Las campañas electorales son agotadoras. Los candidatos deben lidiar con el cansancio, con mil decisiones e imprevistos, con expectativas propias y ajenas. Nadie puede ser original e inteligente todos los días. Ese entrevero de demandas y nerviosismo lleva a cometer siempre muchos errores. En estos días han ocurrido algunos graves. La extrañeza no está en su ocurrencia –previsible como ya vimos–, sino en el carácter de las salidas malogradas. Vale la pena (literal) reparar en los dichos de los candidatos a la presidencia por el Partido Nacional, Álvaro Delgado, y el Partido Colorado, Andrés Ojeda.
Delgado, en un acto de campaña en Paysandú, se dirigió al público y señalando a su compañera de fórmula, Valeria Ripoll, dijo: “Miren lo que es: un bombón”. En la misma oración involucró a otra mujer, su propia esposa: “Perdón, Leticia. Es un piropo permitido, ¿verdad?”. No hace falta decir el lugar en el que dejó a su compañera de fórmula y a su esposa, delante de todo un acto. De fondo sonó un bocinazo que el candidato interpretó señalando nuevamente a Ripoll: “Eso es para vos, ¿ves? Eso es para vos”. Claramente, una vez ocurrido el exabrupto de la espontaneidad, sonó la alarma de lo políticamente correcto y se procuró sortear el momento con pretendido humor –igual de impertinente–; buscando la complicidad del público, Delgado consultó si alguien tenía un cuarto para él esa noche. “Yo en la interna le decía cosas peores... la presentaba y le decía ‘la frutilla de la torta’”.
Vergüenza ajena, propia y prestada. Lejos de ser un episodio para el olvido, debería ser un hecho para el recuerdo y, especialmente, para la reflexión.
El piropo es un rito machista de identidad, viejo como el agua tibia (y el machismo). El piropo encierra un conjunto de representaciones cuya deconstrucción ha implicado años y, evidentemente, llevará muchos más. Es también una incomodidad que pone a la mujer, en este caso a dos, en la situación de reaccionar con cara de algo frente a la mirada de todos quienes allí estaban (y presentían que esto iba mal). No suma; incomoda, atrasa.
Tal como recoge la diaria del 16 de octubre, Delgado pidió disculpas (lo que a priori estaría muy bien): “Fue un chiste desafortunado y punto, con la buena onda que hay, nada más que eso. Uno en esto tiene que ser humano y natural, y cuando se equivoca, se equivoca. No fue quizá la palabra correcta para hacer un chiste ahí”. No es un chiste. Tampoco una elección de palabras incorrectas. Segunda oportunidad perdida de una disculpa.
Sólo cuatro días después, el candidato presidencial Andrés Ojeda arremetió contra una periodista. Ojeda había ido al programa radial Doble click por una denuncia pública que anunció sobre una presunta campaña sucia contra él de parte de un asesor de Yamandú Orsi. La periodista Lucía Brocal compartió parte de esa entrevista en sus redes. Ojeda le salió al cruce: “Yo con buena onda le respondí a Lucía hoy, que en el fondo se moría por un título y salió a volantear por ahí como una psicópata” (El Observador, 18 de octubre).
Violencia es también aceptar una candidatura siendo mujer, a sabiendas de que tarde o temprano llegará el mal rato, el comentario infeliz, la no disculpa.
Otra vez la violencia gratuita ejercida contra una mujer; ni hablar de la otra violencia que implica acudir a una patología para agraviar. Al igual que en el caso de Delgado, la descalificación se justifica con una pretendida explicación. Igual o peor la enmienda que el soneto.
Ninguna de estas mujeres precisa de mi defensa, obviamente. Sólo comparto cuán llamativo me resulta que cada vez que un candidato le erra, el objetivo volvemos a ser las mujeres. Me recuerda siempre a mi madre, que cuando le dan el cambio errado en una compra (en menos) siempre comenta: “Es curioso cómo siempre se equivocan para el mismo lado”.
No falla y, aunque rompe los ojos, fueron pocas las voces que se alzaron por parte del sistema político. Las hubo, algunas desde tiendas frenteamplistas, y –nobleza obliga– la vicepresidenta, Beatriz Argimón, no ocultó su vergüenza y agradeció no haber estado presente en aquel acto de Paysandú de su fórmula.
Cuando la periodista Ana María Mizrahi le preguntó a Ojeda por la entrevista de la periodista Lucía Brocal, en la que el colorado afirmó que conocía a la chica que aparecía en la campaña que él mismo denunciaba como falsa, respondió: “No voy a dar más explicaciones hoy del tema, me tienen podrido, me cansaron”.
Una vez más, la respuesta no es de recibo. Por supuesto que se deben explicaciones ante la ciudadanía. Aspirar a la presidencia es, justamente, deber explicaciones del propio decir y obrar. Y si de podridos y cansados hablamos, ¡qué nos queda a las mujeres! Si la consulta de una periodista sobre un vínculo que él mismo exhibió lo cansa, más podridas estamos las mujeres de la violencia callejera, del rezago salarial, del abuso, de la injusta división sexual del trabajo. Cansancio es que la vida corra peligro por el solo hecho de ser mujer. Cansancio es que la compostura se limite a lo políticamente correcto, sin terminar de entenderse la matriz de violencia. Cansancio es que haga falta esta reflexión. Hartazgo es saber que, lamentablemente, no serán los últimos “errores”.
Sé que hay mucha gente bien intencionada que en algún lugar piensa “no es para tanto tampoco”. Yo creo que sí lo es. Por los hechos en sí, por los lugares y jerarquías de enunciación, por el universo de validaciones que implica y, sobre todo, porque atrasa una lucha centenaria en la cual hay demasiado en juego.
Cuán difusa es la violencia simbólica que legitimamos si nos callamos. Por supuesto que es violencia la muerte, los golpes y las violaciones sexuales (fuera y dentro de las parejas), pero violencia es también vivir dando examen de competencias. Violencia es también aceptar una candidatura siendo mujer, a sabiendas de que tarde o temprano llegará el mal rato, el comentario infeliz, la no disculpa.
De allí la convicción de que sí pasa mucho, de allí la invitación a reflexionar críticamente. No alcanza con acompañar una sensibilidad. Es imposible alumbrar otra convivencia u otro pacto ciudadano sin asumir los problemas recurrentes.
Nadie es tan necio para desmerecer los avances. Los hay. Enormes (e insuficientes). No se trata de comenzar la lucha (muchos ya dieron todo en ella); hay que continuarla porque es obvio que estamos lejísimos.
Laura Fernández es abogada.