez, que me contó esta última versión del origen del nombre de Montevideo: sostenía que las versiones más aceptadas y difundidas eran un verdadero disparate, de gente que no conocía la vida de mar. Particularmente, se refirió a la necesidad para los marinos de tener referencias cartográficas que permitiesen situarse en su medio marítimo y no perderse en él. Doy fe, además, de que en esta experiencia náutica comprobé que desde el mar se podían avistar varios cerros en el recorrido hasta Punta del Este. ¿Por qué entonces habría quedado registrado solamente el grito del vigía, portugués, gallego o español que además hablaría latín, como un evento extraordinario del viaje de Magallanes, que dio origen al nombre Montevideo, cuando pudo gritarse al visualizar cualquier otro cerro en este viaje?

Es por ello que considero que esta última explicación del origen del nombre de nuestra ciudad podría ser la hipótesis más plausible. Sin embargo, esta última abre nuevos interrogantes que requieren respuestas para hacerla consistente. ¿Cuáles fueron los cinco cerros anteriores al de Montevideo que vieron en la expedición de Magallanes? ¿Desde dónde empezaron a contar los cerros, los “montes” como se decía en esa época, y por qué?, etcétera.

Sería muy bueno que la Intendencia de Montevideo organizase un concurso para que especialistas en geografía, en cartografía marítima o en disciplinas afines, realicen aportes para darle más consistencia a esta última hipótesis, si consideran que esta es la mejor.

Marcos Supervielle es profesor emérito de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales.